2 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La corrupción socava silenciosamente las instituciones 

Claudia Posada

Por Claudia Posada 

“El Día Internacional contra la Corrupción de 2023 tiene por objetivo poner de relieve el vínculo crucial entre la lucha contra la corrupción y la paz, la seguridad y el desarrollo” según divulgación reciente de la ONU. Fue este organismo el que aprobó en el 2003, en Asamblea General, la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, a la vez que consignó el objetivo en términos de crear “conciencia contra esta lacra y difundir el valioso papel de la Convención a la hora de luchar contra ella y prevenirla…” Fue entonces cuando también designaron el 9 de diciembre como Día Internacional contra la Corrupción. 

En Colombia tenemos al Instituto Anticorrupción “contra esta lacra” que nos horroriza porque hechos que se registran a diario dan cuenta de cómo será de pesado el trabajo de los directivos, equipo de apoyo y voluntarios que hacen parte de la entidad, en cuya Junta Directiva están personalidades de trayectoria sumamente esclarecida, con interesantes estudios, especializaciones, ejecutorias y participación en la sociedad colombiana que son ejemplos insignes:  Juan Felipe Bedoya, Daniela Gómez y Rubén Avendaño, de nítido desempeño. En todos los países del mundo hay corrupción, pero es que en Colombia definitivamente parece haber desvergüenza total para “hacerla y no pagarla” porque no son rumores sino centenares los casos de corruptela demostrados y olvidados.  

Lo que vemos en materia de corrupción a la colombiana, parece evidenciar lo que la ONU quería prevenir al señalar, hace 20 años, cómo afecta a un país tan grave estigma: “La corrupción tiene repercusiones negativas en todos los aspectos de la sociedad y está profundamente ligada a los conflictos y la inestabilidad, poniendo en peligro el desarrollo social y económico y las instituciones democráticas y el Estado de derecho”. Si bien en el mundo, el de Colombia no es uno más de los tantos países enlodados con casos de corrupción, si carga, además, con la mancha de la impunidad.  

Escribía Camilo A. Enciso, por allá en mayo del año pasado, próximo a terminarse el gobierno de Iván Duque,  en su columna de la Revista Cambio, titulada: Muerte a Comunistas, que: “(…) funcionarios de un Estado que volvió a aliarse con la delincuencia, retomando vicios del pasado; recayendo en los vicios de la corrupción y de la dependencia del paramilitarismo para la ejecución velada del trabajo sucio y el enriquecimiento fácil”; y señalado a treves de todo su escrito, cómo pasan y cuentan entre otras tantas irregularidades “…la verdad de los nexos de los paracos con militares, ganaderos, políticos y contratistas”. Tremendo reto el del Instituto Anticorrupción. Y es que no se trata solamente de vínculos como los que aquí señalan, son muchos más los que abundan entre quienes parecen ser pulcros y de impecable proceder para la ejecución de sus tareas, o para el cumplimiento honrado de sus compromisos en corporaciones públicas, o en los gobiernos en sus distintos niveles territoriales. 

Enquistado en la estructura estatal, se dan relaciones de corrupción permanente entre funcionarios de todos las jerarquías, particulares y servidores públicos. “La corrupción no solo sigue al conflicto, sino que a menudo es una de sus causas fundamentales. Alimenta los conflictos e inhibe los procesos de paz al socavar el Estado de derecho, agravar la pobreza, facilitar el uso ilícito de recursos y proporcionar financiación para los conflictos armados”, enfatiza la ONU. 

Se contempla en las metas previstas en los objetivos de Desarrollo Sostenible, la prevención de la corrupción, el fomento de la transparencia y el fortalecimiento de las instituciones, como aspectos o componentes fundamentales para alcanzar cambios realmente positivos que eviten el que se sigan socavando las instituciones democráticas y sus recursos. Suena desesperanzador cómo existen en Colombia modelos de gestión que favorecen la corrupción; ejemplo, en el caso de “crear atolladeros burocráticos, cuya única razón de ser es la de solicitar sobornos. También atrofia los cimientos del desarrollo económico, ya que desalienta la inversión extranjera directa y a las pequeñas empresas nacionales les resulta a menudo imposible superar los «gastos iniciales» requeridos por la corrupción”. Esto quiere decir que no pocas veces enmascaran esta verdad, con la falacia que involucra como culpables del atraso en el progreso y el bienestar, a otro tipo de inconvenientes que en ultimas no son las causales del desestimulo a la inversión. 

La corrupción es tan peligrosa como muchos otros males que azotan a Colombia; sin embargo, se ha vuelto noticia de relleno, dan más importancia en algunos medios de comunicación al chisme de farándula, a la pataleta de alguna honorable aspaventosa, o a la trifulca de cualesquiera de los políticos ruidosos; en todo caso es ocultar esa realidad porque compromete a muchos que pasan desapercibidos, como también a nombres encumbrados e instituciones prominentes.