3 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La ciudad fea 

Por Darío Ruiz Gómez 

De no ser por quienes diariamente certifican el axioma de que la ciudad no existe sino para quien la recorre, Medellín no existiría hoy tal como llegamos a comprobarlo en la más inclemente de las épocas de la violencia urbana, sino fuera por quienes cada día se inventan nuevos recorridos.

La aparición de las Fronteras Invisibles supuso la atomización del espacio público y el confinamiento de sectores barriales. El concepto de barrio se esfumó como estructura fundamental de la definición de ciudad. Vino entonces un choque callado entre los antiguos habitantes-fundadores y los grupos de desplazados ya que no se planteó por parte de la Oficina de Planeación y del Área Metropolitana unos planes de integración de territorios que permitiera mediante nuevas vías el intercambio social sin el cual no podríamos hablar de que existe una ciudad, de que se planteará una ciudad equilibrada capaz de la recuperación del espacio público, de integrar las arquitecturas y los espacios simbólicos de la antigua trama urbana fragmentada por los violentos.

La palmaria ignorancia de los nuevos funcionarios condujo a la problemática que hoy vive Medellín y que debe estar en primer plano de los objetivos a cumplir por parte de la Alcaldía: la llamada “Otra ciudad” construida por sus habitantes a través de diferentes formas de ocupación espontánea o sea la legitimación del tugurio, la afirmación de la no ciudad frente a la abandonada ciudad tradicional.

Lo que a simple vista llamamos una ciudad “en obra” que se ha legitimado a sí misma ajena a las teorías de los urbanistas que no existen y de cualquier proyecto de racionalidad que tampoco ha existido porque igualmente los urbanistas de oficina universitaria o comercial han carecido de un conocimiento cercano de lo que estos inéditos  procesos de construcción de ciudad han supuesto. 

Cumplir contratos de “análisis” sobre la pobreza de una Comuna, sobre la construcción de vivienda en espacios sometidos al despotismo de un criminal constituyen lo que hace más de diez años se debatió en Congresos, en debates locales que forrarse de dinero haciendo diagnósticos de ocasión es algo completamente diferente a adentrarse en conceptos como los nuevos vecinazgos, las nuevas formas de apropiación del comercio barrial, de los impuestos de seguridad que hoy llamamos extorsión devenidos en estructuras de dominio a las cuales es necesario detectar si se quiere rescatar la libertad de los vecinos.

Y en este mismo sentido tenemos que referirnos a lo que significan hoy las redes de comunicación. ¿Qué sería desde estas perspectivas el plantear una idea o un proyecto de ciudad? ¿Cuál sería la metodología para un Plan de Desarrrollo o de Ordenamiento Territorial que desconozca lo que hoy son las redes en estos territorios que el urbanismo convencional desconoce, que desconoce la gobernanza de los grupos políticos, esta presencia de las muchedumbres, esta innúmera visualización de las calles, estas nomenclaturas como señales secretas de grupos sociales que necesitan defenderse en invasiones donde nunca llegara la ley? Aquí se ha cumplido a cabalidad la globalización de lo local y la localización de lo global y por lo tanto ante su complejidad fracasa el sociologismo, la antropología de los marxólogos silvestres incapacitados para percibir siquiera estos intangibles de lo que es la nueva cultura urbana. 

Y sin un solo plan de renovación urbana, de  tener en cuenta aquello que la gran Jane Jacobs llama Graseroots –antiguos vecindarios-, asociaciones espontáneas y materiales a las cuales es necesario proteger y asimilar a las áreas de grandes edificaciones ningún proyecto es legítimo. Que no nos vayan entonces a salir con cualquier bobada ya que es desde estas lecturas desde donde puede hablarse de una ciudad para los ciudadanos.