Encontró al hombre en casa, solo, sentado frente a una chimenea donde ardÃa el fuego brillante y acogedor, adivinando la razón de la visita, el hombre dio la bienvenida al lÃder. Se hizo un gran silencio. Los hombres solo contemplaban la danza de las llamas en torno a los troncos de leña, que crepitaban en la chimenea. Al cabo de algunos minutos el lÃder, sin decir palabras examinó las brasas que se formaban y seleccionó una de ellas, la más incandescente de todas, retirándola a un lado del brasero con unas tenazas.
Volvió entonces a sentarse.
El anfitrión prestaba atención a todo fascinado pero inquieto, al poco rato, la llama de la brasa solitaria disminuyó, hasta que solo hubo un brillo momentáneo y el fuego se apagó repentinamente. En poco tiempo, lo que era una muestra de luz y de calor, no era más que un negro, frÃo, y muerto pedazo de carbón.
Muy pocas palabras habÃan sido dichas desde el saludo. El lÃder, antes de prepararse para salir, con las tenazas regresó el carbón frÃo e inútil, colocándolo de nuevo en medio del fuego, de inmediato, la brasa se volvió a encender, alimentada por la luz y el calor de los carbones ardientes en torno suyo.
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