3 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El Oasis de la vida

Por Luis Carlos Correa Restrepo 

Con lágrimas en los ojos

Juan Gossaín

El terrible mal de Minamata, como lo saben los japoneses, porque las empresas en cualquier parte del mundo, en Tokio o en Majagual, arrojan porquerías químicas a las corrientes, y primero se pudren las aguas y después nacen sin ojos los niños cuyas madres en aquellos caseríos extraviados de la mano de Dios, consumen esas aguas y esos pescados.

En las cabeceras de ambos ríos las compañías mineras que buscan oro entre la tierra, hacen sus excavaciones con un sancocho de mercurio y ácidos. Arroyos y quebradas se llevan el mazacote, los bocachicos mueren con la boca abierta en los playones. Y las espigas de arroz no vuelven a crecer.

En medio del desastre causado por las inundaciones, y como si fuera poco, las yucas harinosas de antes, florecen ahora con un hongo químico a manera de cresta. El hambre campea entre los pocos ranchos que no se ha llevado el invierno. Las emanaciones de las lagunas huelen lo mismo a lo que huele un laboratorio de detergentes.

Hay que decir también, que los empresarios mineros se defienden diciendo que Ordoñez Sampayo está loco. Claro que está loco: ningún hombre cuerdo expone su pellejo ni dedica su vida entera a defender a un ruiseñor, una mojarra, un plátano pintón, una mazorca de maíz o a una mujer embarazada que carga un fenómeno en el vientre.

EPÍLOGO

Aquella mañana, cuando los pescadores de Santa Marta regresaron a la playa, el periodista Caballero los acompañó en su tarea de descansar y abrirles el buche a los escasos pescados que traían.

¿Qué es eso?- Preguntó intrigado, al ver unas bolas negras en el estómago de un bagre. Carbón, amigo – le contestó uno de ellos, pelotas de carbón eso es lo que comen ahora.

Caballero tomó unas cuantas fotografías y se las llevó a algunos funcionarios de la industria carbonera.

-No se preocupe -le contestó el gerente -vamos a construir un nuevo muelle de última generación. -No lo dudo, -dijo el reportero, con una mueca de dolor que parecía una sonrisa.- no lo dudo que será la última generación.

El día que Caballero me contó esa historia, y me enseñó esas fotografías, ya no sentí ganas de ponerme a llorar, como la vez aquella del langostino bañado en combustible, lo que sentí ahora fue rabia.

Cuando ya no quede una sola hoja de acacia, cuando el último pulpo haya muerto atragantado con ácido sulfúrico y cuando nuestros nietos nazcan con un tumor de carbón endurecido en la barriga, entonces será demasiado tarde.

Dispondremos de computadores infrarrojos de última generación, pero ya no habrá agua para beber; los celulares de rayo láser se podrán comprar en las boticas pero el sol no volverá a salir; los niños encontrarán el algoritmo de 28 a la quinta potencia con solo cerrar los ojos, pero dentro de 20 años no sabrán de qué color era una golondrina.

Los invito a ponerse de pie a todos antes que se marchite el último pétalo. Usen el arma prodigiosa del internet para protestar. Hagan oír su voz.

Que el correo electrónico de los suramericanos sirve para algo más que para mandar chistes y cumpleaños.

Porque si seguimos así el día menos pensado no quedará nadie que cumpla años, ni quien envíe felicitaciones.

                                                           JUAN GOSSAÍN