
Por Enrique E. Batista J., Ph. D.Â
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«A mitad del camino de la vida, /en una selva oscura me encontraba/ porque mi ruta habÃa extraviado». D. Alighieri
El pobre y sufrido Prometeo, el primer filántropo conocido, fue un titán semidiós en la mitologÃa griega. Lleno de santa y humana intensión proveyó a los seres humanos de infinidad de dones para que pudiesen llevar una vida próspera y feliz sobre la tierra. Él mismo, quien habÃa creado a los hombres a partir del barro, tenÃa la virtud de ser previsor, de poder anticipar los acontecimientos futuros. Los hombres que habÃa creado se morÃan de frÃo y la carne la comÃan cruda. Solidario con ellos, les robó el fuego a los dioses y se lo donó a los humanos, les enseñó cómo usarlo para que no padecieran de frÃo, pudieran alimentarse con carne asada con mejor sabor y mayor valor nutritivo y asà tener la esperanza de alcanzar una vida saludable y más larga.
Por tan humano y sublime acto de bondad fue condenado por el máximo dios, Zeus, a ser encadenado por siempre a una piedra en una lejana montaña. AhÃ, cada dÃa, las aves carroñeras le comÃan sus entrañas, las cuales en cada aurora poco antes de salir el sol les volvÃan a renacer, perpetuando la tortura y el castigo eterno. Sin embargo, como previsor que era, mantuvo la esperanza siempre viva. Como precavido y sabio conocÃa bien que quien se ofrece de redentor de los humanos acaba sacrificado. Su anticipada y cauta esperanza de liberación del castigo llegó con un ser poderoso llamado Hércules, hizo de Zeus con una mujer humana, quien conociendo los sufrimientos por tan injusto castigo destrozó las cadenas, alejó a las aves de carroña y Prometeo fue liberado. La infaltable, indefectible, inexorable y vital esperanza llegó. Quedó por siempre claro que los humanos precisamos mantener siempre viva la esperanza.
Zeus habÃa ordenado crear a la mujer de barro; ella con su curiosidad suprema desatarÃa todos y cada uno de los males que aquejarÃan por siempre a los humanos. Esa mujer se llamarÃa «Pandora», que significa «el regalo de todos», «la que da todo» o también «la que posee todos los dones». Fue ella la más bella, inteligente y sapiente, además de avezada en todas las artes; se casó con un hermano de Prometeo; como regalo de boda recibió de los dioses una caja cerrada, con la prohibición mal intencionada de que no debÃa abrirla por razón alguna. Ella, movida por su curiosidad, la abrió con la consecuencia de que de la caja (que era un ánfora) brotaron todos los males que, como venganza de Zeus con los humanos, se quedarÃan en la tierra para aquejar a las personas con males como el odio, las guerras, las enfermedades, asesinatos, destrucción por fenómenos naturales y todos los demás males, incluidas las atemorizantes y devastadoras pandemias.
Sólo quedó en el fondo de la caja, referida desde aquel tiempo como «La Caja de Pandora», el bien supremo de la «Esperanza». Surgió de ahà el adagio que dice: «La esperanza es lo último que se pierde». AsÃ, como en la presente pandemia del coronavirus, la esperanza no ha escapado de la caja prohibida; está ahà como un anhelo y seguridad de que será superada y de que creceremos más fortalecidos en humana solidaridad y en paz.
Historia similar sobre la esperanza como supremo valor humano se encuentra en la Biblia. No fue la apertura de una caja que contendrÃa todos los males, sino una fruta en un árbol del bien y del mal que no debÃa comerse. Sabido es que con el respaldo y consentimiento mutuo Eva y Adán consumieron el fruto prohibido. AsÃ, se desataron los males, se perdió la inmortalidad, la que sólo se asegurarÃa en la tierra con la fertilidad de Eva y de todas las madres en las siguientes generaciones y en el más allá, en el firmamento, mediante la vida eterna que asegurarÃa Jesucristo, el portador de la «Esperanza», con su sacrificio en la cruz. AsÃ, llegarÃa el MesÃas que es la esperanza ofrecida por el Creador después del pecado original de esa primera pareja humana.
Pero la esperanza no tiene sólo un sentido teológico y filosófico, sino que también es rica en dimensión como construcción social y psicológica con alta incidencia en los procesos humanizantes de la educación y la formación de los seres humanos. Como valor y derecho ella se yergue sobre la base de la justicia, la equidad y la igualdad para una vida segura y próspera como la quiso Prometeo y la promueven multiplicidad de fe religiosa en todo el mundo.
Sin esta construcción del derecho a la esperanza no hay humanidad, no hay futuro. Ese bien supremo es una construcción social y pedagógica que promueve el bien común con persistente insistencia; es una construcción que reúne en su propósito más vital lo social y pedagógico para el mejor estar material y espiritual de la comunidad universal. No se puede renunciar a la esperanza ni a gozar de su derecho; en ella se fundamenta el buen vivir. Bien se lee en el Libro de los Proverbios que: «Cuando se pierde la esperanza, se debilita el corazón, pero un deseo alcanzado es un árbol de vida».
La magistral obra de Dante Alighieri «La Divina Comedia» ha sido bien caracterizada como un canto, desde el Medioevo para siempre, a la esperanza y la fe. En su poema – relato, donde concibe la esperanza como un derecho fundamentado en la relación pedagógica, se hace acompañar de su maestro Virgilio, el autor de la Eneida, quien como su guÃa y protector lo sacó de una inescrutable selva donde habÃa caÃdo por haber abandonado la senda recta, tal como el mismo lo manifestó en los versos del epÃgrafe en este artÃculo. «Eres tú mi modelo y mi maestro; eres tú de quien tomé el bello estilo que me ha dado honra» le dijo Dante, a lo que respondió Virgilio: «por tu bien, pienso y decido que vengas tras de mÃ, y seré tu guÃa, y he de llevarte por lugar eterno». (El lector podrá bajar «La Divina Comedia» aquÃ: https://rb.gy/fhhnen).
Los dos, maestro y alumno, llegaron hasta la puerta misma del infierno. AhÃ, en esa puerta, encontraron el único lugar donde los humanos pierden la esperanza. Maestro y alumno leyeron la advertencia tajante e incisiva, escrita con letras negras en el dintel de la entrada al mismÃsimo infierno, que decÃa: «Por mà se va a la ciudad del llanto. ¡Ay de aquellos de ustedes que entren aquÃ, abandonen toda esperanza! ¡Ay de ustedes, almas perversas, no verán nunca el Cielo!».
Elvalor de la esperanzada sentido a la vida; cuando todo parece terminar o la vida parece haber perdido su significado, surge ahà la esperanza como recurso humano permanente para encontrar un nuevo rumbo. Para construir una sociedad más segura y próspera, es importante el reverdecer que da la luz de la esperanza (https://rb.gy/fu0jrz).
La esperanza está en el núcleo de la relación y de la experiencia pedagógica. Se abre la esperanza a los alumnos reconociendo que precisan crecer con autonomÃa para enfrentar, salir adelante y superar tantas complejidades y dificultades sociales. Se alimenta la esperanza con «las convicciones en las que se sustenta la acción pedagógica: la influencia del educador, el valor de la educación y la posibilidad de cambio que pertenece intrÃnsecamente a los niños y jóvenes». (https://rb.gy/thrfny). De ahà se precisa recordar que, por etimologÃa, «alumno» significa «alimentado», «aquel a quien se hace crecer», (distinto al equÃvoco erróneo de que significa «sin luz»).
En la presente pandemia del coronavirus hay muchÃsimos adultos en el mundo que con su reticencia y negación absurda a vacunarse y a cumplir con las medidas de bioseguridad condenan a muchos a la enfermedad y hasta la muerte, alejan a los niños de las escuelas y los penan con los males que regó Pandora. Se olvidan de que los males tienen origen en el comportamiento humano y que la esperanza tiene, en todas las religiones, un origen divino y que no es signo de sana humanidad interponerse en su camino. Niegan esos adultos el derecho social y pedagógico de la esperanza.
Se precisa garantizar el derecho a la esperanza de los niños, pero también la esperanza de una nueva escuela, esperanzas de nuevos modelos formativos que aseguren futuro claro y próspero a todos. Importa destacar con el sociólogo y empresario Nicanor Restrepo que ese derecho no puede ser conculcado por ninguna guerra (o pandemia, agregamos) porque en su núcleo está el derecho a soñar con un mundo en donde, con fundamento en la esperanza no perdida, por siempre llegue la primavera.
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