Por José Hilario López
Humanismo, en esencia, debe entenderse como la doctrina filosófica que busca integrar los valores humanos. El concepto se origina en el movimiento renacentista europeo del Siglo XV, que se propuso restablecer el valor que la antigüedad grecolatina le asignaba a lo humano en la historia. Se trata entonces de una doctrina antropocéntrica, donde el hombre, en cierto sentido, es la medida de todas las cosas, según afirmación del griego Protágoras.
Para el humanismo la organización social debe desarrollarse a partir del bienestar humano, en oposición al teocentrismo medieval, donde la religión y su principal empresa, la salvación del alma eran el centro de la vida. En principio con el humanismo se trataba de salvar al hombre en su integridad para la vida terrena, tarea ésta de la cual cada ser es, en últimas, el único responsable. El humanismo se opone al consumismo y a toda imposición impropia de la dignidad humana, que implique la instrumentación del hombre al reducirlo a sólo productor y consumidor, impidiendo su desarrollo integral.
El Capitalismo ha condenado el humanismo a una mera declaración de principios. Hoy vivimos en un mundo diseñado para la exclusión y la injusticia social, situación que hace muy difícil detener el deterioro acelerado de los ecosistemas, que pone en riesgo nuestra propia vida. Ante la catástrofe anunciada surge la necesidad de encontrar un nuevo sentido a nuestra relación con la Naturaleza, lo que implica cambios profundos en la economía, la política y la cultura. Un nuevo humanismo, el Ecohumanismo, que supere el Antropoceno surgido en el Siglo XVIII a partir de la Revolución Industrial, que ha llevado al Primer Mundo a creerse dueño de la Naturaleza y disponer, además, de la tecnología para transformarla a su antojo.
El Ecohumanismo (Eco proviene del griego Oikos, que significa Casa) es un movimiento filosófico y científico concebido para reconstruir y mejorar la casa humana, es decir el entorno social y ecosistémico donde transcurre nuestra vida. Una nueva cultura, en la cual el hombre se haga responsable de la preservación de los ecosistemas, entendiendo que todo está entrelazado dentro de la gran unidad en la diversidad y complejidad de los seres que habitamos el planeta.
El cuidado de los ecosistemas y de los desvalidos de la fortuna son compromisos inseparables. De ahí el surgimiento de los derechos de la naturaleza con la misma jerarquía de los derechos humanos. No todo puede ser convertido en mercancía, como nos lo ha impuesto el Capitalismo. Se requiere una civilización, basada en el aprovechamiento sustentable de los bienes naturales para construir una justicia social en beneficio de todos. Poner la economía al servicio del ser humano y de la preservación de los ecosistemas es el gran compromiso del Ecohumanismo, que supere las contradicciones del Capitalismo, que sólo puede sobrevivir sobre- explotando los bienes naturales para su acumulación, aunque esto conduzca a su deterioro y/o agotamiento.
Ecohumanismo no significa detener el crecimiento, propuesta ésta concebida por algunos economistas de la década de los 80 del siglo pasado, como alternativa para lograr el equilibrio entre bienes naturales finitos y crecimiento exponencial de una población que los demanda. Se trata de resignificar el desarrollo, mediante la racionalización del consumo desaforado por parte de las clases pudientes, de bienes y servicios producidos al menor costo, lo que conlleva afectaciones a los ecosistemas. La reducción de estos consumos, en su mayor parte suntuarios, no afectaría el aparato productivo, si se éste se reorienta a atender la demanda de bienes y servicios elementales que requiere la población más pobre del planeta.
Tal como lo anota el Rector del Uniminuto, Harold Castillo, en una columna de opinión publicada por el Periódico La República el pasado 17 de setiembre, somos hijos de la misma Tierra y de un proceso evolutivo común, lo cual nos debe facilitar construir un pensamiento colectivo que permita dialogar, convivir e integrarnos con lo diverso. Esta es la vía hacia el Ecohumanismo, que se asienta sobre la realidad concreta de las personas y las diferentes comunidades que habitan la Tierra, buscando una comunión con el diferente y con los ecosistemas.
Para terminar, quisiera volver a la ética del género humano (antropoética), el valioso legado del filósofo francés Edgar Morin, al cual me he referido en pasadas columnas.
La ciudadanía planetaria propuesta por Morin en 1999 en su libro “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro” sólo es posible si las más diversas poblaciones se integran en condiciones de igualdad, algo difícil de imaginar en el modelo neoliberal. La integración planetaria no puede ocurrir en la inequidad. El camino que va de la producción al consumo debe fundarse en algo más que el “comercio justo”: la identidad compartida, o lo que la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard enseña a los empresarios: La creación de valor compartido con las comunidades.
Los quebrantos del planeta exigen respuestas globales, algo que se hizo evidente con el Coronavirus, que logró unificar el espanto. La respuesta certera consiste en unificar las soluciones. Pero el más importante aporte de cada uno de nosotros con el Ecohumanismo es el compromiso con la Casa común: si queremos cambiar el mundo, el cambio debe empezar por cada uno de nosotros.
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