18 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Desaparecer la caja negra en el aprendizaje escolar 

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. 

https://paideianueva.blogspot.com/

En multitud de acciones cotidianas actuamos en presencia de cajas negras. A guisa de ejemplo, niños y adultos utilizan computadoras, dispositivos móviles y una variedad amplia de herramientas digitales, o no, con presencia de esas cajas.  Ocurre porque se emplean sin entender o saber qué hay allá dentro de ellas que las hace funcionar. Para algunos es magia de las tecnologías y para otros es un sinsentido siquiera intentar averiguarlo porque lo importante es que ellas hagan las tareas para las cuales fueron diseñadas. 

Dentro de los procesos de alfabetización informática y digital es crucial que desde los más pequeños entiendan que hay un complejo de interacciones entre software y hardware que hace que las máquinas, los computadores, los automóviles autónomos, un GPS, una consola de videojuegos funcionen. Es preciso, como proceso formativo para el resto de la vida, que reconozcan siempre que hay un conjunto de programas que subyacen y los hace operar o realizar determinadas tareas; conviene que sepan que en sus interacciones con tales dispositivos o herramientas se dan procesos internos que para ellos son una caja negra. 

Las cajas negras han estado presentes en los procesos de cognición humana y en la práctica de los oficios y profesiones. Por ejemplo, muchas de las prácticas médicas se han basado en diagnósticos de cajas negras cuando no se puede ver lo que hay dentro del cuerpo de quien padece una enfermedad; sin embargo, mediante la configuración de algunos indicadores, marcadores o parámetros  se ha podido inferir «lo que hay allí adentro», situación que cambió cuando aparecieron los rayos X y las endoscopias con los que se logran más precisos diagnósticos, se reduce la incertidumbre y se superan muchos de los falsos positivos y negativos que los diagnósticos de caja negra habían permitido, situación que mejora grandemente con desarrollos de inteligencia artificial. 

La presencia de la caja negra implica riesgos que deben conocerse en los procesos formativos en el campo de la informática. Tanto en la cibernavegación como en el uso de la amplia variedad de herramientas digitales todos tenemos que reconocer el riesgo de navegar como caballo cochero, sin libertad para mirar en distintas direcciones o para tomar rutas alternas y evadir las no deseadas. Se precisa mitigar los riesgos de navegación a ciegas, sin conocer que existen en la caja negra programas que pueden llevar a consecuencias negativas. Una manera de expresar el riesgo consiste en reconocer que, en la Red, en mitad de su innegable importancia, hay caminos culebreros, trampas y software maliciosos y malintencionados conocidos como «malware», enlaces perversos y trampas en correo electrónicos conocidos como «phishing» (correo o páginas maliciosas que tienen la intención de engañar a las personas, robar su identidad e información personal para luego ser usada de modo ilegal). 

Es necesario insistir en que muchos recursos de uso cotidiano (como las redes sociales, sitios de videojuegos y ahora con apuestas) están diseñados para volver adictos, como cualquier droga, a quienes las emplean. Por ello, la ciudadanía global precisa regular los atropellos que, con distintas modalidades, se cometen en cada instante violando la privacidad y abusando de la buena fe de quienes limpiamente recurren a la Red. Recordemos que multiplicidad de servicios en ella están en manos de empresarios en quienes el móvil central es la ganancia económica, sin que les importe la integridad de los niños y tampoco de los adultos cibernavegantes necesitados de información o de otros recursos disponibles en la Web. 

En los procesos de formación de cada niño, joven o adulto en la utilización de diversas herramientas y recursos informáticos es preciso focalizar los esfuerzos para que no sean simples pasivos receptores de información o productos, cualesquiera que ellos sean. Deberán reconocer que la «caja negra» estará ahí y que la explicación de los muy complejos procesos internos de procesamiento de información o ejecución de tareas están en manos de los especialistas con una complejidad que muy pocos entienden. 

A medida que se incrementa el número de aplicaciones disponibles y la diversidad de usos con implicaciones en la vida diaria y en variedad de procesos y decisiones sociales, se hará más y más evidente la necesidad de acceso oportuno y claro a la necesaria información y caracterización de las diversas aplicaciones para comprender, al menos, las ventajas y riesgos.  Situación que se torna cada vez más compleja, tal como se observa con los avances en la inteligencia artificial la cual construye y sustenta su operación sobre un conjunto muy complejo de algoritmos (de manera breve son conjunto de instrucciones que definen pasos para solucionar un problema). Si con base en ellos se toman decisiones, conviene saber que ellas no están viciadas ni recorridas de exclusión o con favoritismos en la toma de decisiones para unos sectores con exclusión de otros. 

Conviene, al menos, tener la certeza sobre cómo y por qué se comporta un modelo de operación de dispositivos y herramientas, saber que ellas tienen inocuidad social, laboral o ambiental frente a las acciones que se deriven de sus aplicaciones. No basta la confianza de que elaborados modelos estén bien construidos y orientados o que las herramientas y dispositivos de diversas clases tengan una presentación atractiva y realicen tareas sorprendentes; siempre conviene eliminar la posibilidad, omnipresente de sesgos de diversa índole, de una «caja negra» que encierra los peligros subyacentes. 

Si bien en la tradición del pensamiento científico, de las teorías económicas y de los desarrollos tecnológicos se ha concebido que una «caja negra» es cualquier sistema físico o social en el que se conocen los insumos, se observan resultados, pero que no se sabe que ocurre entre unos y otros, tal como ocurre cuando se usa un televisor, se navega en un GPS, se abre un navegador web o simplemente se marca un número en un teléfono celular. No ha importado saber cómo funcionan. Así ha sido, pero no puede seguir siendo de ese modo en educación. Los insumos son políticas de gobierno, recursos económicos, medios educativos, maestros y sus salarios, entre otros, y se esperan resultados valorados con exámenes, sin que se sepa con precisión a qué se deben los resultados observados. Pruebas cómo las estandarizadas para bachilleres en los distintos países y otras cómo PISA, trabajan con un enfoque de «caja negra», bajo un falso supuesto y complicidad delatora, ya que ignoran dicha caja y con las puntuaciones en los exámenes esperan, siempre sin fortuna, que entre los insumos y las mediciones demuestren mágicamente logros académicos superiores de calidad y presencia de atributos socialmente valorados. (https://rb.gy/jw90vm). 

Algo parecido, a pesar de los avances en neurociencias, ocurre con nuestros procesos cognitivos y afectivos y con el aprendizaje escolar. El servicio educativo en todo el mundo, con la evaluación de sus resultados, está anclado en procesos que desechan lo que ocurre al interior de los procesos formativos, a las complejas interacciones pedagógicas, a la interacción maestro – alumno, entre los alumnos, entre los métodos y motivaciones, entre los alumnos y maestros con respecto a la evaluación punitiva, entre otras interacciones. Estas quedan escondidas dentro de la «caja negra»; se niega intencionalmente verla y, con reiteración, es preciso señalar que si no se hace el esfuerzo consciente de reconocerla existe no sólo ignorancia selectiva sino omisión de los procesos más importantes en el aprendizaje y progreso escolares. 

La «caja negra», a pesar de todo, sigue ahí incólume a la espera de que la abramos, clarifiquemos y sepamos qué efectivamente y con qué clase de interacciones se alcanzan los mejores logros. Se sigue sabiendo qué se mete (y también que no) en la «caja negra» (los llamados «insumos»), pero observamos que se escurren responsabilidades, se expresan acérrimas críticas y se dan golpes de pecho cuando se conocen puntajes (mas no logros efectivos) en los muy impropios exámenes de Estado o en los internacionales las mismas pruebas que con omisión cómplice ignoran las complejidades de interacción de variables, emociones y otras que ocurren en los ambientes de aprendizaje escolar. Pobres los maestros, los que abundan en calidad y compromiso, quienes pagan los platos rotos ante las inicuas pruebas estatales. Esas interacciones, las que no se ven, ni se miden, son las más importantes para explicar los aprendizajes en contextos escolares. (https://rb.gy/6rukx7). 

Es un hecho cierto que padres de familia, Ministerios de Educación, otras autoridades educativas, agencias nacionales e internacionales de logros y la ciudadanía en general no saben qué pasa en las escuelas. De manera abiertamente errónea, todos han sido llevados a centrarse en las aleatorias e imprecisas calificaciones y en los puntajes en pruebas estandarizadas.  

Sin embargo, se desconoce que es más fundamental lo que ocurre en los espacios escolares y en las interacciones para el aprendizaje que las calificaciones. Si bien maestros y alumnos pueden decir lo que ocurre en las escuelas, ninguno de los dos está consciente de los que ocurre en el cerebro y con las emociones; el aprendizaje y la cognición  humana son asuntos de emociones; los alumnos y maestros deben entender  cuál es la naturaleza de sus procesos cognitivos y metacognitivos (en resumen, conciencia de los propios procesos de aprendizaje),  para iluminar la  «caja negra»  y así convertir a la escuela un centro de aprendizaje, una escuela viviente (la Living School que ha sido postulada) iluminada para el progreso permanente cognitivo, afectivo y volitivo de cada alumno, sin excepción.