4 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

De la autocensura o cuando rebelarse salva vidas: Los sordos ya no hablan

@eljodario

Por Jáiber Ladino Guapacha

Una de las frases más socorridas para acercar a la espiritualidad de Juan de la Cruz es aquella de que al final de nuestras vidas seremos juzgados en cuanto al amor. Como todo lo que puede escribir un poeta, y más si se trata de un místico es exacerbado: es una apuesta por la locura. Sin embargo, él, exégeta del Cantar de los cantares, había comprendido bien que cuando su Amado resumió la Ley hebraica en amar a Dios y al prójimo, incluso más de lo que se ama uno mismo, la sentencia de su amiga, la monja andariega, podría ser un lema de vida: Ama y haz lo que quieras.

El amor es un exceso, los místicos lo saben y en lugar de prevenirlo, lo que hacen es encender la pira, alimentarlo cuando parece entibiarse y las pavesas caen en los rostros de quienes asisten temerosos. Al final de esa biblioteca que los cristianos han leído hasta la ceguera sin entenderla muy bien, entre las epístolas, está la de un Juan que asegura: en el amor no hay temor.

Todo este recorrido palpita en mi cabeza después de terminar la lectura ininterrumpida de Los sordos ya no hablan de Gustavo Álvarez Gardeazábal. ¿Acaso hay otro combustible pueda mover a este hombre sino es el del amor? (De la autocensura). 

Quiero señalar esa clave de lectura en dos momentos. En el primero, quiero destacar el uso de la palabra en Gardeazábal como un reclamo del que ama. En el segundo, centrado ya en la novela, quiero señalar la interpelación que hace de los hechos trágicos de Armero, al menos en la perspectiva de los personajes, como una dañina observancia de la norma cuando se precisó de tomar la iniciativa y colocarse por encima del protocolo.