18 mayo, 2024

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Crónica 30 del maestro Gardeazábal: ”Cuando era heroísmo quemar la bandera gringa”

@eljodario

Hasta el 31 de mayo el maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal  publicará sus crónicas de un enchuspado. La de hoy la titula ”Cuando era heroísmo quemar la bandera gringa”.

La actitud de los imperios ha variado frente a las pestes. No era lo mismo la Roma de Marco Aurelio cuando la peste Antonina, que cuando la peste de Justiniano, 300 años después, que resultó ser el ataúd final del imperio.

Marco Aurelio puso todo su empeño, y sus caudales, para combatir la peste y enterrar a los muertos.

Justiniano no solo los dejó morir sino que le siguió cobrando impuestos a sus herederos. Marco Aurelio murió tranquilo y el imperio romano lo recordó con eterna gratitud.

Justiniano se salvó de la peste, pero no pudo salvar el imperio. En ambos momentos de aquellos 2 emperadores los judíos de Medio Oriente o los partos del otro extremo de Anatolia protestaban contra el imperio y trataban, como sí lo consiguieron los británicos, de apoderarse de sus águilas estandartes de las legiones romanas. Eran su símbolo representativo.

A comienzos del siglo XX cuando los Estados Unidos se fueron convirtiendo en imperio y volvieron bananas repúblicas muchos países de Sur América y con la United Fruit, la Tropical Oil o la rockefelliana Standar Oil se fueron apoderando de la voluntad de los débiles gobiernos latinoamericanos, el mayor gesto de protesta ante la avaricia y la injusticia mercantilista del imperio consistía en quemar la bandera norteamericana, con sus barras y sus estrellas, apelando al mito que los gringos crearon alrededor de su trapo. Ella significaba la explotación y la falta de misericordia de Washington.

No sé si la hayan vuelto a quemar donde todavía quedan tentáculos infernales de Trump o comunistas de la vieja guardia, pero hace unos días, perdido entre las brumas de esta peste que nos azota murió el único senador colombiano que fue capaz de quemar la bandera gringa en el salón elíptico del Capitolio Nacional, el santandereano Jorge Santos quien fuera por más de 7 años presidente de la USO.

Tamaño gesto fue valorado en su momento por quienes hemos tenido la osadía de criticar las acciones hirientes del imperio pese a que, como en mi caso, se me ha estudiado, hurgado y llevado a los altares de las cátedras universitarias norteamericanas.

La vida me permitió conocer a Jorge Santos cuando estaba como máximo dirigente obrero de este país y después como senador y, por esos giros de la vida, recibirlo en Tuluá, donde se refugió a terminar de ayudar a crecer a su amada hija Shirley.

Mucho conversé con este gigantón de estatura física y mental, enérgico y atrevido en sus batallas sindicales pero comprensivo y racional cuando se trataba de la patria que ambos defendíamos y que lo había estimulado a volver cenizas en pleno Senado de la nación la bandera del opresor yanqui, explotador miserable de los pozos de su entrañable Barrancabermeja.

Podíamos estar en desacuerdo en muchas cosas, pero nunca olvidaré que estuvo a mi lado cuando siendo yo alcalde de Tuluá ordené izar la bandera nacional a media asta en todos los edificios públicos mientras los mariners gringos no salieran de Juanchaco, donde habían llegado a aposentarse sin pedir permiso.

Allá me acompañó cuando llegamos a la escuelita que usaron como pretexto para sentar sus reales en nuestro territorio montados en una barcaza endeble que alquilamos para sentar con nuestra débil presencia un protesta idealista sin más armas que la tricolor ondeando en su gruesas manotas y unos carteles hechizos en las débiles mías.

Creíamos los dos en el futuro libre de esta patria hoy tan vapuleada y mal dirigida, humillada ante el gringo. Paz en la tumba de Jorge Santos, gloria a su atrevida gesta.

Escuche la crónica del maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal