18 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Contraplano: Un loco con más vidas que un gato

Orlando Cadavid

Por Orlando Cadavid Correa 

En su entrañable Bahía Solano, ocho meses antes de irse a cuadrar caja con El de arriba, dejó lista su autobiografía un quijote maicero, puesto en la pila bautismal Francisco José Rojas González, más conocido en algunas zonas del país con el remoquete de “Pacholoco”. 

Una noche de ‘brandicitos’, en las paradisíacas playas chocoanas del Pacífico, este singular aventurero –que tuvo más vidas que un gato y figuró en su tarjeta de presentación como lobo de mar, filósofo, poeta, escritor, soñador e ingeniero honoris causa– consiguió el título para su libro, que sigue inédito: Mi último regreso de la muerte. A la mañana siguiente, en el guayabo, se inventó el subtítulo: Mi única vida y mis muchas muertes. 

“Pacholoco”, nacido en Ciudad Bolívar el 23 de marzo de 1920, sabía que la Parca estaba próxima a venir por él, por lo que le confió el folio con sus memorias  para su ulterior publicación a su sobrino Fabián Puerta Rojas, que no ha conseguido cumplir la última voluntad de su querido tío, porque en esta época de alzas desenfrenadas en la gasolina, los impuestos, los alimentos y los arriendos no es fácil levantar un patrocinador editorial. 

La Pelona le cumplió la cita en Bahía, y se lo llevó mientras dormía el 7 de agosto de 2002, cuando completaba 82 años dedicado al libre ejercicio de su demencia. 

Rojas González, que decía ser una “Fábrica de ideas” que funcionaba sin parar 24 horas al día, diseñó proyectos realmente locos, por lo ambiciosos, colosales y utópicos: uno consistía en construir un ferrocarril al Pacífico para unir por vía férrea a Medellín con Bahía Solano, Curiche y Buenaventura, mientras en la vida real los Ferrocarriles Nacionales de Colombia perecían bajo la desidia de todos los gobiernos, que lo dejaron acabar y no fueron capaces de recuperarlo. 

Otro megaproyecto bien exótico de “Pacholoco”, que incluyó un mapa minuciosamente elaborado del área elegida, de unos ocho mil kilómetros cuadrados, se llamó “La nueva linda ciudad de Los Farallones”, en territorio de su amado Bolívar, como en él ubérrimo suroeste antioqueño. Tendría unos 80.000 habitantes, aeropuerto, amplias avenidas, zonas residenciales, comerciales y universitarias, y hasta un funicular para explorar turísticamente los ariscos y opulentos cerros del Citará, que él escaló en dos penosas jornadas en las que desafió los azarosos abismos, las ventiscas, los rayos, la fatiga, el hambre y el frío. 

La inconfundible voz de este orate, que alguna vez, cual Ícaro del siglo XX, intentó volar con un fallido invento que llamó “alas batientes”, viajó por las ondas hertzianas y se hizo famoso a través de los programas de radio que se difundieron después de la medianoche.  Él se las ingeniaba para que Antonio Ibáñez, Néstor Armando Alzate y Juan Manuel Serna le dieran micrófono.  En sus emisiones, originadas desde Bahía Solano, estrenaba lo más reciente de su producción poética; lanzaba en su prosa sencilla y clara alguna opinión sobre un tema de actualidad nacional; hacía convocatorias a la paz entre los colombianos, y defendía con vehemencia el medio ambiente, a tiempo que arremetía contra los depredadores de naturaleza. 

El periodista Nédher Sánchez, su mejor biógrafo, lo retrató así, poco después del óbito, en su periódico “La Cuchi-ya”: “Pacholoco” era un padre, un orador, un historiador. Pacho el político, el filósofo, el chatarrero, el último herrero, el periodista, ese que en las madrugadas por radio nos refrescaba la mente con sus acostumbradas charlas. Aquel que paseaba muy orondo por las calles amplias de Bahía Solano en su destartalada bicicleta, con una cerveza o con un guaro y una vara de pesca rumbo a conversar con los peces, como él mismo lo afirmaba”. 

La apostilla: “Pacholoco” también tuvo algo de profeta, pero es rigurosamente cierto que nadie lo es en su propia tierra.  Siempre alertó a sus paisanos de Ciudad Bolívar acerca del peligro de una futura avalancha de la quebrada “La Mansa” sobre el área poblada, que tendría repercusiones catastróficas, pero nadie le paró bolas. “Ese Pacho sí que está loco”, dijeron en su pueblo natal, y la advertencia ha seguido ahí, como una anécdota, como si nada.