Por Ramón Elejalde Arbeláez
Las historias conocidas diariamente nos llevan a pensar que definitivamente parte importante de nuestra población está enferma y no parece vivir inmersa en una sociedad civilizada que por siglos ha construido reglas de comportamiento humano, que nos permitan coexistir armónicamente como seres pensantes.
Padres, familiares o vecinos violando niños, incluso bebés; progenitores asesinando hijos; soldados arrebatándole la vida a inocentes para presentarlos como guerrilleros caídos en combate; sacerdotes violando niños; maestros acosando a sus alumnos; gobernantes apropiándose del dinero de la alimentación, la salud o la educación de los más pobres; seres humanos quitándole la vida a semejantes por pensar distinto; empresarios forzando a sus trabajadores o empleados a votar por el candidato de sus preferencias, sin el más mínimo respeto por la libertad y la dignidad del hombre; pueblos sometidos por hordas irregulares armadas e imponiendo su arbitraria voluntad; dirigentes enriqueciéndose a costa del dinero que debería ir a los más necesitados o al progreso de sus pueblos; curas aprovechando el púlpito para imponerle a sus creyentes fieles, sus apetencias políticas; en fin, un sinnúmero de historias que nos deberían avergonzar como sociedad cristiana que decimos ser.
Esta semana conocimos un hecho que nos sitúa en un pueblo que no pareciera estar inmerso en el siglo XXI. Unos padres de familia, pertenecientes a una comunidad educativa de sectores exclusivos de la sociedad, les piden a las directivas de un colegio que retiren a unas niñas de cuatro y dos años, pues sus padres tienen un pensamiento político distinto al de los firmantes. El colmo. Excluir al diferente en vez de convivir como seres humanos y civilizados que decimos ser. Aberrante discriminación, odiosa postura en contra de dos niñas inocentes que igualmente tienen derecho a acceder a la educación. Definitivamente somos un pueblo enfermo, una sociedad con gravísimos problemas de adaptabilidad y compenetración con un mundo regido por principios de dignidad y respeto por el semejante.
Afortunadamente dentro de esta historia dolorosa de exclusiones y vetos, el plantel educativo, otros padres de familia y un sinnúmero de estudiantes, rechazaron tan indignante posición. Eso nos reconcilió un poco, pero no es suficiente frente a tanto desadaptado que funge como ser social.
En mucho estamos fallando como familia, como escuela, como colegio, como universidad, como gobierno, como iglesia, como sociedad. Es imprescindible volver sobre una formación y educación sustentada en el amor y el respeto por los semejantes. Es imperativo que el hombre le rinda culto a principios como la vida, la dignidad, la libertad y el respeto por el parecido, el ser sintiente y el medio ambiente. No podemos seguir precipitándonos sobre un foso de ignominia, convertidos en una horda primitiva donde vivimos todos contra todos.
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