17 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Bachillerato académico y bachillerato técnico: una aporía insostenible hoy  

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. 

https://paideianueva.blogspot.com/

Se sigue pensando, con concepto curricular arcaico e inútil, que los procesos formativos educativos pueden dividirse, con hipérbole engrandecida, entre académicos y técnicos. No hay nada en el mundo laboral de hoy que justifique el singular despropósito, en especial cuando se aplica a la formación final de los bachilleres.  

Hoy, y con seguridad en el pasado, carece de sentido suponer y forzar que los estudios de bachillerato se puedan dividir en las muy estrechas casillas de académico y técnico. Semejante adefesio carece de sustento y respaldo en el mundo de las profesiones, en la cotidianidad del mundo y obliga, a contrario sensu, a que los estudiantes, jóvenes e imberbes adolescentes, se acomoden a un artificio de escritorio, de ordenamiento añejado en los muy viejos toneles de la antigua pedagogía. Si el bachillerato como se da hoy carece de sentido, con mucha más razón lo es la división del mismo entre bachillerato académico y bachillerato técnico. El ejercicio de la ciudadanía, las normas cívicas del buen vivir y la moral no son ni académicas ni técnicas, como no lo son la medicina, la psicología, el derecho y cualquier otra profesión u oficio. 

Bien se ha dicho que hoy el bachillerato finaliza con el otorgamiento de un diploma, el cual sólo certifica que se han cumplido y aprobado (con frecuencia de cualquier manera) un grupo determinado de asignaturas organizadas con una estructura carente de lógica y de sustento pedagógico. 

Se ha reconocido que la educación en general, y el bachillerato en particular, no habilita a los jóvenes para la ciudadanía y para el trabajo productivo en la sociedad, culturas y economías del siglo XXI, no faculta para comprender los desarrollos en ciencias y tecnologías, ni los cambios y riesgos en la geopolítica mundial. Tampoco los habilita para ser ciudadanos con sólida formación en valores cívicos, éticos y culturales, amantes de la democracia participativa y guardianes de la biodiversidad. Es una formación escolar sin forma que deforma a los jóvenes que han sido conducidos, durante años escolares sucesivos, con la idea de qué hay cielos abiertos, caminos fáciles, rutas llenas de abundancia, con mucho néctar y ambrosía (vino y alimento de los dioses de un falso Olimpo), una vez logren el muy devaluado cartón de bachiller.  

Es algo inhumano y hasta brutal, pero real. Se induce a niños y jóvenes a la precaria aventura de trasegar por caminos con brújulas descarriadas o GPS que no llevan a ninguna parte, frustración anunciada frente a rutas inciertas, a sabiendas de que los caminos mismos no se devuelven y tampoco facilitan el encuentro de rumbos nuevos o acaban en atajos sin salidas. Es el desengaño de los jóvenes burlados en su inteligencia y buena fe por un modelo educativo lleno de proclamas vacías y de añejas e impropias intenciones.  

Pero, desde antes de finalizar el bachillerato, muchos ven, con precoz anticipación, la inutilidad de la formación que se les ofrece, de lo que pueden lograr por los caminos y opciones que les son pintadas. Propuestas formativas que se acompañan de la creación de expectativas etéreas, cuna de lo incierto, de la confusión, la incertidumbre y la tempranera frustración. Es una tramoya enredada que lleva a muchos al abandono temprano de la escuela, con un severo impacto negativo en sus vidas y en la garantía del goce a su derecho fundamental, e irrenunciable, de una educación de calidad en la cual puedan aprender, desplegar y alcanzar elevadas aspiraciones para beneficio propio y de toda la comunidad. 

Desde la edad de 15 años, o alrededor del grado noveno, empieza una crisis amplia de muchos adolescentes que, con temor y frustración, vislumbran en el corto plazo como se acerca el desempleo y la marginación (muy agravada especialmente entre las niñas), con alienación y confusión agudizada. Entre aquellos jóvenes que logran finalizar el bachillerato, sólo un porcentaje bajo logra acceso inmediato a programas de educación superior y muy pocos encuentran la posibilidad de empleo y trabajo digno y estable con aseguradas garantías de seguridad social. 

Aquellos que no ingresan a la educación superior o al mundo laboral se suman a los tempranos y precoces desertores. Acaban, por inercia y desamparo social, convidados al temido campo minado del desempleo; los acompaña la frustración frente al espejismo quimérico de ingreso a la educación superior que les fue señalado como una opción posible que les garantizaría el cartón de bachiller. Así, se ha creado una cultura juvenil de desencanto, ignorada por muchos y tolerada por las mayorías, frente a lo que la sociedad, con vetusto modelo educativo, les ofrece y les había prometido.  

Algo cruel es parodiar al Maestro Rafael Escalona cuando cantó lo tanto que se aprecia el cartón de bachiller cuando abunda tanto en el basural: «Porque eso si es digno de compadecer a todo el que no tenga el cartón de bachiller… con tanto de sobra que hay en el basural… Adiós mis amigos, yo me voy a desterrar pal’ sur de Colombia, donde hay paludismo y fiebre. Si me notan triste es porque me duele dejar mi Patria querida tan llena de bachilleres». (El lector puede escuchar la canción «El Bachiller» aquí: https://rb.gy/8v0sun). 

Por años se ha asumido, de modo erróneo y gobernados por una creencia sin fundamento, que la formación escolar para el éxito, personal, social y profesional se alcanza por una de dos vertientes en los últimos grados de la educación secundaria: la académica y la técnica. Creencia fundamentada en el supuesto de que la académica desemboca en la admisión universitaria y la técnica en el ingreso pronto al mundo del trabajo. 

Ambas aserciones, como todos sabemos, son falsas. En algunos países la formación en los últimos grados de la educación secundaria la denominan, bajo el mismo falso e impropio supuesto, como «la preparatoria». Asumiendo que se ha «preparado» (no tanto formado con solidez) a los jóvenes para el trabajo o educación posterior, pero bien se sabe que el acceso al mundo laboral y a las formas superiores de cualificación están condicionadas por una cantidad adicional de variables sociales, culturales, económicas, geográficas y demográficas. Confusión que se agrega cuando en muchos otros países «la preparatoria» es la escuela primaria. 

El ingreso a la educación superior y al mundo laboral no se garantiza con la muy impropia separación entre lo académico y lo técnico. Toda formación escolar desde preescolar hasta la educación superior está impregnada de contenidos académicos y fundamentada en desarrollos técnicos y tecnológicos, sobre una base social, moral y ética. Así, las matemáticas, el arte y las ciencias no caben en la dicotomía excluyente de académico o técnico. No hay aporías o separaciones inevitables entre lo que se ha considerado académico y lo tecnológico. La formación escolar es íntegra en el mundo de hoy, no se puede formar a generaciones de jóvenes encasillados, enclaustrados y rotulados como seres académicos o tecnológicos. Se precisa finalizar con la ilusión de que existe una separación clara, observable y verificable entre ellas.  

La impropia e inútil separación, por carriles independientes de lo académico y lo técnico (lo tecnológico, más bien), rompe los espacios de integración de saberes para llegar a la innovación social, la creación científica, tecnológica, artística o cultural. En esa creación, de manera libre y con iniciativas propias, concurren los estudiantes con sus talentos, emociones y motivaciones, las cuales no pueden ser interferidas desde afuera con la aporía castigadora que los obliga a seguir caminos que no existen fundamentados en concepciones del mundo abiertamente impropias y muy atrasadas del mundo social, cultural y del laboral con su diversidad creciente de requisitos.