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En octubre de 2016, el arquitecto Simón Vélez (foto),  quien supuestamente le entregó losd fajos de billetes a Gustavo Petro, concedió una entrevista a la revista Gato Pardo. Vale la pena leer los párrafos más destacados. Lean:
Pero en la polÃtica unos sirven el almuerzo y otros ponen el dinero. «Encarreto a clientes y amigos a que inviertan plata», me dijo Simón que, refractario a las moralejas, ha dado a su activismo polÃtico un giro riesgoso, haciendo de intermediario de personajes opacos que nunca figuran pero caminan por las sombras de la polÃtica haciendo de banqueros de segundo piso que financian candidatos como quien invierte —o apuesta— en la bolsa. Cuando ganan, algunos cobran en influencia, otros en efectivo y con intereses.
— ¿No le da miedo mediar en esos acercamientos? —le pregunté.
— Me parece entretenido. Es la novela de la vida. Eso es excitante. Y por corrupto que sea un polÃtico es peor un policÃa, créame. En una democracia, mientras se necesite tanta plata para una elección, eso no se puede hacer sino a través de corrupción. La polÃtica sin plata no existe.
En el rol de fundraiser (que a veces le implica hacer de tesorero improvisado y guardar los jugosos recaudos en tarros de la cocina) le consiguió aportes a las campañas de personajes antagónicos como el exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro, un exguerrillero al que le presta sucasa de descanso en Girardot, como a Germán Vargas Lleras, de derechas y actual vicepresidente de la República. «Mi partido es el neo-oportunismo», fue la explicación de Simón cuando le señalé la elasticidad de sus afectos polÃticos, tan flexibles como la guadua y donde caben ideales a los que los separa un abismo tan hondo como el que sobrevolaba aquel helicóptero mudo.
Como la polÃtica, la arquitectura sin plata tampoco existe. Y la arquitectura de Simón tiene un costo asociado impredecible: «Mi método es el de la prueba y el error», dice Simón, que descubrió lo que podÃa llegar a construir con la guadua gracias a un raro cliente al que no lo espantó un método tan arriesgado. La razón: el riesgo era insignificante junto al que manejaba habitualmente en su negocio. «En esa época yo no era nadie», me dice Simón, menos dado hoy dÃa a alardear, como le gustaba hacerlo hace algunos años en público, de las épocas en las que le hizo casas y fincas a algunos narcotraficantes de renombre. «Hoy dÃa no trabajarÃa para esa gente», completa.
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