23 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Así piensa Simón Vélez, quien supuestamente le dio los fajos de billetes a Petro

 

En octubre de 2016, el arquitecto Simón Vélez (foto), quien supuestamente le entregó losd fajos de billetes a Gustavo Petro, concedió una entrevista a la revista Gato Pardo. Vale la pena leer los párrafos más destacados. Lean:

Pero en la política unos sirven el almuerzo y otros ponen el dinero. «Encarreto a clientes y amigos a que inviertan plata», me dijo Simón que, refractario a las moralejas, ha dado a su activismo político un giro riesgoso, haciendo de intermediario de personajes opacos que nunca figuran pero caminan por las sombras de la política haciendo de banqueros de segundo piso que financian candidatos como quien invierte —o apuesta— en la bolsa. Cuando ganan, algunos cobran en influencia, otros en efectivo y con intereses.

— ¿No le da miedo mediar en esos acercamientos? —le pregunté.

— Me parece entretenido. Es la novela de la vida. Eso es excitante. Y por corrupto que sea un político es peor un policía, créame. En una democracia, mientras se necesite tanta plata para una elección, eso no se puede hacer sino a través de corrupción. La política sin plata no existe.

En el rol de fundraiser (que a veces le implica hacer de tesorero improvisado y guardar los jugosos recaudos en tarros de la cocina) le consiguió aportes a las campañas de personajes antagónicos como el exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro, un exguerrillero al que le presta sucasa de descanso en Girardot, como a Germán Vargas Lleras, de derechas y actual vicepresidente de la República. «Mi partido es el neo-oportunismo», fue la explicación de Simón cuando le señalé la elasticidad de sus afectos políticos, tan flexibles como la guadua y donde caben ideales a los que los separa un abismo tan hondo como el que sobrevolaba aquel helicóptero mudo.

Como la política, la arquitectura sin plata tampoco existe. Y la arquitectura de Simón tiene un costo asociado impredecible: «Mi método es el de la prueba y el error», dice Simón, que descubrió lo que podía llegar a construir con la guadua gracias a un raro cliente al que no lo espantó un método tan arriesgado. La razón: el riesgo era insignificante junto al que manejaba habitualmente en su negocio. «En esa época yo no era nadie», me dice Simón, menos dado hoy día a alardear, como le gustaba hacerlo hace algunos años en público, de las épocas en las que le hizo casas y fincas a algunos narcotraficantes de renombre. «Hoy día no trabajaría para esa gente», completa.