17 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

¿A quiénes conviene tener ciudadanos confundidos? 

Claudia Posada

Por Claudia Posada 

Es posible que a la hora de circular la edición del medio en el que se publica esta columna, hoy 29 de octubre del 2023, día de elecciones en Colombia para que los ciudadanos mediante su voto elijan nuevos mandatarios territoriales, lo mismo que diputados, concejales y ediles, ya estén los resultados arrojados en las urnas. Independiente de estos, es conveniente reflexionar en cómo se llevaron a efecto las campañas políticas de aspirantes a obtener curules en los cuerpos colegiados y de los candidatos a regir los destinos de municipios y departamentos. Campañas tan sucias -en general- que anticipan cómo serán los mandatos. Muy lamentable que éste sea el pronóstico ciudadano. 

Situándonos en el contexto internacional, con las guerras despiadadas que padecen algunos países del mundo, originadas en aparentes  distintos motivos, pero que en el fondo todas, y desde siempre, sus raíces están  en la ambición, o el fanatismo, creería uno que en Colombia podríamos ser sensatos, razonables hasta llegar a pensar que la búsqueda de la paz interna de nuestro país, podría unirnos para superar las violencias que nos aquejan, las que a la fecha han arrojado datos estadísticos sumamente preocupantes, muy dolorosos, y crecientes en cuanto a víctimas. 

La mayoría de los candidatos a gobernar local y regionalmente, concentraron la esencia de sus posiciones, en presentarse como antigobiernistas radicales. No hubo iniciativas novedosas, pero sobre todo viables para transformar, avanzar, modernizar o generar oportunidades. La altanería, ordinariez, irrespeto y falta de seso fueron las constantes en los debates públicos y redes sociales. Todo el cobre que pelaron, no hay con qué taparlo; disimular el fondo de sus ambiciones, para el caso concreto de Medellín y Antioquia, fracasó estruendosamente las dos ultimas semanas de campaña cuando se aliaron, o adhirieron, candidatos que en los días anteriores se habían sacado los trapitos al Sol; inclusive, evidenciaron escenarios de componendas inexplicables a la luz de principios e idearios políticos. 

En cuanto a considerar qué vimos en los candidatos interesante para decidir el voto, al analizar su solvencia intelectual, además de los conocimientos pertinentes para el manejo de los publico con idoneidad y solvencia moral, sí que la mayoría nos desilusionaron. Tal parece que, para algunos, sea cual fuere el tema a dilucidar, la consigna era seguir dividiendo la opinión pública para acentuar odios y amores dañinos al país, favorables a ciertas figuras en particular. Vivimos territorialmente lo mismo que en la campaña pasada para presidente de la República; e independiente de las campañas, en todo escenario, espacio y momento, se observa un afán perturbador por sembrar cizaña, por contribuir en el malestar ciudadano, por acrecentar insatisfacciones y crear el ambiente de desconcierto apto para “Pescar en río revuelto”.  

Examinando mensajes y comentarios en las redes sociales, se descubre que son mayoritariamente usadas por personajes que acuden a ellas para aumentar reconocimiento, pero si el personaje es un político, tanto los mensajes como los comentarios, tienen la misma lamentable intensión: crear desprestigio, malestares, incertidumbres y por sobre todo confundir. No se trata de buscar ángeles entre los políticos, pero sí se tuviera, al menos, buena voluntad para cumplir el rol del quehacer público con alguna altura. Los comentarios a los pronunciamientos de los políticos, muestran claramente que estamos lejos de conseguir una ciudadanía formada políticamente, y por lo tanto sin criterios definidos para votar a conciencia siempre. Como se evidencia una clase política poco decente, sin honestidad ni honradez, a las urnas van dos tipos de ciudadanos: Los convencidos de que el derecho a votar se debe ejercer, aunque las opciones no sean suficientemente interesantes, y el que vota por interés particular. De ahí que el porcentaje de electores no sea el deseado. Entre los comprometidos con la democracia participativa están los que optan por el voto en blanco.   

Es inexplicable que haya liderazgos en Colombia -junto con sus seguidores- decididos a mantener la polarización como estrategia para obtener fines personales; a la vez que para evitar cualquier intención de conciliar en procura del entendimiento necesario para recorrer caminos solidarios. Colombia, un país biodiverso, hermoso, pleno de riquezas que podrían explorarse y explotarse en el marco de la legalidad y la sostenibilidad, padece diferencias socio-económicas abrumadoras, crueles, infames; la discriminación, la persecución que mancilla, el desplazamiento en los campos y la enorme falta de oportunidades en las ciudades, no se da por generación espontánea, es el resultado de posiciones políticas, sociales y económicas, adversas al bienestar colectivo.  

Las inequidades motivaron el voto esperanzador de la mitad y un poco más de los electores que fueron a las urnas en la jornada electoral de hace un año largo, para elegir al sucesor de Iván Duque. El resultado de la contienda sorprendió, inclusive, a los mismos electores que depositaron sus esperanzas en el actual mandatario de los colombianos. En este momento, como desde el mismo instante del triunfo obtenido por Gustavo Petro, no se ha podido superar la alteración emocional que produjo ese resultado en quienes no estaban preparados, como se espera en una democracia, para enfrentar la voluntad del pueblo. Así las cosas, los ciudadanos no alcanzamos a visualizar con claridad el horizonte colombiano; los aciertos y desaciertos reales, se ocultan en tergiversaciones y la manipulación de la información en algunos medios de comunicación, contribuyen a la confusión; es decir, las tácticas negacionistas van ganando terreno, y lo peor es que, como se trasladaron a las campañas territoriales, ya nos podemos imaginar cómo serán los mandatos que siguen la misma línea. ¿A quiénes conviene tener ciudadanos confundidos?