30 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Contracorriente: Sobre el paro minero 

Ramon Elejalde

Por Ramón Elejalde Arbeláez 

Los sectores del Bajo Cauca y el Nordeste antioqueño han venido padeciendo en los últimos días lo que se ha denominado una protesta de mineros por las acciones de las autoridades, en contra de la llamada minería ilegal. Fueron días de gran tensión, momentos difíciles para una comunidad que fue intimidada con acciones de fuerza de algunos de los líderes de esa protesta. He sido un defensor a ultranza del derecho a la protesta, pero también soy un convencido que la violencia, como incendiar vehículos, destruir ambulancias, impedirles a las gentes que transiten libremente o su derecho al trabajo y a la alimentación, son acciones que vulneran los derechos humanos de la mayoría de la población y producen más violencia, abandono y pobreza. Seguramente en estas dos subregiones del Departamento existieron o existen reclamantes pacíficos, pero también fue evidente la presencia de muchos violentos que perturbaron notablemente el discurrir de una comunidad laboriosa y pacífica.  

El Estado, al momento de darle tratamiento al problema minero en Colombia tiene que diferenciar, como ya lo han señalado muchísimos colombianos, entre lo que es la minería ancestral o tradicional y lo que hoy denominamos minería ilegal que está arrasando con la vegetación de amplios territorios y destruyendo las cuencas de numerosos ríos. Esta minería ilícita está contribuyendo, ¡y de qué manera!, en la destrucción de nuestra tierra, profundizando las secuelas gravísimas que ya vemos con respecto al cambio climático, que es una terrible realidad y no un invento de ecologistas. La minería ilegal está dejando una estela de destrucción en la vegetación y en las aguas. Estamos exterminando un líquido vital para la subsistencia de la población. Al paso que vamos dejaremos de ser una despensa de agua y oxígeno para el mundo y nos convertiremos en una rémora más de la terrible tragedia que hoy vive la tierra, nuestro hábitat. No le estamos dejando a nuestros hijos un lugar agradable para vivir, sino un desierto inhóspito y hostil al ser humano. 

Adquirir dinero a costa de la vida de nuestra descendencia, es de un egoísmo y una ambición inhumana. Destruir la tierra es inmolarnos por la satisfacción efímera de tener más riqueza. Sobrevolar las regiones del Bajo Cauca y el Nordeste producen dolor, angustia y desesperanza, parecen lugares bombardeados luego de una terrible guerra atómica. ¿Los ilegales y violentos habrán mirado a los ojos a sus hijos y/o nietos luego de ver cómo con sus acciones quedan los ríos y la tierra que serán el lugar que morarán ellos y su descendencia? No lo creo. Los tiene obnubilados el dinero sucio que obtienen exterminando la habitación de la futura Colombia.  

La preocupación y la angustia que refleja la actitud de Aníbal Gaviria en todo este episodio, es la reacción responsable de un gobernante comprometido con su región y sus gentes. A él, al gobierno Petro y a la población de estas sufridas regiones paisas, debemos respaldarlos en su propósito de regularizar la minería y combatir la minería ilícita y exigirles a los violentos que cesen no solo en sus acciones contra la población, sino en la destrucción inmisericorde del medio ambiente. Permitamos que la tierra se recupere, antes que sea demasiado tarde.