
Por Carlos Alberto Ospina M.
En un sentido estricto, crudo, simple y racional ¡no vale la pena calentarse la cabeza! con tantas falsedades pregonadas por la mayoría de politiqueros. Los seudodebates son la muestra puntual de la desfachatez, la conveniente amnesia sobre las inmoralidades pretéritas y el cinismo propio de bribones. La necedad es la norma y la hipocresía el modus operandi de varios candidatos a la presidencia de la República.
Uno de los orígenes del irrespeto a la inteligencia humana consiste en la doctrina totalitaria que no admite la validez de los saberes ajenos ni responsabilidad en el estado corrompido de cosas. El mecanismo de defensa que utiliza para ocultar el desequilibro, la vaguedad y la incoherencia de sus planteamientos parte de desconocer la diversidad de pensamiento; aunque se jactan de adorar la opinión de terceros. Justamente al momento que, el contrincante, saca los trapos sucios y el expediente de los delitos perpetrados por el aire brota la halitosis de los epítetos, las bajezas y los insultos. “No me interrumpa, déjeme hablar”, señala en tono fuera de razón.
Esa es la demostración del círculo de mentiras oficiosas y el juego de doble moral de aquellos que deberían estar en la cárcel por ser guerrilleros, disidentes armados, paramilitares, delincuentes comunes, bandidos de cuello blanco, jueces pusilánimes, autores de delitos atroces y corruptos socarrones.
Por esto, en la mayoría de los debates unos recurren al lugar común o estribillo de batalla de que “hicieron trizas los acuerdos de paz”. A la par, patrocinan las asonadas, la miseria, el fanatismo, el odio, el narcotráfico, la destrucción de la economía y el terrorismo a manos de la denominada Primera Línea. Un argumento sensato es la protesta pacífica y otro asunto de vital importancia constitucional, reside en el control obligado del abuso de este derecho a partir de las distintas formas de violencia. ¿Cuál es la paz que dicen defender? Tramoyistas lejos de la verdad indubitable.
Adoptar una actitud despectiva, arrogante y de importarle un bledo la participación activa de los demás, demuestra el innegable talante opresor de Petro. Para él la libertad de expresión no es un derecho humano fundamental que se debe acatar, respetar, promover y conservar; por el contrario, a la luz del absolutismo que encarna, concibe la independencia de criterio como una norma subjetiva a eliminar al paso que devele el fondo siniestro de sus intenciones dictatoriales.
Tiene que ser muy bajo el nivel de instrucción de ciertos jóvenes para permitir que los ultraje, los menosprecie y los ridiculice en público al instante que ellos le echan en cara sus múltiples contradicciones. Gustavo Francisco Petro Urrego es experto en instrumentalizar a los muchachos y también, muy versado en las técnicas de la supresión: ‘lo que no sirve, estorba’. Ahora lo oigo injuriar a las juventudes, años atrás fue el representante de un cuento cruento. ¡Revísese la obscenidad descarada de Petro!
¡Qué falta de cojones! de la élite del periodismo capitalino, algunos profesionales y nuevos paladines de oficio que, no son capaces, de confrontar al deshumanizador Petro, quien maneja a su antojo los debates e impone los enfoques. ¡Qué menoscabo a la palabra, a la veracidad y a la función social de los medios de comunicación!; en vez de esclarecer el panorama político, abandonan el honor sin tener seguras las espaldas.
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