@eljodario
Antes de que las ciudades se volvieran las montoneras de colmenas humanas y los lÃos de los vecinos perdieran capacidad de perturbarnos porque ya ni se sabe quién vive en el piso de arriba o en el de al lado, un solo cambio de actitud de alguien del vecindario perturbaba la paz de la cuadra entera y a veces hasta de medio barrio. Como los paÃses no han caÃdo en ese fragor del aislamiento urbano, la globalización mediática nos pone al tanto de lo que pasa en la vecindad. Por eso entendemos y sufrimos al recibir refugiados venezolanos. O preferimos carcajearnos por las insensateces de la dizque derecha de Bolsonaro. Y veces hasta llegamos a preocuparnos por los contagios ideológicos o las oleadas truculentas de los presidentes vecinos, como está sucediendo por estos dÃas en El Salvador, Nicaragua y Venezuela. En cada uno de esos tres paÃses el parche se está calentando.
El buen mozo de Bukele en El Salvador entendió que un paÃs tan desbaratado con la peste de las pandillas maras y los contratistas del estado ordeñándolo necesitaba mano dura, se ha ingeniado para destituir los jueces, poner a los nuevos a autorizar su reelección y pretender organizar la estructura del pequeño paÃs caminando por el filo de la navaja mientras lo aplauden sus gobernados y lo vituperan afuera por enemigo de la democracia.
En su vecina Nicaragua, el asunto ya está institucionalizado sin que ni el gringo guardián de la heredad se entrometa de nuevo ni los rusos ni los chinos consideren que el gobierno que presiden Ortega y su esposa sea de brujerÃa barata y de ambiciones minúsculas pero desbordadas. Extraditan a Sergio RamÃrez, Premio Cervantes, por ser un escritor que no es neutro.
En Venezuela, el mastodonte de Maduro se ve a gatas no porque su pueblo muere de hambre y los generales se enriquecen, sino porque entre los generales que se fueron y todo lo cuentan y el ingreso del barranquillero Saab a la cárcel gringa, se podrÃan prender ventiladores que formarÃan huracanes hasta de categorÃa 5.
Los colombianos, entretanto, mirando despreocupados desde el balcón, apenas si nos damos cuenta de lo cerca que estamos de esos fogones para que el alboroto de la vecindad nos contagie. ¿Qué tal donde nos aparezca un Bukele o donde dejen volver a Petro otro Maduro o que algún banquero en apuros cuente la verdad de los grandes anticipos que mueven la locomotora de la presunta democracia que vivimos? Es para pensarlo.

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