23 septiembre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Locos de atar

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Por Carlos Alberto Ospina M. 

Esto no se soluciona con paños de agua tibia, invocaciones al todopoderoso o exhaustivas investigaciones. La violencia no es el resultado del encierro por la pandemia o la situación económica deriva de las desigualdades sociales. Aquí no existe gloria y sigue la guerra, porque la tranquilidad de ánimo a pocos abriga. 

Algunos son incapaces de amansar el odio y cambiar la condición de la huelga salvaje. A las patadas exigen pronta justicia y de forma desconsiderada echan abajo los bienes públicos y privados que, a la mayoría de gente patana, nada les ha costado. “Toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente. Sólo la ley podrá establecer de manera expresa los casos en los cuales se podrá limitar el ejercicio de este derecho.” (Capítulo 1: De los derechos fundamentales, Artículo 37, Constitución Política de Colombia). ¿A cuántos perturbadores debemos explicar ese límite?  A ninguno. Todo acto por fuera de la ley hay que castigarlo. Al fin y al cabo, no se trata de una negociación a la luz del Estado de Derecho. 

A la lupa del excesivo uso de la fuerza y el evidente abuso de autoridad le falta el enfoque de contexto, la mirada en perspectiva y 360 grados de investigación. Al parecer, el resentimiento de dos policías condujo a la muerte del veterano alumno de derecho, Javier Humberto Ordóñez Bermúdez, en el sector de Villaluz, occidente de Bogotá. Independiente a los recientes antecedentes judiciales y la intemperancia de la víctima, nada sale bien de la brutalidad e irracionalidad de las acciones, puesto que el energúmeno ignora la súplica y el ¡basta ya! La ira contra alguien labra senderos de represalias y desquites de una persona a otra. En consecuencia, quedamos inmersos en el perverso círculo vicioso a cargo de agitadores, malquerientes y enfermizos que promueven un privilegio odioso. 

El tono arrebatado, populista e incitador de la alcaldesa; Claudia Nayibe López Hernández, alentó a las células urbanas del ELN y de las disidencias de las Farc; a ciertos colectivos venezolanos mimetizados en los barrios populares del Distrito Capital; a la delincuencia común y a grupos radicales; a unos cuantos drogadictos y a cientos de vagos. También, López Hernández, con su estilo indirecto dio papaya a muchos asociales, zánganos e inconformes para que deslegitimaran el ejercicio de la protesta social a partir del terror, el vandalismo y la ruina.  En manada aquellos primitivos se comportan de manera temeraria, y solos, adquieren la fachada de destinados al sacrificio. 

La primera autoridad capitalina, Claudia López, al ver que los desmanes se salieron de madre empezó a mirar con malos ojos al gobierno nacional y señaló con piedra negra la responsabilidad de terceros. Una vez más se lavó las manos, y al igual que su homólogo de Medellín, cree que “eso con pinturita sale”. Este tipo de mensaje condescendiente y encubridor sirve de gasolina para la impunidad y el desorden. Con manifestaciones violentas diferentes individuos supuestamente reclaman justicia. Ellos se creen intocables así acaben con el nido de la perra. El asunto sobrepasa la conducta de oposición a la autoridad para convertirse en deshonra de la sociedad civil. 

La imagen de aquel integrante de los Escuadrones Móviles Antidisturbios, Esmad, recriminando y separando a un uniformado que golpeaba en las piernas al detenido, ilustra las contradicciones al interior de la Policía Nacional y la necesidad de profundizar en el respeto a los derechos humanos que, dicho sea de paso, del mismo modo aplica a los miembros de la fuerza pública agredidos, sin compasión, con piedras, garrotes y gasolina como parte del efecto vengativo de un grupo a otro. 

El especializado en incendiar expedientes del Palacio de Justicia, defecar encima de los secuestrados y guardar cuantiosos fajos de billetes de origen ilícito, se frotó las manos al tiempo que llamaba a la desobediencia civil. Este personaje favorecido con un extenso prontuario delictivo que, hace campaña política desde el Congreso, debería ser investigado por promover el alzamiento colectivo contra las autoridades. Al innombrable no le facilitaré el free press. 

El ensañamiento de los dos policías que presuntamente ocasionó el fallecimiento de Javier Ordóñez, los distintos videos de confrontaciones por vías de hecho, los numerosos muertos, los insultos desafiantes, la irresponsabilidad informativa de distintas empresas periodísticas, el grado de destrucción y el desasosiego de la ciudadanía en medio de las provocadas confrontaciones; aumentan la incertidumbre y la sensación de impotencia de esta colectividad que es incapaz de resolver por las buenas las diferencias. Estamos hasta la coronilla de los locos de atar.