20 abril, 2024

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Yo no olvido el año viejo: verdad, belleza y bondad

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. 

https://paideianueva.blogspot.com/

Yo no olvido al año viejo 

que me ha dejado cosas muy buenas. 

¡Ay!, yo no olvido al año viejo 

porque me ha dejado cosas muy buenas. 

Me dejó una chiva 

una burra negra 

una yegua blanca 

y una buena suegra. 

¡Ay!, me dejó una chivita
y una burra muy negrita
una yegua muy blanquita
y una buena suegra. 

¡Ay! me dejó, me dejó, me dejó,
me dejó cosas buenas, cosas muy bonitas. 

No fue posible en diciembre pasado cantar con alegría esta bella composición del Maestro Crescencio Salcedo quien plasmó en cortos y bellos versos sublimes sentimientos con una intencionada invitación para que cada uno de nosotros apreciara la alegría del año ido y le diera la bienvenida al nuevo. Así, quien tararea la canción puede internamente agradecer los dones materiales (una chiva, una yegua muy blanquita y una burra muy negrita) y espirituales (una bella suegra) que deja el año que se va.  

Así, cantando con alegría estos inmortalizados versos, nos llevó el Maestro a que año por año recordemos todos nuestras más altas y sanas emociones y compartamos, cual dones especiales, las grandes alegrías del diario acontecer. La naturaleza, esa con la que a diario convivimos como elementos esenciales de nuestra existencia (chiva, yegua y burra), y los demás humanos con los que convivimos (la bella suegra) forman parte de la alegría de haber vivido un año más.  

Los demás seres de la naturaleza, los  que facilitan nuestra existencia, los que nos hacen sentir la alegría de compartir dichas y sinsabores, causan en nuestro interior una reverberación que no puede ser otra que la «bondad», la «belleza» y la «verdad», recordándonos a todos que verdad, belleza y bondad son la trilogía de valores sobre la que apuntala la esencia de nuestra humanidad. Por la «bondad» que está ahí presente, el cantor adjetivó bien a su suegra: «una buena suegra», el año viejo le dejó «cosas muy buenas». La suegra, en la realidad y en la metáfora, esa otra madre, que junto con la madre naturaleza, nos animan como verdad revelada, a consolidar nuestra unidad e identidad como humanos de generación en generación, de un año a otro. 

También nos recuerda el aeda, el de la flauta de millo, la «belleza» que encierra el vivir cada año y los propósitos que nos deben animar para alcanzar «cosas buenas», realizar buenas obras, sentir y apreciar cosas muy bonitas. Esas «cosas buenas» representan la voluntad para alcanzar el estado supremo de la «bondad» que debe animar a todos los humanos con corazones de buena voluntad.  

¡Ay! me dejó, me dejó, me dejó,
me dejó cosas buenas, cosas muy bonitas. 

Esa fue la gran «verdad», la trilogía humanizante  que nos legó el Maestro Salcedo, como platónico vernáculo filósofo, en su bello canto. Por eso nos gusta tanto y es inmortal  el decembrino mensaje, porque la trilogía de valores humanos  la «bondad», la «belleza» y la «verdad» son sempiternos, la llevamos de un año a otro, de generación en generación. En efecto, en Platón la tríada que subsume  los mayores valores de la humanidad es: la verdad, la bondad (o el bien) y la belleza. Bien concibió Platón que la belleza es buena y verdadera, que el bien es verdadero y bello y la verdad es buena y bella. 

Los tres valores son inseparables. (https://rb.gy/qxgsbc).  Así como las lecciones de Platón son eternas, el canto de Crescencio Salcedo será inmarcesible. Recordamos a este Maestro en las calles de Medellín vendiendo sus flautas y gaitas (que él mismo fabricaba), con su mochila zenú terciada en los hombros, andando descalzo, como siempre lo hizo, porque así, decía, estaría en contacto más directo con la madre tierra. 

No olvidar el año viejo,  aunque éste haya sido aciago, infausto y cruel como el 2020, es parte de nuestra ineludible experiencia vital,  es la  base  para expresar nuestros más humanos sentimientos con alegría y para investirnos de los mejores  deseos para que todos nuestros seres queridos tengan «un feliz y próspero año nuevo», con esta frase ritual que está llena de los más altos sentimientos espirituales humanos ya que la felicidad, bien se ha dicho, es un derecho y un bien supremo que debemos todos alcanzar y que la prosperidad es un caudal, patrimonio humano, asociado a la felicidad, al bienestar individual y colectivo.  

Sufrimos un año 2020 que podemos caracterizar con una lista inmensa y larga de adjetivos que serían insuficientes: trágico, fatal, funesto, aciago, nefasto, doloroso, desastroso. Experiencias que no queremos volver a vivir. 

De modo Innegable, «después de la tormenta llegará la calma», como dice el viejo adagio. Calma, razón y sazón para que en el nuevo año tengamos la oportunidad de metas y fortunas para enfrentar con optimismo un seguro futuro para toda la humanidad, seriamente amenazado por un minúsculo, pero mortal y cruel (e inhumano, si bien cabe la adjetivación) virus. 

No cabe, en mitad de tanto sufrimiento que reine la angustia aniquilante, tampoco el temor paralizante que nos impida actuar para mejorar lo que pensamos y queremos hacer en y para este mundo.  Estamos todos convocados a unos eventos de muy alta solidaridad para que nosotros y nuestros hijos no volvamos a enfrentar, por culpa de acciones inhumanas y egoístas, eventos que causen la tragedia que vivimos el año pasado. Con fuerza humana trabajemos para que podamos todos los nuevos y sucesivos diciembres volver a cantar las alegrías del año que se va sin olvidar que nos trajo cosa buenas y muy bonitas como una chiva, una burra negra, una yegua blanca y también, claro estará, una buena suegra. 

Yo no olvido al año viejo… 

¡Ay!  me dejó, me dejó, me dejó,
me dejó cosas buenas, cosas muy bonitas. 

Que la «bondad», la «belleza» y la «verdad» nos acompañen a todos en el nuevo año y en los venideros para la buenaventura colectiva. Que el nuevo año, esta vez sí, nos deje cosas buenas, cosas muy bonitas. 

Un año bueno y, por tanto, bello, lleno de felicidad verdadera como lo cantó, filosofando con sencillos pero profundos versos, el maestro Crescencio Salcedo, el de los pies descalzos, las flautas de millo, las gaitas de cardón y la mochila zenú.