26 octubre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

¿Y en su propio pantanero se hundirán?

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Por Claudia Posada 

La estrategia de la oposición colombiana tendiente a internacionalizar su visión nefasta del gobierno actual, priorizando sus intereses como actores políticos contrarios al mandatario Gustavo Petro por encima de la soberanía del país, afecta duramente la confianza en el Estado, no solamente en el gobierno, y debilita toda posibilidad de vigorizar sectores internos y externos empeñados en el aprovechamiento del potencial colombiano. Hay una frase en la columna de Cristina Nicholls, titulada Anticolombianos, en El Espectador, que merece repensarla: “No merecen pedir votos en nombre de un país que no tienen la decencia de defender”. ¡Cierto! Tal vez conseguir retiros de apoyos para Colombia y lograr sanciones de graves consecuencias como lo decidido por el presidente Trump contra el presidente Petro, algunos de sus más cercanos de la familia y el ministro Benedetti, al incluirlos en la Lista Clinton, no debería ser motivo de satisfacción cuando se están dando como hechos absolutamente verídicos los atribuidos para justificar tal determinación. Que un gobierno extranjero legitime argumentos llevados a instancias internacionales, presentando en visitas personales opiniones que vienen siendo esgrimidas sin pruebas, es sencillamente irresponsable frente a la lealtad para con la soberanía del Estado colombiano.

Independiente de la euforia de algunos “anticolombianos” es muy preocupante que se aviven confrontaciones verbales  en redes sociales que dan cuenta de hasta qué punto un alto porcentaje de la población del país se identifica con el pensamiento de una u otra extrema; el radicalismo  es una postura intransigente que no da paso a considerar salidas; posiciones que no permiten análisis tan necesarios para consolidar soluciones a la luz de propuestas sensatas alejadas de motivaciones maquiavélicas que tienen a la Colombia de la gente buena sumida en temores,  perdiendo la esperanza mientras nos vemos rodeados de discrepancias irreconciliables. Los colombianos necesitamos voces de aliento que nazcan de la dirigencia que ahora está más concentrada en sus ambiciones personales que en generar el optimismo que acompaña acciones tangibles en concordancia con el deber ser de sus compromisos. El lenguaje del irrespeto se impuso. Los contrarios no saben, o no quieren, exponer sus diferencias frente al otro en el tono que dicta la sana coexistencia social. La arrogancia en buena parte de gobernantes de todos los órdenes estorba en la urgencia de sacar del pantano el dialogo eficaz para abrir caminos de bienestar. El egocentrismo y la codicia se acentuaron en la clase política que disfruta de las mieles del poder en alguna de las ramas públicas; y ni hablar de sus representantes apostando al que más tácticas sucias aprenda. ¿Y en su propio pantanero se hundirán?