19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Vistazo a los hechos: Tenemos que salvar a Colombia

Gabriel zapata

Por Gabriel Zapata Correa

Pocas veces en su historia el país había vivido una coyuntura tan complicada como la presente. 

La crisis institucional es una realidad, reflejada en la última encuesta de Invamer, según la cual los colombianos hemos perdido la confianza en las instituciones. El nivel de favorabilidad en todas es escandalosamente bajo, comenzando por la misma justicia y sus altas cortes, pasando por la Fiscalía General de la Nación, y terminando por el Congreso de la República. 

Algunos podrían conceptuar que estas encuestas arrojan unos resultados amañados, amparados en unos intereses oscuros. Pero la realidad es que esos porcentajes van de la mano con lo que piensa el ciudadano de la calle. 

Que la Fiscalía, la justicia, sus cortes y sus casi 130 magistrados y la Procuraduría y la Contraloría, organismos de control que tienen bajo sus riendas el combate abierto contra la corrupción en los organismos estatales, arrojen unos registros tan bajos de credibilidad, demuestra que sus resultados son pobrísimos. Y lo que es peor, que no hay voluntad política para combatir a los corruptos. Algunos estudios demuestran que, si el Estado decidiera luchar efectivamente contra la corrupción, el país no necesitaría una reforma tributaria. 

¿Y por qué no hay confianza en estas instituciones? Porque los colombianos hemos asistido como convidados de piedra, al vergonzoso desfile de los procesos de corrupción más escandalosos de la historia de Colombia, hacia al paraíso de la impunidad, de donde sus protagonistas salen con la frente en alto premiados con jugosas ganancias de sus multimillonarios contratos. ¡Robar sí paga! 

Lo más triste es que esta ha sido la tradición en Colombia, desde Dragacol, pasando por los permanentes desfalcos a la salud, en los cuales numerosos congresistas y políticos han sido los grandes beneficiados y siguiendo con los escándalos en la infraestructura, por ejemplo, con la firma brasilera Odebrecht que, para garantizar y asegurar su contratación, le compró la reelección de la presidencia de la República a un candidato. Pero con su arrolladora capacidad corruptora se llevó de por medio a ministros y funcionarios de entidades que tenían que ver con decisiones clave. Y los colombianos aplaudiendo aparentes decisiones políticas, mientras a sus espaldas se negociaba el presente y el futuro de la patria. Ahora todos sus protagonistas están felices y rozagantes.  

Y prácticamente a sus espaldas se negoció el proceso de paz con La Habana, confiados en la palabra de un presidente que prometió el oro y el moro, comenzando con que los criminales de las Farc nunca llegarían a un cargo de elección popular, al Congreso de la República, sin pagar un solo día de cárcel… El bofetón no pudo ser una realidad más triste y un engaño y una burla más grandes para los colombianos decentes. 

La fe se derrumbó. Los resultados de los desaciertos acumulados de los últimos gobiernos los está asumiendo el presidente Iván Duque. Y las enormes consecuencias ya son historia reciente, agravadas por las repercusiones aún incalculables de la pandemia del Covid-19, que, hasta el momento, aparte de las víctimas diarias, solo ha dejado desolación, desempleo y hambre. 

Y frente a este panorama desastroso, hay que sumarle los resultados del tal Comité Nacional del Paro, que ha llevado a Colombia hacia el abismo, de la mano de la Colombia Humana de Gustavo Petro, Gustavo Bolívar y del vocero de la ultraizquierda Iván Cepeda, los tres senadores de la República, quienes con su lenguaje de odio y muerte se han aprovechado del descontento social para recoger réditos políticos. 

Ni el balance de contagiados por el Covid-19, más de 32 mil por día, ni los decesos por este virus letal, 700 diarios, ni el desastre económico producto del desempleo, los han llevado a pensar en el bien de los colombianos. 

Menos mal Petro ha comenzado a sentir el rigor de la gente de bien, y en las encuestas su favorabilidad no pasa del 35%, lo cual demuestra que sí hay conciencia nacional sobre el país que él quiere en un futuro próximo para los colombianos, la ilusión de una Cuba o una Venezuela que no lo deja dormir. 

Es hora de poner los pies sobre la tierra, y pensar ciegamente en que tenemos que salvar a Colombia. Rechazar los llamados del Comité Nacional del Paro y de la Colombia Humana y pensar en la Colombia que queremos para las próximas generaciones que ya se están asomando en el futuro.