20 abril, 2024

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Vida contemplativa, elogio de la inactividad

Jose Hilario Lopez

Por José Hilario López 

Un elogio de la inactividad, eso es lo que trae el más reciente libro del famoso filósofo surcoreano Byung-Chul Han (Han) profesor de filosofía en la Universidad de las Artes de Berlín“La vida sólo recibe su resplandor en la inactividad”. De entrada, esta sentencia me impactó, porque afirma lo contrario de lo que traté de hacer con mi vida profesional, orientada casi en su totalidad hacia el trabajo productivo, aunque no tan exitoso, como una manera de huir del miedo a la vida y a la muerte, casi comparable con el mandamiento cristiano de renunciar a sí mismo para buscar la salvación eterna. 

En “Vida contemplativa, Han invita a repensarnos, a dejar de creer que la inactividad es sinónimo de déficit, a que para vivir bien y plenamente hay que estar haciendo cosas todo el tiempo, produciendo. “Hoy nos explotamos por propia voluntad y con la creencia de que nos estamos realizando”. El capitalismo nos ha impuesto el precepto de estar siempre produciendo, que algo se nos dará como recompensa. Nuestra existencia está completamente absorbida por la actividad. Como sólo percibimos la vida en términos de rendimiento, tendemos a entender la inactividad como un déficit, una negación o una mera ausencia de actividad, cuando se trata, muy al contrario, de una interesante capacidad de independencia y de vida buena.

La acción es constitutiva de la historia, pero la fuerza formadora de cultura “no es la guerra, sino la fiesta; no es el arma, sino el adorno (…) La vida recibe su resplandor divino de aquella decoración absoluta que no adorna nada”. Han indaga en los beneficios, el esplendor y la magia de la ociosidad y diseña una nueva forma de vida, que incluye momentos contemplativos, con la que podamos afrontar la crisis actual de nuestra sociedad y frenar la destrucción de la Naturaleza, nuestra casa global (el Oikos de los griegos).

La inactividad tiene su propia lógica, su propio lenguaje, su propia temporalidad, su propia arquitectura, su propio esplendor, incluso su propia magia. No es una forma de debilidad, ni una falta, sino una forma de intensidad que, sin embargo, no es percibida ni reconocida en nuestra sociedad del rendimiento y del consumo. La inactividad es una forma de esplendor de la existencia humana. Hoy se ha ido difuminando hasta volverse una forma vacía de actividad. Hasta nuestro descanso lo han comercializado, hasta convertirlo en un lucrativo negocio para generar más actividad y desenfreno.

“Nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica”. La inactividad tiene su lógica propia, su propio lenguaje, su propia temporalidad, su propia arquitectura, su propio esplendor, incluso su propia magia. No estamos accediendo ni a los dominios de la inactividad ni a sus riquezas. La inactividad es una forma de esplendor de la existencia humana. Hoy se ha ido difuminando hasta volverse una forma vacía de actividad.

El estrés en nuestra sociedad, que cada vez es mayor, ni siquiera hace posible un descanso reparador. Por eso sucede que mucha gente se enferma justamente durante su tiempo libre. Esta enfermedad se llama la enfermedad del ocio. El ocio se ha convertido en un insufrible no hacer nada, en una insoportable forma vacía de trabajo. El tiempo laboral se ha terminado convirtiendo en el tiempo absoluto. Si resulta que nuestro tiempo vital o la duración de nuestra vida coincide por completo con el tiempo laboral, como en parte está sucediendo, entonces la propia vida se vuelve radicalmente fugaz. Deberíamos inventar una nueva forma de tiempo, como propone el surcoreano.

Han también entra a mirar su filosofía de la contemplación en la perspectiva de Martin Heidegger, el gran filósofo del Siglo XX. En una célebre conferencia titulada Ciencia y Meditación, Heidegger afirma que de la ética de la inactividad depende la salvación de la tierra. Al contrario de la acción, que empuja hacia adelante, la meditación nos trae nuevamente de vuelta a donde desde siempre hemos estado.

Heidegger inserta la capacidad como una nueva dimensión de la inactividad, concibiendo la capacidad en términos de querer y amar. Este querer y amar significa regalar la esencia, que hace que toda cosa o persona alcance su esencia. De esta ética de la inactividad depende la salvación de nuestro planeta: “Los mortales habitan en la medida que salvan el planeta”. Salvación no es sólo sacar algo de un peligro, salvar significa propiamente franquearle a algo la entrada a su propia esencia.

La noción de “protección del medio ambiente”, tal como ahora se entiende, es muy débil ante la inminente catástrofe. Es necesario un cambio radical en nuestra relación con la Naturaleza. No podemos seguir considerando La Tierra como un recurso que debemos explotar y consumir hasta agotarlo, y de allí surge el concepto de cuidar. El verdadero cuidar, según Heidegger, surge cuando de antemano dejamos a algo en su esencia. En idioma alemán la palabra cuidar deriva de bello. El cuidado se refiere a lo bello. La tierra es bella, lo que conlleva el imperativo de cuidarla, de devolverle su dignidad.

Reparar los graves daños que le hemos infligido a nuestra Madre Naturaleza requiere una acción decidida de todos. Si la causa del inminente desastre es la acción humana, entonces lo que debe corregirse es la acción humana. De aquí la urgencia de elevar la dimensión contemplativa hacia el cuidado de nuestra querida Madre. El gran mensaje de Han y de su maestro Heidegger.