
Por Oscar Domínguez
Con la venia de la hinchada roja, he tomado la dolorosa decisión de volverme fugaz hincha del Poderoso DIM. Pero no se hagan ilusiones (¡?): Es solo mientras este domingo derrota al Santa Fe y conquista la séptima charretera. Luego volveré al verde del que soy seguidor desde la década del cincuenta.
Dirá la cobarde envidia que tiene más fuerza un purgado que este hincha “voltiarepas” nacido al fútbol en los peladeros de barrio. Tienen razón, pero no se puede perder la costumbre masoquista de sufrir. Y eso solo lo garantiza la condición de hincha. Cada vez más tibio en mi caso. La última vez que estuve en el Atanasio Girardot me salí al final del primer tiempo. Estos oídos que ha de dorar el horno crematorio no resistieron el ruido ambiente. Cuando el joven prócer Atanasio Girardot murió, se hablaba el lenguaje de las balas para desalojar al invasor chapetón. De fútbol, nada es mucho.
(Atanasio Girardot: San Jerónimo, provincia de Antioquia; 2 de mayo de 1791-Naguanagua, Carabobo; 30 de septiembre de 1813)
Cambiar de equipo es como pasar del sumo japonés a la pisingaña, un juego infantil que utiliza las manos como materia prima; es hacer el tránsito del sushi al su-chicharrón, del ateísmo a todos los dioses, acostarse con el almuerzo embolatado y despertarse convertido en manirroto Elon Musk. Pero bueno, los manuales de autoayuda sugieren contradecirse como una forma de avanzar y asumir nuevos retos para crecer. No hago más que obedecer.
Sin mucha convicción, seré un hincha vergonzante, repito, pero espero que la fuerza que haga alcance para que “este año sí quedemos campeones”. No quiero que a poetas rojos como Darío Jaramillo Agudelo o Juan Manuel Roca, ni a mi hermano El Principito de La Travesía, les dé un patatús por “abundancia de escasez” de otro título. De Roca es este verso: “Los niños ciegos remplazaban el balón por una caja de lata y jugaban con el ruido”.
Mi condición de hincha de medio pelo me permite decir: Si gana el DIM, ganamos; si pierde, perdieron. “¡Ay de los vencidos!”. Desde ocho días antes de la creación, está claro que el segundo es el primero de los derrotados, y que la victoria tiene muchos dueños, la derrota, pocos.
Estaré relajado oyendo el partido por radio, (no pago Win) como en mis tiempos de chinche, o haciendo cosas más sensatas como resolver el Eso crucigrama o descabezar algún mirdo (sueño).
Eso sí, no me esperen en el Bar Alaska, de Manrique, donde en las paredes se podía leer este aviso: Si va a hablar mal del Medellín, por favor, sea breve.
Cuando todo esté consumado, estaré de regreso al Nacional. Es la ética-estética del “voltiarepas”. (Líneas pasadas por el taller de latonería, pintura y similares).
Pies de Fotos: La pianista Teresita Gómez en una de sus visitas al Café Alaska, de Manrique. A la derecha, selfi de este escribano con Gustavo Rojas, mandamás del bar.

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