Por Iván de J. Guzmán López
Creo que en Colombia (y en buena parte del mundo) esperábamos que con la llegada del presidente Trump al poder en los Estados Unidos, los días del dictador (Maduro), estaban contados. Todo apuntaba a ello; la publicación de las actas que demostraron el triunfo del equipo político de Corina Machado y Edmundo González, 70% por este último; 30% de votos para Maduro, era prueba irrefutable y suficiente. Adicional, el Centro Carter así lo certificó; posteriormente, hasta un gobierno pusilánime como el de Joe Biden, quien llegó a la Casa Blanca a los 78 años, desconoció a Maduro como ganador de las elecciones. En noviembre de 2024, Donald Trumpganó nuevamente la presidencia (ya lo había sido en el período 2017-2021), y el 20 de enero de 2025, asumió su mandato.
La guerra verbal contra el tirano venezolano, desde la campaña misma de Trump, presagiaba lo peor; incluso, una intervención militar por parte de los Estados Unidos, pero todo se quedó en amenazas, mientras el régimen venezolano con la complicidad de los gobiernos de varios países denominados progresistas, se daba el lujo de usurpar la presidencia venezolana e, incluso, desafiar al propio imperio americano a una ocupación militar. La euforia del pueblo de Venezuela, ante la inminente y prometida liberación del tirano Maduro y la consiguiente vuelta a la democracia, levantó los ánimos de millones de venezolanos al interior del país, así como entre los casi 8 millones que ya huían del régimen ante el hambre, la ausencia de servicios de salud, el desempleo y la corrupción reinante. Finalizado el proceso electoral Venezolano, ya en el exilio, ante amenazas de muerte o prisión, “el propio exrector del Consejo Nacional Electoral, CNE, Juan Carlos Delpinoreveló las artimañas de ese CNE para convalidar el fraude electoral. Le ofrecieron una cifra en dólares para que validara el triunfo de Maduro, que da hasta pena nombrarla por lo desmesurada, llega a centenares de millones”.
El exrector Juan Carlos Delpino, reveló en una entrevista concedida a César Miguel Rondón, que el CNE intentó sobornarlo para convalidar los resultados que proclamaron a Nicolás Maduro como presidente electo. Aunque no confirmó de cuánto se trató el soborno, aseguró que las cantidades ofrecidas eran “desproporcionadas”:
“El problema, César, es que nosotros estamos bajo tal sospecha que, si yo te dijera eso, la gente no me va a creer (…), porque, además, estaríamos hablando de cosas absolutamente desproporcionadas”, dijo. Delpino también negó la versión oficial del CNE sobre un supuesto ataque informático que inhabilitó el sistema electoral, asegurando que la transmisión de resultados nunca se detuvo y que ya estaba claro que el oficialismo había perdido. Además, afirmó que estuvo en contacto con el candidato opositor Edmundo González Urrutia y con miembros de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD) durante el proceso electoral, y que rechazó participar en la lectura del segundo boletín y en la audiencia del Tribunal Supremo de Justicia para no convalidar los resultados.
Ese día recibí varias llamadas, incluso dos del presidente del CNE, Elvis Amoroso (…) me solicita que acompañe lo que a la larga fue oficializado, bajar a apoyar los resultados leídos por el presidente Amoroso esa noche, y se me dice que debía asistir por la paz de la República (…) decidí no acompañarlo y retirarme por una serie de arbitrariedades y de ventajismo que ocurrieron desde el inicio”, declaró.
Aunque el mundo exigía al régimen hacer públicas las actas, a hoy, casi tres meses después de las elecciones, el CNE aún no ha publicado los resultados desagregados ni mostrado las actas que convaliden el triunfo reclamado por Maduro.
A la pregunta de por qué el presidente Trump no ha cumplido la promesa de devolver la libertad y la democracia al pueblo venezolano, un experto contestó que “a Estados Unidos, Rusia, China u potencia, incluso a un país tercermundista, le importa un pito los derechos humanos, la libre determinación de los pueblos o la defensa de la libertad y la democracia, pues sólo los mueve intereses económicos”.
Triste realidad: esta repuesta explica por qué 8 millones de venezolanos siguen deambulando por el mundo, como parias, sufriendo segregación, miseria, hambre, o engrosando grupos criminales locales e incluso trasnacionales.
En resumidas cuentas, vamos a tener usurpador (a plena vista del mundo entero), para rato. Y lo más tristes: países como Colombia, México, Brasil, Nicaragua o cuba, que se dicen defensores del pueblo, no solamente guardan silencio sino que, de manera infame, defienden y sustentan al régimen de Maduro, desconociendo que el 90% de los venezolanos soportan hambre y represión, y que la diáspora de 8 millones de venezolanos que van por el mundo, huyendo de la tiranía, no son “riquitos”, no son “blanquitos”, no son oligarcas, no son de derecha, no son Nazis, no son uribistas, como nos denomina Petro a los 11 millones de colombianos que no votamos por él, y sus cacasenos:
Son pueblo; pueblo, pueblo; ¡puro pueblo!


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