14 julio, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Valoración de la naturaleza para la transición energética

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Jose Hilario Lopez

Por José Hilario López 

En el debate que se está dando sobre la transición energética nuestro país debe tomar distancia de la política que se le quiere imponer, como si en nuestro caso la transición dependiera sólo de la supresión de los combustibles fósiles y, en su lugar, establecer nuetra propia hoja de ruta para el entorno que nos corresponde dentro del cambio climático, que posibilite una transición sustentable con el desarrollo nacional, la equidad social y la educación ambiental. Esto implica, además de una nueva concepción del desarrollo económico, la revaloración de nuestra ruralidad y profundos cambios en el uso del suelo.  

Veamos cifras relativas al porcentaje de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) por sectores, caso Colombia y el Mundo (Fuente: Segunda Bienal de Actividades de Actualización ante CMNUCC, 2020).  

Sector: ganadería, forestal, agricultura y otros usos del suelo rural: 55% del total de emisiones. Los subsectores que más contribuyen: Deforestación, ganadería y descomposición de materia orgánica en basureros, así como en embalses y lagunas. En el mundo el porcentaje de emisiones de GEI de este sector es del 32%. 

Sector Energía: 35% del total de emisiones. El transporte aporta una tercera parte de este porcentaje y la generación eléctrica una décima parte. En el mundo el porcentaje de emisiones de GEI de este sector es del 55 %. 

Colombia aporta sólo el 0,37% del total mundial de GEI. No somos los responsables del Cambio Climático; por tanto, ni suprimiendo la exploración de hidrocarburos ni prohibiendo la minería del carbón le vamos a resolver el problema al mundo, pero si afectamos el desarrollo nacional, el empleo  y agudizamos los niveles de pobreza. 

El agosto pasado la Revista Nature publicó un artículo titulado Diverse values of nature for sustainability (Diversos valores de la naturaleza para sustentabilidad), que aporta valiosos elementos para entender que más allá de la prohibición de los combustibles fósiles, para una transición energética sustentable se requiere una nueva cultura, el Ecohumanismo, al cual me he referido en una columna anterior. Pero antes que todo, por ahora, me limito a enumerar los llamados “valores de la naturaleza” (que prefiero llamar conductas ante los valores de la naturaleza): Austeridad, respeto, solidaridad, corresponsabilidad, empatía y coherencia. 

El Ecohumanismo (Eco proviene del griego Oikos, que significa Casa) es un movimiento filosófico y científico concebido para reconstruir y mejorar la casa humana, es decir el entorno social y ecosistémico donde transcurre nuestra existencia. Una nueva cultura, en la cual el hombre se haga responsable de la preservación de los ecosistemas, entendiendo que todo está entrelazado dentro de la gran unidad en la diversidad y complejidad de los seres que habitamos el planeta. 

La sustentabilidad de los valores de la naturaleza hace referencia a las actuaciones destinadas a hacer un uso responsable de los bienes naturales, así como a conservar, mantener y proteger el entorno natural. 

Sigo con un resumen del referido artículo, en traducción libre e interpretativa por parte del autor de estas líneas.  

Abordar la actual crisis global de la biodiversidad generada por los GEI implica, además de una transición energética sustentable, enfrentar barreras culturales para incorporar los diversos valores de la naturaleza en las decisiones de políticas públicas. Estas barreras incluyen poderosos intereses económicos, respaldados por disposiciones legales, tales como derechos de propiedad sobre el suelo y el subsuelo, así como afán acumulativo y consumismo adictivo, impulsados por el neoliberalismo, que conlleva a la sobre explotación de los bienes naturales. 

Lo más importante es entender por qué se (infra)valora la naturaleza. Sin desconocer los acuerdos para incorporar los valores de la naturaleza en los compromisos multilaterales, incluidos en el Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, las políticas ambientales y sus desarrollos predominantes todavía dan prioridad a un subconjunto de valores, particularmente aquellos vinculados con los mercados, e ignoran como las personas se relacionan con la naturaleza y se lucran de ella. 

Mediante un completo ejercicio de evaluación de información disponible (publicaciones científicas, documentos de políticas públicas y conocimientos ancestrales de pueblos originarios), la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas evalúo diversas fuentes, para sintetizar como los humanos entendemos los valores de la naturaleza y ver cómo pesan en nuestras decisiones, así como la manera como afectan los valores involucrados. Como resultado de dicha evaluación se construyó un modelo conformado por cuatro componentes, llamadas “capas”. 

La primera capa del modelo, denominada “visiones del mundo”, incluye la forma como las personas conciben e interactúan con el mundo, expresadas a través de “sistemas de conocimiento’ (conjuntos de conocimientos, prácticas y creencias asociadas con la cultura y el lenguaje). Las cosmovisiones se clasifican en antropocéntricas (las que priorizan la satisfacción de los intereses humanos) o biocéntricas y ecocéntricas (aquellas que hacen hincapié en los seres vivos o en los procesos de la naturaleza). Pluricentrismo es el término que se utiliza para incluir visiones del mundo sin un único «centro» (relaciones entrelazadas entre humanos, seres no humanos, componentes de la naturaleza y procesos sistémicos).  

La segunda capa, “valores amplios”, se refiere a los principios morales y objetivos de vida sostenidos y expresados, tanto individual como colectivamente, ​​así como a la institucionalidad que guía las interacciones de las personas entre sí y con la naturaleza. 

La tercera capa, «valores específicos», se refiere a como los juicios sobre la importancia de la naturaleza y sus contribuciones a las personas se justifican en contextos «específicos». Los valores específicos de la naturaleza pueden ser instrumentales (la naturaleza como medio para un fin humano deseado) o intrínsecos (el valor de la naturaleza, considerado y expresado por las personas, como un fin en sí mismo).  Mientras que muchos filósofos interpretan el valor intrínseco sin relacionarlo con el bienestar del valorador, los economistas tienden a ver los valores intrínsecos como parcialmente conectados con el bienestar de una persona, pero separados de su propio uso (un valor de no uso). La categoría relacional de los valores específicos se refiere a las relaciones interpersonales e individuales con la naturaleza, así como de los grupos sociales con la naturaleza, valores que se traducen en conductas tales como la reciprocidad y el cuidado. 

La cuarta capa, “indicadores de valor”, comprende las mediciones y descriptores cualitativos utilizadas para representar el valor intrínseco de la naturaleza y las relaciones entre las personas y la naturaleza, así como las contribuciones de ésta a las personas, generalmente en términos biofísicos, monetarios o socioculturales.  

Transversalizando estas capas, las conductas bajo las cuales las personas conciben e interactúan con el entorno natural, nos permite entender cómo los individuos, las instituciones y las políticas públicas dan prioridad a subconjuntos de valores, dependiendo de la manera como se enmarquen las relaciones entre las personas y la naturaleza. Por ejemplo, “vivir de” la naturaleza enfatiza valores instrumentales como la capacidad de la naturaleza de proporcionar recursos para sustentar los medios de vida. “Vivir en” la naturaleza se centra en como las personas reconocen la importancia de la naturaleza como escenario de sus vidas, prácticas y culturas. “Vivir con” la naturaleza se centra en los procesos que sustentan la vida de la naturaleza y sus conexiones con seres no humanos, priorizando así valores tanto intrínsecos como relacionales. “Vivir como” naturaleza prioriza encarnar y percibir la naturaleza como una parte física y espiritual de uno mismo, enfatizando valores amplios de unidad, parentesco e interdependencia. Las diferentes formas de vida se expresan en distintas combinaciones según el tiempo y el contexto, pero la investigación y las políticas prevalentes en nuestra civilización, casi siempre se alinean con «vivir de» la naturaleza. 

Esta es la realidad que hay que entender. Si queremos avanzar hacia una transición energética sustentable se requiere empezar por cambiar el modelo que hemos adoptado como civilización occidental. Pero lo más importante es aceptar que el cambio empieza por cada uno de nosotros, y que la acción política ciudadana es la que obliga a los gobiernos a actuar de manera consecuente.  

En conclusión, la hoja de ruta para una transición energética sustentable para el caso colombiano tiene que enfocarse en el manejo integral de nuestra ruralidad, principalmente en frenar la deforestación, cambiar las prácticas tradicionales de cultivo de la tierra, controlar la erosión de los suelos de ladera, desarrollar nuevas prácticas de manejo del hato ganadero y de las basuras orgánicas.