
Por Claudia Posada
En la edición número 236 de la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (Nueva Época) nos encontramos un resumen de la vida del pensador francés Alain de Benoist, un filósofo ampliamente reconocido como exponente erudito de la nueva derecha francesa. Sus libros, dicen los seguidores estudiosos de su obra, y lo consigna la publicación de la revista en mención, son escritos influenciados por lo que ha sido su existencia desde la niñez, “…en algunos casos es importante pensar la vida como clave del pensamiento y como indicativo para comprender la forma como algunos filósofos han influido sobre el pensamiento de otros”. Pues bien, de Alain de Benoist, se conoce lo expuesto sobre Gustave Le Bon en cuanto a la psicología de masas, un fenómeno aplicado a comportamientos colectivos usuales en momentos sociales y políticos como los que estallan en Colombia y han brotado en distintos momentos de nuestra historia, en diferentes escenarios, por acontecimientos perturbadores.
Le Bon decía, según Alain de Benoist: «La masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado. Pero, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que los sentimientos provocan, puede, según las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende del modo en que sea sugestionada». Este diagnóstico pertenece a un hombre que poseía una estatura imponente y un aspecto irónico y severo, figura un poco altanera, frente ancha, ojos penetrantes y barba a la antigua, evocando a los dioses retratados por el Renacimiento. Se llamaba Gustave Le Bon, y nació (1841-1931) en la villa de Nogent-le-Rotrou, en una familia bretona de larga tradición militar. Su obra, una de las más importantes de los siglos XIX y XX, está dominada por dos títulos: Psicología de las masas (1895) y La evolución de la materia (1905). «Me fue evidente al espíritu -relata en su obra sobre Las leyes psicológicas de la evolución de los pueblos (1894)- que cada pueblo posee una constitución mental tan fija como sus caracteres anatómicos, de la que se derivan sus sentimientos, sus pensamientos, sus instituciones, sus creencias y su arte». Precursor de la psicología social, también se interesa por la etnología y la antropología, la sociología, la filosofía de la historia, la física, la biología, la historia de las civilizaciones y de las doctrinas políticas (…)”.
En nuestro medio, los brotes o estallidos sociales de los últimos años en Colombia, al igual que en otros países latinoamericanos, vienen siendo estudiados por la academia, particularmente por sociólogos que, a su vez, analizan juiciosamente los porqués de fenómenos que interfieren, inesperadamente algunas veces, con las teorías (de Harvard) sobre la Resolución Pacífica de Conflictos. Pero es que no solamente observamos reacciones que inician bien -como las marchas pacíficas, un derecho ciudadano- sino que terminan mal; como también se nos presenta un inventario lamentable y permanente, de mensajes “incendiarios”, nada buenos para suplir el deseo de una inmensa mayoría de colombianos hastiados del lenguaje impetuoso que se ha impuesto por cuenta de ciudadanos irrefrenables, personajes de la vida pública y algunos periodistas de medios de comunicación que están a la par con “influenciadores” coléricos. Aunque, hay que decirlo, ha llamado la atención -y eso es bueno- cómo a raíz del atentado al precandidato presidencial, Senador Miguel Uribe, ha habido actos de solidaridad que aportan positivamente a la posibilidad de expresarnos pacíficamente porque “…desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que los sentimientos provocan, puede, (la masa o colectivo) según las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende del modo en que sea sugestionada».
En conclusión, nos cabe la responsabilidad individual de acallar la mente, para que las masas enardecidas sean sugestionadas hacia el convencimiento que urge por un país que neccesita apaciguarse.
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