Sensación de entumecimiento en las piernas seguido de espasmos abdominales, sudoración generalizada, confusión espacio-temporal y miedo a la expulsión involuntaria deciden la aceleración del paso en busca del símbolo de salvación. Escasos 80 metros lineales se convierten en el camino al calvario y la pesada cruz quita la respiración. En medio de la carrera de obstáculos, un grito de ultratumba recrimina la involuntaria omisión. “Hola, pasaste por encima de mí, ni saludaste”. A renglón seguido, la distorsión óptica acompañada de los labios apretados representa el dique que evita el controlable derrame aguas abajo. Ella enlazó una frase tras otra sin lograr la atención del desesperado sujeto. Él cruzó las manos y las piernas, a la vez que miraba, por encima de la espesa cabellera, el fondo del pasillo.
Las contracciones paralizaron la motricidad y el estímulo sensorial. La breve intervención de la amiga produjo el desconcierto cognitivo y la parálisis de los músculos faciales. La suerte estaba echada; no obstante, el mensaje de salvación brotó al estilo de ‘Lázaro, levántate’. “¿Te pasa algo? Estás pálido y tienes las manos frías”. Un leve movimiento de cabeza con los ojos entreabiertos, soltó la soga y liberó la vía. El inesperado trote develó el padecimiento de aquel cantinflesco personaje. (Lea la columna)
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