14 mayo, 2025

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“Una Iglesia pobre para los pobres” 

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Claudia Posada

Por Claudia Posada 

A manera de relato biográfico, en el 2010, la editorial Vergara publicó “El jesuita: Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio S.J.”  basado en entrevistas personales de los periodistas Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, a quien por aquel entonces fungía como alto jerarca de la iglesia católica en la capital de su natal país.

Cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa el 13 de marzo del 2013, las vitrinas de las librerías en Buenos Aires exhibían profusamente la publicación que me atrajo y compré con obvia curiosidad pues se trataba de la vida del primer papa latinoamericano, antes de convertirse en el Sumo Pontífice de Roma. Empecé a leerlo en el aeropuerto en donde esperaba vuelo para Santiago de Chile y continue devorándolo en el avión porque su contenido, en cada página, en cada respuesta del Cardenal, me emocionaba muchísimo pues sentía que estaba entrando al mundo de un hombre profundamente comprometido con su misión pastoral. Todo lo que estaba consignado en aquella publicación, era el testimonio de un sacerdote jesuita plenamente seguro de que el llamado que alguna vez sintió en su corazón, a sus escasos 17 años -cuyo instante de la iluminación vocacional, hondamente espiritual, recordaba con fecha, hora y lugar- hizo que yo empezara a admirarlo incondicionalmente. 

Cada paso que el Papa Francisco daba, cada frase que pronunciaba, sus escritos -la Encíclica suya Laudato Si'(Alabado sí) es fascinante-, sus decisiones; desde el nombre que escogió: Francisco, -porque quería que en su memoria se volvieran los ojos hacia aquel santo que encarnó la pobreza, la humildad y el amor a todas las criaturas vivientes y sintientes del planeta- hasta el acercarse como ninguno otro de sus antecesores, a los olvidados, dieron enorme significación a su existencia. Y a fe que nunca renunció a sus votos de pobreza y amor cristiano; sin discriminaciones en el ejercicio papal, prefirió mantenerse alejado de las suntuosidades del Vaticano, fiel a los principios sacerdotales de sencillez y desprendimiento; fue adornado con el don de la sabiduría, ajeno a vanidades que siempre consideró inútiles, no ahorró esfuerzos para predicar la justicia social y el respeto por las diferencias. Dirigió sus acciones papales, reformas, orientaciones espirituales y materiales, al servicio pastoral. “Ah, cómo me gustaría una Iglesia pobre para los pobres”, dijo aquella vez cuando le preguntaron cuál sería el nombre para su papado y por qué. En el riquísimo libro “Papa Francisco la historia del Santo Padre” de Marie Duhamel, producido en colaboración con L’Osservatore Romano, periódico del Vaticano (que aportó valiosísimos documentos y fotografías, incluyendo cartas y tarjetas postales escritas a mano por el papa) se cuenta sobre la información que le comunicó la necesidad de viajar a Roma tras la renuncia por problemas de salud del Papa Benedicto XVI, por lo que el cardenal Bergoglio, con su maletín negro en la mano, cargando como siempre sus documentos de trabajo bien ordenados, el misal y el diario donde anotaba sus citas y contactos, empacó poca ropa convencido de que el viaje no se llevaría muchos días en cumplimiento del anunciado Cónclave para llenar la vacante en la Santa Sede. 

El Cardenal argentino sabía de los intríngulis para elegir nuevo papa, él había sido votante en el Cónclave del 2005 e inclusive fue de los favoritos para ser elegido papa. Para el 2013, con su buen humor, preparando el vieje a Roma, argumentaba a los amigos, colegas y a la familia, deseosos de verlo Papa, que ya estaba demasiado viejo, que la artritis y sus problemas respiratorios podrían verse como inconvenientes para algunos de los que preferirían otro cardenal.  Desde cuando le extirparon parte del pulmón derecho, después de sufrir una neumonía estando en el seminario de Villa Devoto en el que apenas pudo estar un año, tal vez tuvo ocasionales episodios respiratorios que no fueron graves, hasta el que presentó cuando fue recluido en la clínica hace algunos meses. Pero el Papa Francisco quiso levantarse, vivir intensamente su última Semana Santa, despedirse del mundo que hoy lo llora, y entregarse al Padre Celestial el día cuando se conmemoró la Resurrección de Cristo Misericordioso.