Por Gloria Montoya Mejía
Al leer la crónica No. 969 del periodista Gardeazábal, «Vamos de Culos», me vino a la mente una vieja historia que alguna vez leí:
En un pueblo rifaron un burro, y el ganador fue Don Héctor, un campesino sabio y respetado. Los habitantes, sorprendidos, pasaban por su casa y exclamaban:
—¡Qué suerte, Don Héctor, se ganó el burro!
El viejo, con serenidad, respondía:
—¿Suerte? ¿Mala suerte? No lo sabemos.
Días después, el burro golpeó accidentalmente a su hijo, fracturándole una pierna. Nuevamente, los vecinos se acercaron, esta vez compadeciéndose:
—¡Qué desgracia, Don Héctor! El burro le rompió la pierna a su hijo. ¡Qué mala suerte!
Imperturbable, él contestó lo mismo:
—¿Suerte? ¿Mala suerte? No lo sabemos.
Poco tiempo después, la guerrilla llegó al pueblo y se llevó a todos los jóvenes, menos al hijo de Don Héctor, que seguía en cama por su herida. Los vecinos, ahora más sorprendidos, le dijeron:
—Solo quedó tu muchacho, Don Héctor. ¡Qué suerte la tuya!
Y una vez más, el viejo repitió:
—¿Suerte? ¿Mala suerte? No lo sabemos.
Aunque este gobierno, elegido democráticamente, inició con un amplio respaldo, las cifras actuales de desaprobación no mienten. Probablemente pasará a la historia como uno de los gobiernos que más descontento ha generado en cuanto a su gestión pública. A pesar de esto, el grupo político que lo respalda sigue organizando manifestaciones de apoyo, alentando a sus seguidores con lo único que no debe perderse: la esperanza de que en estos dos últimos años logren algo significativo.
Muchos en Colombia piensan que estamos de malas por tener, por primera vez, un gobierno de izquierda. Sin embargo, me pregunto, como Don Héctor: ¿Mala suerte? ¿Por qué? Si esta experiencia política puede ayudarnos a madurar, a reflexionar y a adoptar posturas más firmes y conscientes, tal vez sea el momento de cuestionar si no es necesario retomar la formación de líderes y la promoción de valores como la honestidad y el bien común.
¿Buena suerte? Todo depende de cómo la sociedad organizada —no solo los grupos políticos— responda y actúe frente a esta realidad. Quizás esta experiencia política sea la que lleve al país a una profunda reflexión: que no necesitamos políticos de siempre, agrupados bajo distintos letreros, sino que florezca un nuevo espíritu político, uno que trascienda los enfrentamientos de ego y, por fin, ponga como objetivo principal el progreso del pueblo colombiano.
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