Por Rodrigo Ramírez
Hoy cuando escribo esta nota, 23 de octubre 2016, Edson Arantes do Nascimento está cumpliendo 76 años; y no puedo perder la oportunidad de dejar plasmado en este libro algunas anécdotas e historias del legendario futbolista más grande de la historia.
Si le preguntara a mi nieto Martín de diez años, o a otros pibecitos de su edad, no tienen idea de quién es este personaje con ese nombre de pila tan raro, pero si le añadimos su apodo de “Pelé”, inmediatamente lo asocian con el mejor jugador del mundo de todos los tiempos, el Rey del Fútbol.
Si me salto a la otra generación, la de nuestros hijos ya casi cuarentones, ellos que viven acartonados con la tecnología y el mercadeo sí conocen y saben que “Pelé”, aparte de ser una leyenda en el fútbol, fue elegido por la revista Time en la década de los setenta entre los cien personajes más influyentes del Siglo XX, y que en una encuesta de ese año después del Mundial de México, se demostró que el nombre Pelé era la segunda marca más reconocida en Europa, luego de la de Coca-Cola. Además, en otra investigación de la FIFA fue nombrado como el mejor jugador del siglo y de la historia.
Ahora para nuestra generación de los curtidos habichuelos, con las pieles manchadas como esas tierras ásperas de la minería, los mismos que pasamos del séptimo piso y aspiramos a seguir subiendo, la historia es distinta. Vimos en directo sus cuatro mundiales y el día que en 1969 convirtió su gol número mil; vimos sus películas, sus historias, y seguimos disfrutando la repetición de sus goles; leemos cualquier papel que nos caiga con el nombre de ese joven fenómeno que hizo felices nuestros sueños de nuestra infancia y juventud, y ahora en las postrimerías cuando seguimos disfrutando de sus anécdotas y recuerdos.
Pelé nació en Tres Corazones, municipio de Minas Gerais, y dice la historia que cuando tenía nueve años lloró junto con su padre Dondinho, también futbolista profesional, escuchando por radio la derrota de su país ante Uruguay por 2-1, en el recordado maracanazo; en ese Mundial que organizó Brasil con tanta ilusión y que tuvieron que regresar a sus casas con las manos en los bolsillos. Ese día, Pelé le prometió a su progenitor ganar una Copa del Mundo para él.
Nadie ha podido explicar de dónde salió el sobrenombre de Pelé, porque en un principio cuando llegó ese gamincito pecuecudo con sus tenis embarrados a las inferiores del Santos, sus compañeros lo apodaron “Gasolina”; pero parece que luego el de “Pelé” resultó ser más sonoro y apropiado. Debutó como profesional sin cumplir dieciseis años y marcó su primer gol a ese nivel, ese año fue el goleador del Santos. Una hazaña.
Estaba yo recién salido de la escuela, y por la chorrera de mis pequeños hermanos, que al parece ser fueron fabricados por nuestros padres por deporte o como esparcimiento cotidiano, y además de su menguado presupuesto económico, no tuve la oportunidad de llegar al bachillerato, pero sí se me abrió esa vena al delicioso mundo de los negocios y aprendí a echar paja dialogando con personas mayores; aquellas clientes que llegaban a mercar a los graneros de mis tíos en la plaza de mercado de Cisneros.
Era la época en que desde culicagados estábamos influenciados por el fútbol, leíamos El Grafico en las esquinas de revistas, veíamos repetidamente en los teatros de mi barrio esa maravillosa película “Pelota de trapo” con Armando Bo, esposo de la despampanante Isabel Sardi con sus atributos pectorales que trasportaban nuestras fantasías y sueños de infancia. Era esa fiebre del fútbol barrial en Argentina, película basada en un equipo de fútbol de chicos que llamaron “Sacachispas” y su personaje central “Comeuñas” un pibecito líder de su barra y goleador que se ve obligado a dejar el fútbol y muere de una afección pulmonar.
Era pleno 1958, año del Mundial, una novedad por ser el primer Mundial de Fútbol que se veía en directo por televisión en Colombia, en blanco y negro, con los ya consagrados astros del fútbol: Vavá, Garrincha, Tostao y Didí entre otros, ese hecho, y el debut de ese mocoso de “Pelé” que se convirtió en el ídolo de los sardinos de esa bonita época.
Mis generosos tíos Pablo y Daniel, montañeros recién desempacados del florecido Corregimiento de San Cristóbal, no tenían ni idea de fútbol, pero las hazañas de ese negrito y el júbilo de la gente los llevó a alcahuetearme para que pudiera ver los partidos en televisión, y muchas veces los veía arrimado por encima de los hombros de los adultos.
El famoso entrenador de Brasil en esa época era Vicente Feola, quien convocó a Pelé a la selección teniendo solo 17 años, y debutó con gol en un partido contra Argentina, a ese técnico le tocó enfrentarse con dirigentes, muchos cronistas deportivos, y los hinchas bravos del Brasil, por haberlo convocado a un jugador tan joven que venía lesionado al Mundial de Suecia.
El nuevo crack, estando en recuperación, no fue alineado en los dos primeros partidos; pero jugó el último de ese grupo contra la U.R.S.S. que tenía a Lev Yashin, la “Araña negra”, catalogado como el mejor portero del mundo. El partido terminó 2-0 con goles de “Pele” y “Vavá”, clasificando a su país para los cuartos de final.
En las semifinales enfrentaba a la favorita y encopetada Selección de Francia, era una máquina comandada por Just Fontaine y Kopa. Los cariocas le dieron la mayor satisfacción a su gente y los brasileros montaron carnavales en todos los rincones y barriadas del país, después de apabullar a los franceses 5-2, con 3 goles del recién estrenado y denominado Rey del Fútbol.
Es conmovedora esa imagen de la final en Estocolmo cuando consiguió el título frente al anfitrión Suecia. Finalizado el partido, la televisión mostraba a Pelé, ese chico que lloraba desconsolado sobre los hombros de Gilmar, su portero, en ese memorable partido que ganó Brasil 5-2, con 2 golazos del nuevo astro del fútbol.
El mundo miraba asombrado cómo un chico casi desconocido con solo 17 años, que nunca había salido de su país, fuera el nuevo fenómeno del fútbol y era cargado por todos sus compañeros, él con su blanca sonrisa y los ojos enlagunados de llorar levantaba para su país por primera vez la Copa del Mundo.
Pelé ha sido el campeón más joven de los mundiales en su historia, con ese campeonato del año 58, y el bicampeón más joven de la historia en el Mundial de Chile en 1962. Las hazañas de pelé son numerosas. En 1958 en el campeonato brasilero jugó 38 partidos y fue el goleador marcando 58 goles, y terminó su carrera futbolística con la carajadita de 1.367 goles. Jugó 4 mundiales, siendo campeón en tres oportunidades. En 14 partidos mundialistas tiene a su haber 12 goles. ¡Un monstruo! Dios me dio la fortuna de disfrutarlo en vivo, en un partido del Santos en el Atanasio Girardot.
Antes de terminar estas anécdotas del más grande del fútbol, hay que reconocerle su generosidad. En junio del año 2016 recaudó para una obra benéfica alrededor de cinco millones de dólares, subastando más de 2.000 piezas de su legado: trofeos, coronas, medallas, balones, camisetas, guayos, diplomas, etc. ¿Quién, en el fútbol, ha hecho esto? ¡Solo el Rey!
No podría terminar esta historia sin recordar la anécdota de Pelé en un partido en el Estadio Campin de Bogotá, cuando su equipo Santos jugó un partido amistoso contra nuestra Selección Preolímpica. El árbitro era el rígido “Chato” Velásquez que, en un arranque de protagonismo, expulsó a Pelé y esto enfureció al público en general. El partido tuvo que ser suspendido, ya que los aficionados nos aceptaban la decisión del Juez. Se reunieron los directivos, cuerpos técnicos y organizadores, trataron de convencer al árbitro para que reversara la decisión; y, ante la negativa del “Chato”, el partido continuó con Pelé en el campo y el árbitro en las duchas… ¡Expulsado del partido!, esto solo ocurre en nuestra querida Locolombia.
Más historias
¿Hasta cuándo… ELN?
Complejo mundo laboral enfrentan los jóvenes con la Inteligencia Artificial (2)
Petro, Pegasus y la izquierda