25 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Un tinto por favor, pero que tenga café

Jorge Alberto Velasquez Pelaez

Jorge Alberto Velasquez Peláez

Una civeta, animalito muy parecido al mapache, se come su dieta diaria de granos de café, duerme plácidamente una siesta, y después de horas, como es natural, hace “popó”, el cual es recogido para seleccionar de allí los granitos de café ya digeridos, con los cuales se prepara una taza de café kopi luwak, como se le conoce, que luego un ocioso turista en Indonesia compra por 80 dólares.

Y sin animales de por medio, el mercado se maravilla con los altos precios que se pagan por el café Geisha de Panamá, el Moca de Guatemala, el Helena de la  isla Santa Helena, e incluso el colombiano Mesa de Santos -130 dólares/libra-, advirtiendo, eso sí, que se trata de subastas por “libras” y no precios por toneladas ni contenedores.

Es como si yo vendiera por un alto valor mi botella de ron 30 años que poseo hace una década, pero solo tengo una. Eso es mediático y no hay que hacerle creer a nuestros productores que en ese mercado de altos precios está el nicho para las nuevas producciones de cafés de origen y especiales.

La verdad que nos interesa, para una propuesta que pueda aportar a un mejor futuro nacional, es ésta: las exportaciones globales de café han tenido un valor promedio en los últimos años de 30.000 millones de dólares, que es por fortuna muy elevado y sin duda de enorme atractivo, aun para Colombia, no obstante ser nuestro país el segundo exportador con 2.600 millones de dólares el año pasado, después de Brasil, y de superar a Suiza y a Vietnam por 109 y 204 millones, respectivamente.

Es importante destacar que entre estos cuatro exportadores el que hace las cosas mejor es Suiza, pues el 92% de sus ventas corresponde a café tostado, siendo con ese renglón líder mundial, diecisiete posiciones por encima de Colombia que registra exportaciones casi invisibles de 68 millones de dólares.

Para decirlo de otra manera, en materia prima, o sea, en café en grano, vamos muy bien, y su calidad y  prestigio como el mejor entre los cafés suaves, harían posible aumentar mucho más nuestras ventas si tuviéramos mayor cantidad de producción, pero en cuanto a valor agregado, cafés tostados con nuestras marcas en góndolas de supermercados extranjeros, estamos mal, pues simplemente en esas góndolas no estamos.

Si tomáramos café como los finlandeses, necesitaríamos 475 millones de kilos anuales para atender el consumo doméstico, y tendríamos que producir siete millones de sacos adicionales para poder cumplir con el volumen regular de exportaciones, lo que en teoría podría beneficiar a más de doscientas mil nuevas familias caficultoras.

¿Cómo aumentar el consumo interno? Con campañas promocionales, pagadas con los recursos que nos gastamos en el exterior para que nos compren más café en grano, o sea, más materia prima. Y con inteligencias conocedoras del sector, incluida la más “brillante”, que habría que secuestrarle a una reconocida universidad paisa.

De otra parte, hay que continuar con la tarea que muchos iniciaron para la expansión por todo nuestro territorio, de cafés especiales; seguir con el trabajo de la Federación respecto a las denominaciones de origen, fortalecer y ampliar la formación de baristas y catadores, y apoyar mucho más la aparición de “coffee shops”, pues todo ello incidiría muy positivamente en la creación de una cultura cafetera nacional que respalde la búsqueda y concreción de las metas anteriormente mencionadas, además que nos ayudaría a superar la vieja tradición del “tintico” que tomamos toda la vida, bien aguadito, con sabor a envejecida greca y olor a mesero, con el cual el orgullo de nuestra nación cafetera ha quedado muy maltrecho y herido, como si lo hubieran pasado por una despulpadora, obviamente de café.

Ese viejo tinto, mellizo del “guayoyito” venezolano, esa bebida ideal para aquellos a quienes no les gusta el café, va siendo cosa del pasado, y hoy nos estamos acostumbrando al buen café, como Jesús Martin, en Salento, o Macana, en Jardín, o Hatillo, de Barbosa.

Los finlandeses son los mayores bebedores de café con 2,64 tazas diarias, y lo prefieren turco; los noruegos se toman dos tazas al día, una en el desayuno y otra después de la cena; en Países Bajos se toman 1,84 tazas diarias, acompañadas con marihuana en las cafeterías de Ámsterdam; a los daneses no les importa el precio, y en Eslovenia prefieren, como yo, el café fuerte.

Ese es un mundo real y de moda, que consume diariamente 1.400 millones de tazas de café, pero lo estamos ignorando, a pesar de algunos esfuerzos y de algunos programas para producir y vender más, pues  no afrontamos esta tarea con decisión, con firmeza y convicción.

Tanto hablar y hablar de cafés especiales, y apenas exportamos granitos, tanto hablar y hablar de cuarta revolución industrial que no veremos en mucho tiempo, mientras desperdiciamos las oportunidades reales existentes con un sector como el cafetero, que es real, de gran potencial de crecimiento y que conocemos.

No nos preocupemos por la desglobalización pos-pandemia pues Colombia nunca se globalizó, preocupémonos por el campo colombiano, por los campesinos y empresarios del café, y convirtamos este país en el referente mundial del producto hoy de moda en el mercado global.