Por Iván de J. Guzmán López
El pueblo colombiano (léase pobres, ricos, negros, blancos, empresarios, trabajadores, artistas, poetas, amas de casa, viciosos, timadores, corruptos, secuestradores, guerrilleros, narcos, políticos, iglesia, academia, estado, etcétera… (y todo aquel que exhiba cédula colombiana), no está viendo o no quiere ver cómo se destruye a Colombia, al punto de someter a la fuerza o por obra y gracia de maniobras corruptas a buena cantidad de sus instituciones, aparato productivo, sector energético, educativo, agrario, de salud; a las ramas ejecutivas, legislativa y judicial; al parlamento, según lo denuncia a diario Jorge Robledo y la bancada de oposición, etcétera, etcétera, etcétera, hasta dejarlas convertidas en caricaturas o en ruinas, y en manos de una camarilla de personajes con pasados espeluznantes, tal y como ocurre hoy en día en una Cuba llena de miseria, sin alimentos, sin energía eléctrica y fingiéndose (como un pobre vergonzante) el paraíso o la tierra de la felicidad y la libertad. Tal cosa ocurre en Venezuela y Nicaragua, para solo nombrar países tercermundistas.
Ante estas circunstancias (comprendidas claramente por personas estudiosas, que jamás han consumido drogas, asesinado, presentando certificados académicos falsos o pertenecido a una suerte de “primera línea” para optar a un cargo o recibir contratos), se vienen escuchando voces de alerta y de rechazo que más parecen voz en el desierto que mensajeros claros de los males que ya padecemos y que nos llevan hacia el despeñadero de una tiranía.
Hace poco, el 10 de septiembre de 2024, el doctor Juan Camilo Restrepo Salazar, un hombre que nunca ha presentado un título académico falso o inexistente para acceder a un cargo, y mucho menos ha asesinado o secuestrado, alertó sobre las circunstancias desastrosas que ya sufrimos; y advirtió, apoyado en sus calidades académicas, administrativas y humanas que:
«Dentro de dos años, Petro va a dejar al país como los emberá dejaron el Parque Nacional».
El desastroso estado en que los indígenas dejaron el Parque (tomado por más de 600 indígenas emberá, asentados en el céntrico Parque Nacional hace casi un año), se constituyó en un desastre ambiental horroroso para el cual no hubo COP 16, o reclamo alguno por “ambientalistas” como Nicolás Albeiro Echeverry Alvarán, o Isabel Zuleta López, y menos por el gobierno en cabeza de Petro. La cacareada y amada “Pacha mama”, violentada por los propios indígenas, aquí ya no importó y pocos se sintieron aludidos.
Nuestro amigo, el reconocido economista y exministro Juan Camilo Restrepo Salazar, que tanto bien le ha hecho a la economía colombiana y al país, lanzó una alerta que merece ser escuchada, y que parece una proclama… En este punto me viene a la memoria, una de las más famosas, que no la aprendí en la Academia Antioqueña de Historia; la aprendí de mi inolvidable maestra de primaria, Luz Ángela García Pajón:
“¡Pueblo indolente! ¡Cuán distinta sería hoy vuestra suerte si conocierais el precio de la libertad!”
Es una frase histórica, pronunciada por Policarpa Salavarrieta, antes de ser fusilada por el régimen español en Bogotá, el 14 de noviembre de 1817.
A propósito de los indígenas colombianos, instrumentalizados sin piedad para marchas de delincuentes y proclamas gubernamentales, recibí un curioso pero real planteamiento:
“Los indígenas apoyan la reforma laboral, pero no trabajan; la reforma a la salud, pero tienen sus propios “médicos”; la reforma pensional, pero no cotizan; el alza a la gasolina, pero no pagan combustibles; el alza a los impuestos, pero no pagan impuestos”. Y yo agrego: piden tierra, pero no la cultivan.
Esta vez estamos ante la realidad; no es ficción ni metaverso, como en el cuento significativo de Gabo: “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”.
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