28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Un clamor ciudadano: Respeto por EPM

Francisco Valderrama

Por Francisco Luis Valderrama A. 

EPM fue siempre una entidad ejemplar, referente público por excelencia. Su diseño institucional permitía un ejercicio empresarial al servicio de los dueños que somos los ciudadanos.  

Con el reconocimiento colectivo por su meritoria labor, supo permanecer y crecer en medio de disímiles intereses que, ante el éxito palpable de sus ejecutorias, se veían compelidos a respetar una autonomía ejercida con responsabilidad social y ética pública inquebrantable.  

El peso de EPM era tan evidente y reconocido que ni políticos ni empresarios se atrevían a perturbar su desarrollo empresarial. Su gerente general era líder con vuelo propio, capaz de citar, aguantar y mandar y sobre todo de mantener la institución alejada de la política partidista y de los intereses económicos que suelen medrar a la sombra de instituciones de esta naturaleza.  

Lamentablemente el incuestionable avance democrático de la elección popular de alcaldes y gobernadores trajo consigo una consecuencia indeseable que finalmente, con el paso del tiempo, lesionó en forma grave su autonomía.  

Cada vez en forma más descarada e improvidente, la miopía política ha convertido la entidad en una dependencia más de la repartija burocrática que suele acompañar cada proceso electoral.  

La cuota inicial de esa deplorable concepción de la gestión pública la puso el primer alcalde popular de la ciudad, Juan Gómez Martínez, quien, no obstante reconocer públicamente la estatura intelectual de quien en ese momento dirigía a EPM, incluyo el nombramiento de su gerente en el decreto de escogencia de sus colaboradores inmediatos.  

De allí en adelante cada alcalde hizo lo mismo. No hubo uno solo con la honestidad intelectual de rectificar el rumbo para sustraer a EPM del destino previsible que tan malsana práctica significaba.  

A su vez, cada Gerente General (unos más, otros menos) hizo lo propio al interior de la entidad. Aun así, en medio de las dificultades propias de su naturaleza pública, EPM continuó desarrollando su formidable labor.  

No obstante, lentamente, las maneras clientelistas empezaron a permear la organización, con mengua evidente de una autonomía empresarial absolutamente necesaria para su supervivencia.  

Tal deterioro fue detectado por las propias EPM. De su interior surgió la necesidad de establecer un marco de referencia para asegurar su independencia de los vaivenes electorales. Pero esos acuerdos fueron insuficientes. De un lado, porque dependen para su implementación de la voluntad de los alcaldes de turno, pero también porque, además de limitar la interferencia de la baja política, es imperativo asegurar la no intervención de grupos económicos u otros actores sociales ajenos al interés colectivo.  

Y así llegamos al hoy. Para acortar la narración, EPM está convertida en coto de caza de políticos oportunistas, elites económicas y una mixtura repulsiva de intereses de todos los pelambres.  

Malos negocios (Orbitel de Fajardo; negocios en el exterior de A. Gaviria; AFINIA, de Quintero, entre otros), politización (casi todos los alcaldes), decisiones irresponsables (escisión de telecomunicaciones por Fajardo, entrega de UNE por A. Gaviria), irrespeto por su autonomía (casi todos, pero Luis Perez y Quintero son campeones en este campo), pasividad ante la toma hostil de EPM por otros intereses (Gutiérrez), tarifas depredadoras (todos) y una malsana y creciente utilización como simple ejecutora de programas de gobierno, son decisiones y actuaciones que han hecho mella y amenazan el futuro de la entidad.  

EPM no puede ser administrada por élites económicas ni por políticos irresponsables que todo lo que tocan lo corrompen y destruyen. Es imperativo un diseño institucional equilibrado que al tiempo que preserve la entidad de los vaivenes políticos, impida la indebida intervención de otros actores sociales alejados del interés comunitario.  

Al interior de la propia organización están las capacidades y el conocimiento para recuperar una institucionalidad que responda a las necesidades colectivas.  

Y frente a la coyuntura actual, exigir un gerente general que efectivamente la dirija y no un funcionario que se limite a obedecer las órdenes de un individuo imprudente y resentido cómo el señor alcalde Quintero quien no fue capaz de dimensionar la trascendencia de la organización que el ejercicio democrático del voto puso indirectamente en sus manos, merced a un diseño institucional que hoy ya resulta inadecuado.  

Lesionar la reputación empresarial debería tener al menos consecuencias fiscales para quien la cause. Y una exigencia perentoria: EPM siempre pública, siempre nuestra, siempre de la comunidad.  

Al diablo los que, agazapados, a caballo de las barbaridades cometidas por diferentes alcaldes, Quintero incluido, sueñan con su privatización.