
Por Iván de J. Guzmán López
Ayer se celebró en Colombia el día de la independencia. Y en ese marco, vivimos desfiles militares, discursos a diestra y siniestra y la instalación del congreso de la república para un nuevo período legislativo, previo relevo de los presidentes de senado y cámara, ambos personajes manchados por graves señalamientos, tazados en 3 mil millones, para el del senado, en la aparentemente inmaculada cabeza del costeño Iván Leonidas Name Vásquez y en mil millones el de la cámara, para el “transparente” cordobés Andrés David Calle Aguas. ¡Esperemos que esto sea un falso positivo! ¡Qué horror para el gobierno! ¡Qué horror para Colombia, para su democracia, para sus partidos!
El relevo (esperemos que no resulten tan baratos, en caso de señalamientos) recayó en cabeza del mil años conservador Efraín José Cepeda Sarabia, en el senado; y en la cámara, en el joven boyacense verde Jaime Raúl Salamanca Torres. El deseo como colombiano, es que estos personajes sepan desinflar el globo distractor, la cortina de humo recién elaborada por Petro, ahora denominado fast track, mampara esta que le permitiría a Petro seguir dando comidilla a políticos corruptos y a periodistas despistados, cooptados o engañabobos, de manera que no se ventile demasiado su desgobierno y, de paso, sirva para disipar el horroroso tufillo a corrupción que emana de decenas de sus ungidos para gobernar, entre ellos, lo peor del partido liberal y conservador, básicamente. Desvanecido el ruido de la abortada constituyente, bienvenido el Fast track, dirán los petristas, los corruptos y los cómplices del cambio, que, según las estadísticas y los hechos, nos llevan hacia el abismo.
Un Petro convertido en mansa paloma fue lo que vimos en el congreso; un capítulo criollo del extraño caso doctor Jekyll y Mr. Hyde, para quienes nos hemos dado el placer de leer al novelista, cuentista, poeta y ensayista británico, R.L. Stevenson. El presidente se presentó allí como un estadista compungido, ofreciendo perdón al Congreso (“¡ustedes que son los representantes del pueblo!”, dijo) y al pueblo mismo, por el escándalo propiciado por sus antes valiosos alfiles (ahora son canallas) en la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), el exdirector Olmedo López, quien renunció en febrero de este año, y su número dos, Sneyder Pinilla, quien dimitió semanas después, y que a la fecha han acusado ante la justicia a más de 20 personas de estar involucradas en la macabra defraudación y sobornos consiguientes de los cuales acusaron a los citados padres de la patria, Name y Calle. Recordemos que el perdón que pide Petro, obliga condena para los ejecutores y mucho más para los ordenadores del desgreño monumental y delictivo.
Fue un discurso conciliador, bastante escaso en diatribas, según costumbre en su pasado oratorio, donde le dijo al país, con calma pasmosa y calculada, que estamos a las puertas del cielo, y que lo que se viene en estos dos últimos años de gobierno, son ríos de leche y miel, si el congreso y el Fast Track, lo permiten. Menos mal que el presidente Petro, ante un hipotético rechazo a la “vía rápida” en el congreso (como la tuvo en la aprobación de la reforma pensional en la cámara), no sufrió la misma metamorfosis de Nicolás Petro, quien dejó escapar, en plaza pública y ante el mundo, al sujeto reptiliano que lo habita, ante el inminente triunfo de Corina Machado y Edmundo González, amenazando a Venezuela con “un baño de sangre” si pierde las elecciones. Baño de sangre sobre lo cual ni la ONU ni país alguno, rechazó de tajo.
No obstante la mansedumbre demostrada, los cantos de sirena no adormecieron a congresistas como David Luna, Miguel Polo Polo, Paloma Valencia, Andrés Forero, Óscar Mauricio Giraldo, María Fernanda Cabal Molina o a la aguerrida comunicadora social Catherine Juvinao Clavijo, quienes, a coro, le demostraron a Colombia entera, y a un Petro, ya impaciente, y preparando su escapada (¡del congreso!), con cifras en la mano y en olor de corrupción por los cuatro costados, que vamos hacia el abismo y que los dos años de hecatombe que nos esperan, si no endereza el caminado, serán catastrófico para la vida económica, social y política de Colombia, como nunca antes había ocurrido.
Y como la vida tiene dos caras (esa eterna dualidad del bien y mal, bello y feo, paz y guerra, amor y odio, temas que los grandes escritores manejan con maestría creadora), mientras lo dicho arriba ocurría en el sacrosanto recinto de la democracia, en el histórico pueblo de Concepción, cuna del general José María Córdoba Muñoz (donde me encontraba en virtud de mi condición de Miembro de Número de la Academia Antioqueña de Historia y de la Fundación Cordovista de los Andes, a más de ostentar el honor de ser hijo su adoptivo), tenía lugar la parada militar que conmemoraba el 20 de julio de 1810, con los consiguientes discurso de algunas autoridades, entre ellas el gobernador de Antioquia señor Andrés Julián Rendón y el alcalde de Medellín, el popular Fico, quienes, en sendas intervenciones, transmitidas en directo por el canal regional Teleantioquia, denunciaron la noche oscura por la que pasa Antioquia y Colombia, bajo el régimen de Petro.
Y a fe mía que fueron claros en sus denuncias nacionales, sin olvidar el padecimiento de Antioquia y Medellín, a manos de un exgobernador tan señalado judicialmente como Aníbal Gaviria y un exalcalde que, como Daniel Quintero, sumió a la ciudad en una crisis social, institucional, económica y política de la cual aún hoy no hay asomos de salida. Lo lamentable es que nos falta mucha coherencia: mientras el gobernador hablaba contra la corrupción y males afines, yo observaba que por el parque se pavoneaban, investidos como “altos servidores” de la gobernación de Antioquia, unos personajes que fueron congresistas y ni fu ni fa para la patria, nada para sus partidos, tal vez algo para sus bolsillos; otros, que fungieron de alcaldes de pueblos, flotaban en el empedrado concepcionino, eructando llenura, sabiondez e importancia, en su incapacidad moral y administrativa, olvidando que fueron quienes propiciaron que algunos municipios, cayeran en la delincuencia desmedida, el saqueo y la pobreza, sin que ningún órgano de control hubiese dicho, “aquí estamos para ponerle lupa y cintura a la corrupción”. ¿Por qué estos personajes fueron llamados a trabajar en la gobernación de Antioquia, desde donde se nos promete recuperar a Colombia de tantos males?
Por otra parte, mientras el alcalde Fico lanzaba sus proclamas, como dardos bien calculados en su siempre pegajoso y libreteado discurso, recordé que la tiene difícil, porque algunos concejales de hoy, que antes lo acompañaban como candidatos y lanzaban consignas al vuelo en plazas, calles y barrios, y se decían amigos del pueblo, ahora dicen que “no tiene tiempo” para atender al ciudadano; alegan, mediante sus jefes de prensa, ¡que están muy ocupados!
Con esta eterna dualidad; con uno y otro escenario, el del Palacio de Nariño y el de Antioquia, con su gobernación y alcaldía, el cambio es muy difícil; muy esquivo. Imposible, diría yo.
Cuando podremos cantar con dulzura y el alma en calma:
“¡Cesó la horrible noche! La libertad sublime derrama las auroras de su invencible luz”…
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