
Por Adriana M. Cardona López
Dicen los que saben como el profesor Plinio Correa de Oliveira: “por muy bella que sea la naturaleza, todas sus bellezas son menos bellas que el alma humana”.
En aquellos tiempos los animales vivientes de cada especie fueron creados y que con un solo acto de amor los perros miembros importantes del hogar, desempeñan un papel muy significativo ya que son parte integrante de la vida de quien los posee y muchas sociedades y culturas resaltan sus virtudes como sinónimo de lealtad.
La misteriosa existencia hace que el ser humano crea en quienes relatan historias donde describen que los perros son bienvenidos y que el verdadero paraíso los espera, Más que un compañero, es un protector y fiel a su amo.
Amantes del aprendizaje, algunos filósofos nos ilustran como lo hacen en los diálogos de la república de Platón en el libro II,376b “que el perro distingue el rostro de un amigo y el de un enemigo únicamente mediante el criterio de saber y no saber”. Y concluye que los perros deben ser amantes del aprendizaje, puesto que determinan qué les gusta y qué no basados en el conocimiento de la verdad.
La lealtad es su sello y la percepción es su táctica para la adquisición del conocimiento.
Dicen los que más saben que aquel canino esperaba en su regazo a su amo, aquella mujer que cultivaba las plantas y resaltaba las bondades de la creación. En su espera, el canino no permitió que el frío inclemente lo abatiera. Este estaba rodeado de naturaleza y un río soberbio lo desafiaba cada vez que quería irrumpir la tranquilidad y en su recorrido inundaba las orillas de la estancia del canino.
Aquella mujer no volvería, y este descubrió que la lealtad era inmensa como el universo y que, a diferencia de todos los demás, este esperaría.
Hoy vemos cómo los lazos sociales son otra cosa y los comportamientos afectivos se descubren desde el alma.
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