25 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Teletrabajo, en calzoncillos chinos

Jorge Alberto Velasquez Pelaez

Jorge Alberto Velásquez Peláez

Mañana, después de que se supere al menos parcialmente la actual crisis causada por el coronavirus, sin duda habrá mayor desempleo, y aumentará también el teletrabajo, ya sea como modalidad de un empleo real, o como instrumento para el rebusque de alguno, y todo ello cambiará nuestras costumbres respecto a la vestimenta, al deseo de compra por impulso, por gusto, o por estatus, o por la necesidad de simplemente vestirse, como corresponde por decencia humana.

Ahora bien, si el empleado no tendrá a su jefe al frente de manera presencial, qué importa que esté en calzoncillos -no si vive con su suegra-, como lo hizo recientemente el hijo del “antiguo Supermán” en una presentación de un noticiero desde su casa.

Los clientes con los cuales se entrevistará el nuevo  ejecutivo posCovid-19, a través de Zoom, quizás estén también semidesnudos de la cintura hacia abajo, como podría estarlo el gerente financiero cuando se “conecte” con su empleado para informarle que no habrá pago de la próxima quincena.

Lo cierto es que, si en la semana un empleado se reúne virtualmente con diez personas, podría darse el hecho de que no se necesiten once pantalones, once pares de medias y once pares de zapatos -obviamente también faldas y blusas, tacones y sandalias, en otro escenario, en otras reuniones.

No serán tan necesarios los perfumes ni las lociones, y mucho menos las gafas oscuras, o un bolso Gucci, o de cuero sintético con la misma marca, comprado en El Hueco.

Una clase universitaria virtual puede imaginarse así, con un grupo de veinte desinhibidas personas aprendiendo sobre estrategias de marketing virtual.

No habrá que gastar mucho en gasolina si se tiene un vehículo, y de ser así, se puede dudar de conservarlo pues su inmovilidad resultará muy costosa por la cantidad de impuestos existente, aunque quizás se extrañe el paseo paisa semanal por el “túnel” o la visita a Sancho Paisa, que equivale en valor a diez pasadas por el túnel.

Claro está que, si se conserva el trabajo actual y éste exige presencia física en las oficinas, la visita en calzoncillos podría resultar incómoda y quizás causa justificada de despido, razones por las cuales el mercado conservará un consumidor de vestuario, tal vez en condiciones diferentes a las del pasado, por muy variadas razones de oferta y de demanda.

Según Inexmoda, cada colombiano gasta aproximadamente 290 mil pesos al año en ropa, lo que vale el más barato de los jeans Diesel en promoción, que Usted no se va a poner para “teletrabajar” sin que nadie se lo vea, y que bien podrá sustituir por uno de Itagüí de 15.000 pesitos, tal vez con la misma marquilla.

Ese encierro que se producirá en todo el mundo, el efecto psicológico que quedará después de una tragedia como la que todavía estamos viviendo, y lo que en un estudio de las Universidades de Columbia y California se ha llamado “Las consecuencias cognitivas de la vestimenta”, que tienen que ver con nuestro pensamiento abstracto y la forma en que nos sentimos según el tipo de ropa y según cada ocasión, influirán notablemente en una caída del mercado mundial, y nacional, por supuesto, del vestuario, y determinarán una nueva forma de negocio que bien puede terminar por dejarnos caer al abismo como ya venía ocurriendo con las exportaciones de prendas de vestir colombianas, o a obligarnos a encontrar posibilidades y nuevas alternativas para recuperar la producción confeccionista nacional, y generar con ella cientos de miles de empleos, todos ellos posibles si decenas de mentes inteligentes, se ponen en la tarea de pensar en estrategias especiales y aplicables para lograrlo.

Obviamente, sin Inexmoda, que ni en tiempos más favorables supo qué hacer para resucitar la producción exportable.

En 2019 las exportaciones mundiales de ropa ascendieron a 488.000 millones de dólares, y China demostró que no solo vive del coronavirus, pues lideró el mercado mundial gracias a sus ventas por valor de 138.000 millones de dólares, más de tres veces el total de las ventas externas de todos los productos colombianos.

A los chinos les siguen muchos otros proveedores de ropa donde se concentra una especie de esclavitud moderna, como por ejemplo Bangladesh, pero también, entre grandes productores y exportadores, países europeos de sofisticadas prácticas de comercialización, distribución y diferenciaciones con grandes calidades y diseños, lo que no hemos podido aprender en Colombia. Me refiero a Alemania e Italia que exportaron el año anterior la misma cifra, 24 mil millones de dólares, España y Países Bajos, con 15 mil y 13 mil millones respectivamente.

Colombia se despide de ese enorme mercado con menos de 500 millones de dólares en exportaciones y por lo menos doscientos millones más en importaciones, y se prepara para atender el nuevo mercado, el de los semidesnudos y más empobrecidos  clientes, en todo el mundo, claro está, y en Colombia, donde habrá que enfrentar una dura competencia que tratará de no perder los territorios conquistados, como por ejemplo Zara, que ya tiene 13 tiendas en el país, o H&M que venía con un proceso de apertura de sus negocios para competir con su gran rival español, o los padres del coronavirus, que tienen en el ÉXITO y Falabella a dos de sus buenos vendedores en estas tierras.

Tenemos que buscar nuevas alternativas de negocios para el sostenimiento del empleo que queda, para nuevos puestos de trabajo, para emprendimientos que sirvan de algo y no solo para discursos de funcionarios públicos; para la recepción de recursos hacia ciencia y tecnología, que no se queden en proyectos inútiles como por lo general ocurre.

Las confecciones colombianas están enfermas, por el virus de la incompetencia empresarial, y por falta de acompañamiento, pero pueden ser un Ave Fénix capaz de volar como un dragón chino.