Por Oscar Domínguez G.
Hace tiempos se convirtió en olvido ese ruido con noticias que era el teletipo. Cuando lo desaparecieron sentí que se había muerto un amigo, un cómplice. En noviembre siempre le mando azucenas, en diciembre, villancicos, en enero, cabañuelas, en octubre y abrl aguaceros mil…
Si no me robé uno de esos armatostes cuando lo sacaron del aire no fue por falta de ganas. Lo pensé. Como se peca con las ganas, según el padre Astete, merezco el infierno. Es más, lo exijo. Me lo gané. Pero en su compañía. No admito reencarnaciones sin él.
Era un maestro. Enseñaba con ternura y alcahuetería de abuelo, sin regañar, ni tirar línea. Como si el ignorante fuera él, no uno. En los teletipos continué la educación interrumpida en la escuela de periodismo.
Todas las noches le decía adiós como si me despidiera de la primera o de la penúltima novia. Todavía lo echo de menos en las inertes tardes sabatinas o dominicales como las que compartimos en el noticiero Todelar donde yo trabajaba como patinador.
Fue un amor a primera vista, aunque de una sola vía. Cuando me ignoraba, yo quería por los dos. “Estando los dos estábamos todos”.
A veces me molesta un ruido en el oído. Como padezco “alpiste” (mezcla de alzhéimer con despiste, según el caucano mayor Alfonso Wilches) sospecho que es la cuota inicial del tinitus. Falso positivo: es la campanilla del teletipo dándome la buena nueva de que me recuerda. Y pidiéndome que no lo olvide.
Sin perder la calma, como un budista aconductado y panzón, el teletipo contaba la novela por segundos del mundo dándose contra las paredes. Al final de la jornada yo le daba su pastilla para el dolor de cabeza cuando a la humanidad se le iba la mano en disparates.
Le cambiaba la cinta, el rollo de papel, como quien le cambia los pañales al bebé. Le dejaba un vaso con agua por si quería mojar la palabra “cuando el músculo duerme, la ambición descansa”. Otro vaso era para la prótesis.
Nos dábamos el besito de las buenas noches. ¿Qué tal todos por la casa?, me preguntaba en la madrugada. Le contaba mis tusas de amor, le pedía reajuste salarial, lo invitaba a cine, a un septimazo, o a nada, cuando la quincena se había agotado.
Solía comparar las noticias que daban los teletipos de AP, UPI, Efe, France Press. Para saber cómo andaba de amores Brigitte Bardot prefería las noticias que venían de París, como las cigüeñas.
Me consideraba el eslabón encontrado entre el teletipo y el oyente del noticiero que me pagabab 800 pesos mensuales con que alcanzaba hasta para «sí fornicar».
Con mano de cirujano plástico cortaba los cables que le entregaba a Antonio Pardo García, director de Todelar. El chiquito Aponte, Becerra Ruiiiiiz o Manolo Villarreal (qepd) leerían luego los cables.
El poeta Óscar Hernández llamó al teletipo “ventana sobre el mundo”. El fallecido periodista Orlando Cadavid, lamentó no haber dado la chiva: “Flash. El teletipo ha muerto”.
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