8 diciembre, 2025

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Sueño con el Nobel

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Por Óscar Domínguez G. 

Como dos y dos son cuatro y este 10 de diciembre, hace 43 años, García Márquez recibía en Estocolmo el Nobel de Literatura, retomo el sueño con tuve con el de Aracataca en plena pandemia del coronavirus:

De repente, en el balcón del edificio donde vivimos aparece un señor de blanco, sonriente y con bigote a lo Bienvenido Granda. Luce liquiliqui. Tan pronto como mi “vecino”, Gabriel García Márquez, me ve desde su lugar y me pide que me acerque.

Como nobeles no se ven todos los días, y menos en sueños, en segundos estoy cerca del mentiroso de Aracataca. Dentro del sueño, asumí que me invitaría a subir. Esperanza inútil, como en el bolero de Daniel Santos que solía cantar en su época de serenatero en Barranquilla.

En lugar de invitarme a su cambuche, García Márquez me pide desde “la comba altura” que anote la siguiente pregunta que debo hacerle a la gente:  Si a su hija recién nacida le deben conseguir nodriza. La respuesta debe consignarse por escrito.

Me dio cosita preguntarle en el sueño por qué hablaba de niña, si él y su dama, Mercedes, quien estudió en La Presentación de Envigado, solo amasaron dos muchachos, Rodrigo y Gonzalo. Pero nadie manda en sus sueños sino cuando se acaban. Solo entonces podemos torcerles  el pescuezo que es lo que estoy haciendo con el mío. Y lo que dicen que hacía Freud.

No me cambiaba ni por Dios mano a mano de la felicidad que sentí al recibir semejante  encargo. El mandado me exoneraba de la frustración que me acompaña por no haberlo entrevistado nunca las pocas veces que me topé con él en vida.

Me aprovisioné de un buen fajo de hojas en blanco, tamaño oficio, y me fui a una tienda cercana a terminar la tarea.

Le expliqué al respetable público consumidor presente en la tienda el alcance de la pregunta del maestro Gabo y la respuesta que esperaba (sí o no, como Cristo, en el que no creía, nos enseñó).

Enseguida empecé a repartir las hojas. Pasé cerca del churro de la registradora, pero no le entregué su hoja. Hasta en sueños, me acobardan las bellas y los grandes escritores.

Cuando terminé la repartición rectifiqué, y le entregué su hoja a la chica de la registradora.  Me sonrió, le sonreí. Cuando desperté, el Nobel ya no estaba allí (disculpe, señor Monterroso, por piratearle su cuento).

Para ahorrarme el vale del siquiatra de la prepagada, leí algo de Jung, el consentido del novelista y tallerista Luis Fernando Macías cuyos personajes sueñan, por ejemplo, en “Eugenia en la sombra”.

También leí a José, coach onírico del faraón (Gn. 40. 1-38), al que le interpretó sus sueños y le explicó cómo manejar los años de vacas gordas y  flacas que venían. En esas lecturas no encontré mayores luces.

Recurrí entonces a mi propia coach. Previas consultas que hizo en su encopetada enciclopedia, vio en mi sueño desconcierto total por no haber escrito nunca ficción. Cero novelas en mi hoja debida. De pronto uno o dos cuentos que no me alcanzarán para ir a aguantar frío en Estocolmo a recibir el Nobel de Literatura.

Acogí la interpretación de mi frágil coach porque coincide con la dedicatoria que le inventé a García Márquez y que consigné en su libro “El amor en los tiempos de cólera”:  Para Óscar, eterno novel en literatura… (Publicado en El Colombiano. Le hice algunos ajustes al texto).

Pie de foto: Calle García Márquez en una ciudad italiana. (Foto de JG).