29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Son como el hábito que no hace al monje, pero sí dice a qué parroquia pertenece

Claudia Posada

Por Claudia Posada 

Todos los ciudadanos, nos guste o no, estamos inmersos de alguna manera en la órbita política; decir que no nos importa ese mundo es ignorar que tarde o temprano comprobamos que nos tiene que importar; posiblemente a unos mucho más que a otros, pero ni metidos en el fondo de la selva nos escapamos de lo que deciden – por todos nosotros- los políticos. Pero claro, una cosa es la Política en teoría, su historia y evolución, y otra los políticos en el ejercicio de la vida pública actuando e incidiendo en todas las ramas del poder que conforman el Estado, y a nuestras espaldas.

Con distintos matices, lo cierto es que son tres tendencias ideológicas en las que está soportada la actividad política: una enmarcada en principios conservadores, la del ideario liberal y otra progresista. Eso es en teoría porque en la práctica, ahora, no hay idearios, hay tendencias y son bastante “movibles”. Si el pensamiento conservadurista se identifica con mantener estructuras sociales, económicas, religiosas y morales de acuerdo con lo planteado y consignado originalmente, pues ya no es así plenamente, se da apenas en escasas ocasiones según intereses de sus representantes. Si el liberalismo es la defensa de doctrinas como la justicia social por encima del libre mercado, entre otras, tampoco queda mucho de lo inicialmente expuesto en aquel pensamiento, más allá de rasgos para esgrimir en ciertos discursos. Colombia vive un primer gobierno progresista, es decir, con ideas liberales, pero mucho más allá: con voluntad de avances o de cambios en materia de derechos individuales y colectivos que son restringidos, con justicia social, abogando por la igualdad; y puede verse en algún momento como populismo.  Así, grosso modo.

A lo que quiero llegar, es a que a fin de cuentas los políticos, hace años, resuelven pequeños o grandes asuntos que tratan y deciden en razón de sus compromisos públicos, según “acuerdos”, o mejor, según componendas entre similares o disimiles de acuerdo con las relaciones de partido o personales que se establezcan para beneficio de la colectividad o por conveniencia personal. De esta realidad, apenas tenemos la percepción que se nos alimenta día a día siguiendo posturas, respuestas, actividades y decisiones de los políticos en sus escenarios, los gobiernos y el Congreso, y de funcionarios en los organismos de control. Sin embargo, una cosa es el impacto por lo observado desde afuera, con intervención de redes sociales o medios tradicionales; o lo que intuimos en campañas con todas sus estrategias para los momentos virtuales o los frente a frente; y otra, seguramente muy distinta, será vivirlo estando adentro en las esferas de poder y decisión. 

En tal sentido hay quienes, ya alejados de los escenarios públicos, afirman sin dudarlo en lo más mínimo, que en su momento el mejor congresista de Colombia fue Gustavo Petro, hoy en la Presidencia; esto lo aseguran inclusive conservadores de reconocida trayectoria empresarial, que pasaron por el Congreso (al que no quieren volver nunca más); defensores hoy por hoy de la justicia social, quienes ven con preocupación la falta de solidaridad en el empresariado, añoran la honradez en mandatarios de años atrás, y se lamentan del afán de riqueza  desmesurada que se impone. Y es que es alarmante cómo, mientras más tierras y riquezas se tienen – algunos lideres de opinión acariciando íntimos deseos de llegar a ocupar dentro de unos pocos años el primer cargo del país- más trinan en contra de las reformas que tal vez puedan restarles un pelo de su poderío en la melena de sus fortunas.

También los hay arribistas que igualmente sin méritos, sin roce internacional significativo, sin pergaminos, aunque con el mismo afán de alcanzar altas dignidades, se convierten en serviles de las clases dominantes haciendo eco de sus mentiras para confundir e infundir el miedo que acompaña las preocupaciones de los desprotegidos.

Nunca antes se había podido hablar de contenidos en reformas de tanto calado y gran magnitud como las que transitan ahora por el gobierno y el Congreso; esos temas eran tratados antes con total sigilo para que no trascendieran a la opinión publica o a grupos de presión. Nunca tan discutidos y expuestos en distintos espacios de debate. Esto significa que hay voluntad y ánimo de transigir hasta donde es posible sin comprometer la esencia. Eso también ha permitido acercarse a la verdadera sensibilidad de la clase política, interpretar mejor a las figuras que antes del gobierno Petro apenas veíamos “en frío”; aquellas que hoy hablan “en caliente” y desilusionan. El lenguaje y tono de sus pronunciamientos, son como el hábito que no hace al monje, pero sí dice a qué parroquia pertenece.

Tener un montón de congresistas en las Cámaras Alta y Baja, en los que se gastan dinerales de las arcas públicas, no es la mejor prenda de garantía para pensar que la gran mayoría está buscando el bienestar común; y encima, con total cinismo, algunos que son ya insoportables, se la pasan trinando sandeces que dan cuenta de su corazón y su cerebro. Involucrémonos más en el acontecer político, social y económico del país, al punto de aprender a discernir posturas amañadas presentadas como sinceros mensajes, dudemos, desentrañemos intereses personales. Leamos entre líneas toda información periodística que se nos atraviese, los medios de comunicación, lamentablemente, cambiaron su razón de ser; ya no son todos, canales de información para ayudar a divulgar e interpretar contenidos; con algunas fuentes son “compinches” y con otras son “jueces”.