25 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Sobre el mal funcionario

Dario Ruiz

Por Darío Ruiz Gómez 

Max Weber es quizás el pensador más vigente hoy. Sin su profunda investigación sobre la aparición histórica del Capitalismo no lograríamos entender las transformaciones sociales que definen aún la modernidad. 

El viejo sabio Zygman Bauman ante las revueltas de hace una década contra el capitalismo lo dijo claramente: “El Capitalismo no desaparecerá”.

En la estructuración del Estado capitalista moderno hay un elemento clave para Weber, el burócrata sin cuya eficiencia es imposible imaginar que pueda ponerse en marcha un proyecto económico, científico. Porque en lugar de quedarse a la espera de que las etapas sucedan siguiendo la inercia de los hechos, la dinámica de esta economía permite dar el salto hacia adelante y nos instala en un presente donde se dan las condiciones que la democracia moderna exige, la felicidad y la libertad de los pueblos, la igualdad y no el igualitarismo.

Pero esa burocracia es permeada rápidamente por la envidia, por el arribismo, por la pereza y la abulia y desde luego por la degradación de lo político. Convertida en una inmensa maquinaria abstracta estará abierta al sabotaje silencioso y a la despersonalización del individuo, tal como lo vemos en el fatal aburrimiento y consternación de los personajes de Kafka, del Bartleby de Melville.

Y esta condición de alienación frente a un trabajo carente de motivación participativa se dará a lo largo de la sociedad moderna desde el siglo XX hasta nuestros días donde el desmoronamiento de la Ética Política, recordemos a Spinoza, convertida en demagogia populista lleva a que la burocracia  necesaria para llevar a feliz cumplimiento las tareas del Estado, sea ocupada no por los verdaderos capacitados para ello, sino por personajillos sacados  de los sótanos de la morralla electorera, del compadrazgo, del arribismo hasta llevar a la crisis a muchos gobiernos democráticos.

Francesc de Carreras es un eminente catedrático de Derecho Constitucional que participa en la vida política de España bajo un necesario espíritu racional,  que le ha permitido abandonar a tiempo el falso consenso cuando al impedirse la autocrítica el conformismo y la negligencia se convierten en un nocivo obstáculo contra la práctica de las libertades.

En un reciente artículo en The Observer, ha señalado lo que es ya más que evidente en el actual Gobierno de Pedro Sánchez: la presencia de una burocracia de ignorantes (as) o sea tal como lo llegó a señalar en páginas luminosas Ortega y Gasset, la presencia perniciosa del mal funcionario(a); consideraciones que  ponen de presente el daño que para la ciudadanía supone la actividad de estos oportunistas “capaces de medírsele a lo que les pongan a hacer”. “No cesar a quien ha demostrado sobradamente su ineptitud y legislar con la única intención de obtener el voto de los electores, señala Francesc de Carreras,  también es moralmente corrupción”, aclarando que “también la incompetencia y la demagogia deben tener en cierto modo ese trato”.

¿Puede un corrupto funcionario o exfuncionario lanzarse de nuevo e impunemente al juego electoral, tal como está sucediendo en Colombia?

El espectáculo al cual estamos asistiendo con la aparición de personajes de dudosa ortografía, de malévolas señoras virtuosas (os) de las componendas con la delincuencia lanzados a las campañas políticas es más que alarmante y la misma farsa de las anteriores elecciones parece estar ya en marcha desde la Registraduría General.

¿Dónde está la Comisión de Ética para impedir que los delincuentes(as), los malversadores(as), los prevaricadores continúen gobernando? Rafael Cadena, definiendo a la Venezuela de Maduro, adelantó para nosotros esta situación. “Esta  Republiqueta de vivos, sicarios y malhechores”. Ahí nos vemos.