19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Smart cities con imprescindibles living schools

Por Enrique E. Batista J., Ph. D.

https://paideianueva.blogspot.com/

Las ciudades competitivas y las ciudades inteligentes (Smart Cities) requieren gobernantes inteligentes y ciudadanía educada para la misma condición.  Una ciudad que se precie de ser competitiva no por ello es una ciudad inteligente, una«Smart City». No habrá ciudades inteligentes a menos que desde la educación y en el conjunto la sociedad se potencie el desarrollo de la inteligencia humana y la acción colectiva para alcanzar el bien común. Sin ello tampoco habrá una «Smart City», aunque todos los ciudadanos tengan «Smart Phones».  

No tendremos ciudades inteligentes si se sigue negando la posibilidad de que tanto el talento como la bondad humana puedan desarrollarse en el tibio y confortante calor de una pedagogía creadora, en lugar de la miedosa criónica educativa. No tendremos ciudades inteligentes si la educación es abandonada y encerrada en el pasado, lejos de la posibilidad de contribuir al progreso colectivo y a la satisfacción de las necesidades básicas de toda la población. No tendremos ciudades inteligentes si se niega la imprescindible promoción de la inteligencia humana con una educación adecuada a los tiempos en sincronía con los avances en ciencias, tecnologías, cultura, ética y política. Para tener ciudades inteligentes hay que abandonar la clase de escuela que prefieren muchos gobernantes, la que aliena a los alumnos y congela la capacidad del maestro para formar y la de los alumnos para aprender, dedicados estos hoy a resistir con pasividad lo que se ha vuelto para ellos un tortuoso e inútil paso por años de escolaridad. 

Una revisión a los índices internaciones generados para catalogar el grado de competitividad de las ciudades, muestra cómo es de crucial la transformación radical de las escuelas y de sus prácticas, así como las muy necesarias, urgentes y prioritarias acciones y compromisos de los gobiernos, de las organizaciones civiles, y de los maestros, padres de familia y directivos escolares  para construir modelos formativos escolares  transformadores. 

No se puede ser una ciudad competitiva si, a sí misma, a sus ciudadanos y hacia afuera no puede mostrar que no lo es sólo de nombre, que no lo es sólo del ámbito parroquial, sino que está imbuida de dimensiones globales, con sólido compromiso y demostrada fortaleza por el bienestar colectivo, con la formación de talento humano  capaz de crear, innovar, construir democracia y vivir en paz. Para ello se requiere contar con un servicio educativo que sea a la vez creativo e innovador.  

No basta con llevar y depositar de manera pasiva las tecnologías digitales en las escuelas, no importa que arrastre el rótulo  citadino por el solo hecho de contar con muchos habitantes. Se precisa el liderazgo y la capacidad demostrada de crear ambientes de trabajo, de estudio y de convivencia pacífica, así como la priorización de la  inversión de diversos recursos en la gestación de capital humano nativo, mejoramiento multidimensional de la calidad de vida de los habitantes, redistribución de las riquezas, superación de las desigualdades internas, formar y atraer talentos y negocios, ser una ciudad global en la  economía y en la cultura propia, una ciudad creativa y exportadora. Ahí empieza el camino de una «Smart City» que, más allá del apoyo tecnológico, progresa en el bienestar colectivo, en la superación de la pobreza y de la exclusión. 

Tomando como referencia al Índice de Ciudad Global 2020 de Kearney, se observa el énfasis que se pone en la creación de valor urbano teniendo como foco y metas ineludibles el bien común para todos los sectores de la sociedad, la conectividad global, el flujo internacional de personas, bienes e ideas, y la transformación del espacio urbano para el mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes. Hay razones poderosas para transformar el medio ambiente urbano para que sea sostenible, resiliente  e igualitario, con afectación positiva de los estilos de vida como: 1. La reducción de la presión en los sistemas de transporte de modo que los habitantes puedan llegar a las distintas centralidades en no más de 20 o 300 minutos (como en Portland – Oregon y Sídney), 2. la expansión de las zonas verdes, dada la conocida conexión entre la vida al aire libre y la salud mental, 3. El aseguramiento de la conectividad digital universal, evitando que los ingresos económicos o la localización sean obstáculos para el acceso, 4. El diseño para la resiliencia, ya que dada la actual crisis sanitaria, y otras futuras, se precisa que la ciudad esté preparada para enfrentar posibles disrupciones, lo que implica planear y desarrollar, con criterio de adaptabilidad, espacios urbanos que puedan ser usados de diversas maneras y reequipados cuando sean necesarios.  

La compañía Kearney clasifica a las ciudades globales en cinco dimensiones: 1. Capital humano, 2. Experiencia cultural, 3. Actividad de los negocios, 4. Intercambio de información y 5. Compromiso político. A partir de la actual crisis sanitaria mundial en la dimensión de talento humano se han incluido, para el bienestar de los habitantes, los programas de formación de médicos y personal del área de la salud con el acceso en ellas a los conocimientos médicos y tecnologías actualizadas y apropiadas. (https://rb.gy/y8ffdl).  

El Índice del Smart City Observatorypara 2020 cubrió y clasificó a 159 ciudades en todo el mundo en dos grandes categorías: Estructuras y Tecnologías, cada una de las cuales tuvo los siguientes cinco componentes: 1. Salud y Seguridad (saneamiento, contaminación, seguridad, servicios médicos, precios de los arriendos de vivienda y vigilancia con cámaras para incrementar la seguridad) 2. Movilidad (satisfactorio transporte público, nivel de congestión del tráfico y uso de  bicicletas), 3. Actividades (espacios verdes  y actividades culturales), 4. Oportunidades laborales y de escuelas (cobertura en escuelas con calidad, oportunidades de aprendizaje durante toda la vida, negocios que crean nuevos empleos, aceptación de las minorías, disponibilidad de colocación laboral, adecuada enseñanza de las tecnologías informáticas, velocidad y confiabilidad de la conexión a Internet) y 5. Gobernanza (corrupción, participación ciudadana, acceso a información sobre decisiones del gobierno y plataformas de participación en línea). 

Las cinco primeras ciudades, entre las 159, en ese Índice del «Smart City» fueron: Singapur, Helsinki, Zúrich, Auckland y Oslo. En el ámbito latinoamericano, con su posición entre paréntesis, estuvieron: Medellín (72; subió 19 puestos con respecto a 2019), Buenos Aires (88), Ciudad de México (90), Santiago (91), Bogotá (92), São Paulo (100) y Rio de Janeiro (102). (https://rb.gy/ptdu2m).  

El Índice del Smart City Observatory es uno de los muchos que se publican cada año. El concepto de Smart City es algo nuevo, tiene varias acepciones y en su medición se emplean diversas variables e indicadores, como las indicadas arriba y otras como, por ejemplo, capital humano, economía digital, seguridad, zonas verdes, fomento de la cultura para el goce de  los ciudadanos, infraestructuras amigables con el medio ambiente y el ciudadano, transparencia y oportunidad de la información para todos, visión y vinculación internacional, uso intensivo y sostenible de tecnologías digitales, movilidad y transporte sostenible. (https://rb.gy/1r1tki).   

En una «Smart City» se debe hacer evidente que cuenta con escuelas vivas, escuelas inteligentes «Smart Schools», («Living Schools», como han sido denominadas; https://rb.gy/vupdws,https://rb.gy/cnezwq), «Escuelas Vivas» que den oportunidad de progreso a todos. Sí, escuelas vivas, porque se siente que las escuelas han muerto, momificadas y preservadas para que tengan una subsistencia en crio preservación, en un proceso de criogenia del cual no habrá manera de reanimación posible de la fatalidad que le causó la desidia y abandono de la formación debida y merecida por niños y jóvenes.