24 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Sin tocarse

Por Carlos Alberto Ospina M.

Ella no rompió la promesa ni se cansó de esperar, tan solo pensó que Diego había fallecido. Él superó todo tipo de adversidades en los cinco años de lucha al servicio de la reconquista de la península ibérica. Regresó para verla recién casada con un noble que, roncaba como trueno, en la despejada madrugada.  

Con ganas andan los amantes, por más que les cueste la existencia, uno de los dos insiste en juntar los labios en el último suspiro: «Bésame, que me muero», rogaba Diego de Marcilla. Isabel, atormentada por la ausencia justificó su negativa a causa del juicio de Dios y apoyada en el falso rol de mujer que no engaña al marido.  

Mientras hundía la daga verbal de cuatro filos de “no quiero”, encima de su regazo cesaba aquel hombre que prometió volver. Apurados por el temor a la murmuración y el qué dirán, los cónyuges sacaron a rastras el cadáver que yacía en la habitación nupcial. En la iglesia, con el ineludible remordimiento a cuestas, Isabel de Segura, abrió paso entre la gente, quitó la sábana y besó de forma desmedida los restos mortales de Diego, hasta matarse de arrepentimiento. 

¿Qué sentido tuvo enterrarlos en el mismo pudridero? En vida no se tocaron y difuntos, ni distinguen la exhalación de las caricias. Las manos de los amantes marchitos levitan sin acoplarse, aunque moren en la eternidad. 

Ella lo dejó partir con la miel en los labios; en ningún espacio, él disfrutó el néctar de la flor virgen de quien aseguró que iría a su encuentro. De escasa importancia disfrutan los pretextos, puesto que los afectuosos no conocen de medida y poco les importa llegar un minuto después o varios abriles antes. Están para soplar fogosidades, soltar aprensiones, componer lo resquebrajado, tejer caricias y levantar velas, quizá, sin retorno. 

El error de “Los amantes de Teruel”, Diego e Isabel, fue suscribir un juramento para en seguida reprochar el tiempo perdido. Les faltó enfatizar en que nada posees sí te quedas, porque cualquier cosa pasa en un segundo. 

En la iglesia de San Pedro ubicada en provincia de Teruel- España, el mausoleo da la sensación idílica de los amantes tomados de las manos más allá de la presencia. Al apagar la luz permanece la hermética soledad y el inalterable silencio de aquello que nunca prosperó. Por eso, sus manos esculpidas en piedra veteada ¡jamás estarán unidas! 

Enfoque crítico – pie de página. No insulten a los amantes con el vocablo rebuscado de “follamigos”. Más bien vayan a talar la insípida experimentación de cuerpos disponibles.