Por Carlos Alberto Ospina M.
La verdad es un concepto deseable que puede ser faro y fuego, luz que destella y de manera simultánea, quema la sangre. Es la virtud más elevada del pensamiento humano que pocos se detienen a reflexionar sobre su significado, una vez que destruye y desmantela la ficción que sostiene la existencia de unos.
Es elemental afirmar que quien vive del engaño construye una identidad falsa en la medida en que teme a la irrupción de una fuerza que arranca máscaras y de paso, deja ciertas personas en evidencia. La ignorancia invencible es un instrumento de ocultamiento y una forma conveniente de supervivencia.
No se trata de cortarle a alguien la hierba bajo los pies por miedo al juicio, a la pérdida o al dolor, máxime cuando no distingue dónde termina la cosa fingida y dónde comienza la realidad. Ahí está el quid, la veracidad es una amenaza porque exige la confrontación con lo que somos. Obliga a reconocer las propias mentiras, disimulos u omisiones.
Este proceso es devastador para el ego debido a que requiere desmontar la versión construida sin adornos ni filtros. Allí no puede decir ‘porquería son sopas’. En ese instante, la evidencia actúa con crudeza, sin compasión. Por esto ambas partes sufren similar desilusión, la misma fractura interior a causa del artificio.
‘Por un clavo se pierde la herradura’. El defraudado deja de tener confianza y el embaucador pierde la careta. Lo que sigue es un vacío a modo de orfandad moral y anímica, porque el alma queda expuesta al vértigo de la decepción. La conciencia limpia y la paz espiritual son imposibles para quien vive hundido en la falsedad.
La mentira funcional o estratégica es una prisión a semejanza de grieta invisible en el entorno y en el sentido ético de un individuo. Con el tiempo se transforma en un eco que no cesa, ya que la incoherencia es la fuente más profunda de la desdicha.
El problema se sitúa en el centro de la condición humana en razón a que la verdad no es un dato, sino una tarea y un camino hacia la libertad íntima. Consiste en despojarse para enfrentar las distintas capas del autoengaño que protegen del abismo interior.
La capacidad de existir sin la carga de la hipocresía conduce a experimentar un estilo de armonía y de serenidad lúcida producto de la coherencia entre el ser y el parecer. La paradoja es que muchos buscan la tranquilidad evitando la verdad. Decirla, vivirla y sostenerla implica desafiar el sistema de simulacros que sostiene la vida moderna.
La autenticidad purifica el alma del peso de la burla.


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