Por Claudia Posada
Hace algo menos de tres o cuatro lustros, el afán de tener “la chiva”, periodísticamente hablando, se constituía en virtud admirada por las audiencias y entre colegas del oficio llamado “La más noble profesión”: El periodismo. Hoy en día, no es ni recordado ni mucho menos admirado aquello de “buscar la chiva” porque pasó de moda, mejor dicho, ya no se usa y qué tristeza decirlo, tener el faro de los principios orientando todo oficio, cargo, o profesión, tampoco es consigna en todas las esferas de la sociedad. Tener la chiva no necesariamente desconocía principios. Los ciudadanos teníamos medios de comunicación y periodistas de nuestra preferencia; les creíamos, merecían el reconocimiento que les hacíamos a la hora de las tertulias sociales, se tratara de cadenas radiales, impresos, canales televisivos, o emisoras independientes; era usual defender a nuestras fuentes de información casi tanto como lo que decía el cura párroco en el púlpito. Ahora ni a unos ni a otros, aunque desde luego hay excepciones, contadas, pero las hay. De pronto llegó la tecnología aplicada a la información y comunicación, tal vez sin estar preparados para semejantes cambios. Aparecieron entonces los “modo asombro” para un sin número de actividades en el mundo de una cotidianidad sorprendente, y con esto, infinidad de aplicaciones de suma importancia y enormes beneficios; pero así, por igual, a la par con las ventajas aparecieron complicaciones, incertidumbres y miedos sembrados hábilmente; todo ello con el uso, por ejemplo, de las redes sociales.
Pues bien, si antes no se podía vivir sin un radio personal, o el de la familia para oír todos en la casa, y mucho menos sin el televisor (en las casas grandes había un espacio con sofá y poltronas que era la sala de televisión) para ver concursos, telenovelas o películas “enlatadas” (así se les decía a series semanales o a filmes ocasionales de procedencia gringa) y, aunque de manera privilegiada el señor de la casa, se leían los diarios impresos para tener amplia información, prestigiosos editoriales y columnistas ilustres; ahora no se concibe la vida sin la Internet, la red con muchísimas posibilidades. Obviamente los medios de comunicación no podían quedarse atrás, actualizaron equipos e incorporaron nuevas políticas de difusión, así como una nueva filosofía corporativa según los propietarios. Los directores ya no cuentan como antes. En ese proceso de modernización también entraron algunas perversas practicas comunicacionales que responden a directrices del mercadeo informativo. Los ciudadanos del común, si acaso no estamos con la mente uniformada (objetivo de ciertos sectores) todos los días nos sacudimos y nos decimos: ¡Cómo carajos saber qué y a quién creerle! ¿Qué esto es producido en una “bodega” de los buenos y aquello en otra bodega, pero de los malos? Tergiversaciones, interpretaciones que obedecen a posturas personales (subjetivismos), insana competencia entre los medios de comunicación, manipulación de la información desde las fuentes mismas y maniobras similares, afectan el derecho a estar bien informados.
Con plataformas como las redes sociales, o el comercio electrónico, entre otras, los grandes creadores nos tienen amarrados a distintas aplicaciones para permitirnos la búsqueda de información y hacernos creer que toda es fidedigna, irrefutable, y que es un generoso favor el que nos hacen “gratis” pues nos estamos haciendo dueños de la verdad. No podemos desconocer que el procesamiento de datos “permite la manipulación, análisis y almacenamiento de grandes cantidades de información”. De nosotros, de todos en cualquier parte del mundo, saben más que nosotros mismos, conocen más de lo que nos conocen la mamá, los compañeros de trabajo, o los vecinos de toda la vida. De ahí los riesgos de seguridad informática, desde el robo de información personal hasta los ataques cibernéticos. Pero tampoco nos angustiemos, simplemente quitémonos el uniforme mental.


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