Por Darío Ruiz Gómez
Salid, niños del mundo, id a buscarla” reza al final el hermosísimo poema de César Vallejo. Porque España como lo puso de presente Unamuno, como lo describió con rotundidez moral Don Antonio Machado será siempre un eterno dolor. O como con la ironía propia de los espíritus más elevados la radiografió Ortega y Gasset: un problema que no cesa dictado por la ordinariez y la zafiedad de quienes a su nombre la traicionan con su cainismo. Desde su exilio Luis Cernuda describió con la dolida objetividad del perseguido, la persistencia en el tiempo de una agresiva mediocridad presta a recurrir al hondero para que arroje la piedra a la cabeza de quien se atreva a desafiar esta medianía donde el espíritu agoniza, donde la luz de la razón se agrede y ante la cual el genio prefiere callar. En su descripción crítica del tiempo anterior al estallido de la Guerra Civil, Ortega y Gasset señala como causantes de la catástrofe, la mediocridad agresiva del periodismo, la ordinariez de la política degradando la vida pública, azuzando la violencia callejera y sobre todo alentando el odio a la inteligencia. La raíz histórica es convertida en rastrero populismo alborotando la irracionalidad de las masas, el anarquismo de lo popular es convertida en la más brutal negación de los espacios de cultura; la turba, los facinerosos devastando lo que identifican como valores de una civilización que quieren borrar para entronizar a cambio su resentimiento. Yo pensé que después de Zapatero era imposible llegar a más en la tarea de destrucción de una sociedad por parte de un dirigente que enseguida se afilió al chavismo a cambio de “una mina de oro” tal como lo atestiguó Piedad Córdoba para entonces en Venezuela su compañera de fechorías. Ser sombrío, impredecible. La crisis económica de Zapatero envió al exilio a cerca de diez millones de españoles. Destruyó el comercio, la agricultura, la vida urbana. Zapatero pues allanó el camino para que llegara el poder el más deleznable personaje: Pedro Sánchez y la embriaguez de poder del muchacho de barrio capaz de traicionar cualquier principio democrático con tal de seguir disfrutando de la vida de Corte: el entorno estaba servido con un páramo cultural y una España empobrecida, con renovados trepadores sociales.
Felipe González confundió la necesidad de la democracia con crear una sociedad de consumistas y de onanistas provincianos: el paleto intonso se mutó en el cutre desbocado de hoy, el “podemitas” que como diría Ortega está “ávido de usar y gozar las cosas que no sólo no sabe crear sino que no conoce” Iglesias, Irene Montero, Echenique una mafia que odia a los ricos pero caricaturescamente trata de vivir como ellos, bufando desde su resentimiento social, sus estrategias están encaminadas no a buscar la unidad de España sino a su desmembramiento alentando las autonomías nacionalistas, el desembarco de inmigrantes africanos, haciendo alianzas con los herederos de ETA, para rematar mediante un golpe de fuerza, y como en la dictadura soñada, tratando de imponer la censura a cualquier información con su orwelliano “Ministerio de la Verdad” o sea que la Madre España ha caído. La instauración del chavismo-madurismo – sobre el cual adoctrinaron Iglesias, Errejón, en Venezuela, lo mismo que prestaron su asesoría a Evo Morales- fuente primera del populismo de Podemos y de sus ideólogos de cabecera, es un hecho prácticamente consumado hoy en España con la complicidad de unos socialistas de poca monta y una clase política alejada por completo de las necesidades de quienes los eligieron.
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