20 septiembre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

¿Será la perorata de un papagayo o el testamento de Gardeazábal?

Haga Click

Image Map

@eljodario

Por Alejandro García Gómez 

Informativo El Guaico

“A Colombia sólo la han desarrollado la envidia y la venganza”, Gardeazábal, Youtube.

Así como Truman Capote nos narró A sangre fría (1959) y Javier Cercas Soldados de Salamina (2001), ambas novelas basadas en hechos reales, Gardeazábal, próximo a cumplir ochenta años este 31 de octubre (para algunos, día esotérico), decidió dejarnos conocer su testamento público: una catarata de palabras, capítulos donde aparecen enmarañados los nombres reales (la mayoría), las características y todo lo que alcanzó a investigar, con su usual prolijidad, sobre las vidas con obras de milagrosa bondad y berraquera de unos, y las desvergüenzas y canalladas de otros.

Se trata de familiares de su extensa familia, algunos que lo antecedieron y otros con quienes contemporiza, tanto por el lado de la señora María Gardeazábal Rodríguez de Álvarez (doña Maruja), su bella, adorada y admirada madre, como de don Evergisto Álvarez Restrepo, su admirado padre. Tulueña ella; él, de Guadalupe (Antioquia), a quien el destino y su errancia paisa lo llevaron a Tuluá (Valle del Cauca), donde encontró su matrimonio. De su excomulgado padre, al parecer, lo que más admira es su rebeldía y tenacidad, de quienes asume provienen las suyas propias.

Por lo de la excomunión de don Evergisto, es importante señalar que el obispo de Santa Rosa de Osos, monseñor Builes, atraviesa transversalmente toda la novela El Papagayo tocaba violín (Intermedio Editores, Bogotá, julio 2025, 297 pp.). Excomulga no sólo a don Evergisto, sino a otros integrantes de su familia paterna. Recordemos también que a este obispo se le acusa de atizar la violencia partidista contra los liberales, de hostigar la labor cristiana de la hermana Laura Montoya (elevada a santa por el Papa Francisco en 2013), de condenar de pecaminosas a las mujeres que montaran a caballo con las piernas abiertas, con el agravante de que sólo él podía absolver tal pecado, y de muchos hechos tragicómicos más. En esta novela, Builes personifica el dañino poder de la clerecía católica en la sociedad colombiana.

Las familias numerosas traen consigo montoneras de sujetos, geografías, hombres y mujeres. Por esta maraña de nombres, hechos y lugares históricos, se vuelve difícil decidir por dónde comenzar a recoger este embrollado testamento, su “novela barroca”, como él mismo la define. Hechos reales, en su mayoría, otros creados por su inagotable imaginación, todo formando una sola verdad: la de su axioma argumentativo con que inicié, “a Colombia sólo la han desarrollado la envidia y la venganza”.

Para mí, este es el valor central: el análisis histórico se une al proceso de cada ser humano que ha formado y forma este país. La literatura no sólo explica la sociedad desde la economía, la antropología o la sociología, sino también desde la individualidad de los espíritus que la componen.

El narrador-autor muestra prudencia al referirse a sus antecesores más amados, cuyos nombres oculta o cambia. En otros casos, sin contemplaciones, los expone a la vitrina pública. Así, Los suyos no son únicamente su familia, sino el arquetipo de cómo se formaron los polos de Antioquia y Valle del Cauca, motores del desarrollo colombiano.

Me atrevería a señalar que cuando escribió Cóndores no entierran todos los días (entre sus 25 y 26 años), no era del todo consciente de que levantaba una metáfora poética de la sociedad colombiana de entonces. Su juventud sólo le permitió crear. Hoy, en El papagayo tocaba violín, quizá pretendió repetir ese gesto. Cada lector juzgará los resultados.

Otra de sus obsesiones es la figura de su abuelo materno, don Marcial Hercelio Gardeazábal Santacruz, librepensador y amado referente. El autor se atribuye de manera obsesiva la culpa de su muerte por un infarto en su infancia. También atraviesan la obra otros temas como la homosexualidad de algunos familiares (nunca de lesbianismo), comportamientos cercanos a la locura en su ascendencia paterna y hasta suicidios. Nombra incluso a su tía Salomé como cleptómana, y a Hortensia, que resumía el cristianismo colombiano con su contradicción: temerosa de Dios, pero sin reconocer el pecado.

Muchas ideas se desprenden de esta lectura profana de El papagayo, pero no quiero cansar al lector. Solo agregaré un punto preocupante: la obsesión del autor con el suicidio. Lo asume casi como una “genética espiritual”. En varias páginas declara, insinúa o deja entrever su futuro suicidio (39, 162, 163). La causa, según él mismo, aparece en la página 260.