
Por Darío Ruiz Gómez
Entre otros Curzio Malaparte rerflexionó sobre la figura del canalla que ha tenido la astucia de escuchar conversaciones claves en noches de juerga cuando la borrachera desata sin freno alguno el desdoblamiento de conductas, de identidades sexuales: “Yo no le voy a contar a nadie lo de esta fiesta, tranquilo(a)”. Un método recurrido de vil espionaje por parte de muchas Oficinas de Seguridad, de la industria misma, utilizando a estos amorales para destruir a sus enemigos amenazándolos con hacer públicas sus vergüenzas. Lo digo porque en estos momentos y con el regreso de Benedetti y su nombramiento como directo asesor del Presidente Petro en la Casa Presidencial después de ser imputado en España de agresión a su mujer, delito que la Justicia española suele castigar con mucho rigor, de haber tenido que salir de Caracas por sus continuos excesos alcoholicos, de drogas duras y de ser representante de nuestro país ante un Organismo internacional tan respetado como la FAO este patán que ha cambiado de chaqueta política con una asombrosa facilidad aparece en medio de la crisis definitiva del gobierno Petro y se ha instalado como Pedro por su casa reclamando, como un favorito, el derecho a “re-habilitarse” mientras, en lugar de estar en un sanatorio, desde la habitación contigua le hace ya recomendaciones a su jefe. Estábamos convencidos de que con el avance de la democracia casos como el de Somoza, Trujillo, Papá Doc quienes nombraban en puestos de gobierno a sus tías, nietecitos, a sus caballos, amigotes de vicios secretos era imposible que este tipo de tiranos reaparecieran a pesar de que Cristina Kirchner trató de que este modelo siguiera perdurando en América Latina y Maduro con elenos, farianos, petristas trate de defender a sangre y fuego. ¿Qué es lo que sabe Benedetti para chantajear de este modo a Petro, es decir, qué es lo que pudiera cantar que el gobierno tan denodadamente quiere que se oculte permitiendo que este guasón haga lo que le dé la gana?
Estas no son suspicacias de chismosos sino el interrogante que surge de lo que se llama el Common Sense en una democracia. El hombre vulgar haciendo de la política un sainete tal como lo explica diáfanamente Ortega cuando en la historia de España irrumpe este tropel de personajillos que hoy en España hunden al gobierno de Sánchez. Una cosa es entonces el pueblo y otra la plebe, una cosa la clase campesina, obrera, indígena y otra como lo he venido repitiendo su transformación por parte del Comité Central que nos gobierna, en una caricatura de clases trabajadoras, de grupos “ancestrales” y otras carretas peores. Desvinculados del país real lo que ignoran estos populistas bajo este vértigo de acontecimientos imprevistos para su incultura política es que la ciudadanía no ha caído en la visión catastrófica de que si ellos se están hundiendo el país está naufragando con ellos. No hay que confundir la bondad con la bobería ni la corrupción de la justicia con el vigor de una opinión pública activa a través de los nuevos medios de comunicación social, ni la benevolencia que marca una espera que se agota respecto al cumplimiento de unas promesas, con mantenerse en la resignación ante tanta y tanta crueldad. Es propio de todo gobierno totalitario silenciar los problemas al ser incapaz de resolverlos. ¿Se salvaron las gentes del Chocó de las inundaciones, del aislamiento impuesto por los terroristas?
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