Por Henri Cap Martín
En Colombia, hablar de salud se volvió un acto de resistencia. Mientras miles de personas hacen fila para reclamar un medicamento o pelean por una cita que no llega, el debate público parece una pelea de egos, acusaciones, reproches, consignas… y queda poco espacio para lo que realmente le importa a la gente, que le soluciones su problema de salud.
En medio de ese ruido, esta semana apareció un documento que vale la pena leer sin prejuicios: “El Manifiesto del Pacto por una Mejor Salud”.
No es un panfleto partidista. Tampoco un contraataque al actual Gobierno. Es, más bien, un grito sereno —y por eso mismo poderoso— de quienes están a diario frente al deterioro del sistema: pacientes, médicos, prestadores, asociaciones de usuarios, universidades, gremios empresariales y varios de los exministros y exviceministros de salud que han construido el modelo durante más de 20 años.
Lo que dicen es simple y doloroso: “la salud en Colombia se está empeorando de una forma que ya no se puede disimular”.
El ciudadano común está pagando el costo. Quienes firmaron el manifiesto describen un país donde la gente se siente cada vez más sola frente al sistema. Y lo cierto es que basta escuchar a cualquier familia a nuestro alrededor para darse cuenta de que no exageran.
Ahí está la pobre mamá que va de farmacia en farmacia con una fórmula en la mano y vuelve con las manos vacías porque su asegurador no le entregó el medicamento. O el adulto mayor que recorre tres hospitales buscando una valoración que no le hacen. O la persona que en urgencias recibe la frase más hiriente del sistema: “No hay cama, vuelva mañana”. Son escenas que ya no sorprenden, y ese es precisamente el problema: la normalización del deterioro. Se nos volvió paisaje la no atención.
Un debate atrapado en trincheras.
En esta columna no quiero repetir lo que ya todos sabemos: que hay escasez de medicamentos, demoras en autorizaciones, contratos tensos entre EPS e IPS, y un flujo financiero escaso y que ya no aguanta otro remiendo.
Quiero hablar del otro daño, el más silencioso: la salud está atrapada en una pelea política donde la verdad termina siendo opcional.
Mientras la gente suplica por atención, el debate nacional se ha vuelto un escenario de bandos. Todo se reduce a buenos o malos, como si la complejidad del sistema pudiera explicarse en un meme. Las redes sociales se llenan de frases contundentes pero vacías, y los ciudadanos quedan en medio de dos relatos que no les resuelven nada.
El manifiesto lo dice con todas sus letras: la salud no puede ser un arma política.
Y es una frase que, en este momento, suena casi revolucionaria.
Contar la crisis con historias, no con consignas.
Una de las apuestas del Pacto es tan inesperada como necesaria: usar lenguaje claro, humor inteligente y storytelling para hablar de la crisis.
No se trata de burlarse del dolor ajeno, sino de mostrar, con un espejo incómodo, lo absurdo de muchas escenas que vivimos cada día. La persona que va de ventanilla en ventanilla, la autorización que nunca llega, el mensaje de texto que promete atención “en las próximas 72 horas” y se convierte en semanas en el mejor de los casos.
Es una manera de recordarnos algo esencial: la salud no es un documento técnico. Es la vida cotidiana de millones de compatriotas.
Una coalición inusual que debería hacernos pensar.
Quizá lo más llamativo del manifiesto es quiénes lo firman:
asociaciones de pacientes, mesas de usuarios de EPS, clínicas y hospitales, universidades, centros de investigación, gremios empresariales y un grupo amplio de exministros y exviceministros que pocas veces coinciden entre sí y que son de todas las corrientes políticas existentes.
Cuando voces tan distintas se unen para decir “aquí está pasando algo grave”, lo sensato es escuchar y analizar, no para aplaudir, no para atacar. Para reconocer que el problema es real y que seguir en las trincheras solo lo agrava.
Un llamado a recuperar el sentido común.
No sé si el Pacto por una Mejor Salud tenga todas las respuestas, pero sí sé que está haciendo algo que el país había perdido: poner en el centro al paciente. Y, la verdad, ya era hora. Porque la discusión técnica es necesaria, pero también lo es la empatía. Porque las reformas pueden esperar, pero las urgencias no. Porque un sistema que deja a la gente esperando, literalmente, está fallando en lo más básico.
Hoy Colombia necesita un debate honesto, sin disfraces ideológicos y sin héroes de humo. Un debate que reconozca el dolor de quienes se sienten abandonados y la frustración de quienes trabajan en salud y ven sus manos atadas.
La salud es muy valiosa para convertirla en un campo de batalla. Y ojalá este manifiesto, con su voz amplia y serena, nos sirva para recuperar algo que parece perdido: la verdad, la humanidad y el sentido común.
Seamos EMPÁTICOS.


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