
Tal vez, y de alguna manera muy confundidos, estamos viendo qu,e entre verbosidad y realidad, se desfiguró el país.
Por Claudia Posada
Si miramos con atención los resultados de la más reciente encuesta del Centro Nacional de Consultoría para SEMANA, en la que se midió la intención de voto de los colombianos para las elecciones presidenciales, podríamos decir que de aquí a la primera vuelta, el nombre de quien presumiblemente se disputará con Gustavo Petro el ingreso triunfante a la Casa de Nariño, está por verse. Las preferencias de los potenciales electores se mueve constantemente por debajo del candidato de la Colombia Humana que se sostiene arriba de los demás; inclusive, deteniéndonos en las variables Voto en blanco y No sabe o no responde, hay un segmento relativamente importante que puede reaccionar de alguna manera a los impactos de las campañas, sucesos de resonancia nacional que se presenten de aquí al 29 de mayo; o por los debates que podrían resultar menos flojos que los visto hasta ahora, en cuanto que se repiten diagnósticos más que sabidos, sin que presenten significativos juicios de valor que indiquen discernimiento con criterio estadista.
Sin duda en esta medición sorprende el puntaje del ingeniero Rodolfo Hernández, él marca 14% seguido por Ingrid Betancourt con el 7%; luego se sitúa Sergio Fajardo (6 %) Álex Char (5 %) Juan Manuel Galán (4 %) lo mismo que Óscar Iván Zuluaga; Enrique Peñalosa tiene un 2 %, lo mismo que Alejandro Gaviria; David Barguil aparece con el 1 %. Todos ellos por debajo de Petro cuya intención de voto marca un 27%.
Lo notable de Rodolfo Hernández no es precisamente que esté subiendo de esa manera en aceptación, por descubrirse en él características propias, deseables, extraordinarias en un aspirante a la presidencia para un país sumergido en graves crisis institucionales, profundos conflictos sociales que avanzan agudizándose día a día, y violencias de todo naturaleza que nacen enredadas en confusos orígenes.
No obstante su discurso, sin tácticas que obedezcan a un plan estratégico de seducción -aparentemente al menos- persuade especialmente a sectores que aunque no se parezcan en nada al estilo de vida entusiastamente activa de quienes piensan en función de la riqueza que debe alcanzarse -más no de manera ilícita- como prepósito y acción, se sienten identificados con sus planteamientos escuetos, cero filosofías, cero intelectualidad, e indescifrable ideología política.
Tal vez el no poderlo encasillar en alguna de las tendencias ideológicas que justamente polarizan y perjudican una sociedad incapaz de aceptar y respetar las diferencias, sea parte del conjunto de marrullas sanas que lo hacen “un rico simpático”. Su seguridad en sí mismo o auto-estima está tan elevada, que poco le importan las vainas que le lancen desde las tarimas sus competidores. Hernández, a punta de parloteo, se aparta de anteriores esquemas que buscan proyectar una imagen presidenciable; la verdad sea dicha, del prototipo que rotula por excelencia, no hace mucho nos apartamos, y no para bien.
Tal vez, y de alguna manera muy confundidos, estamos viendo que, entre verbosidad y realidad, se desfiguró el país. Colombia está deshecha, desengañada, herida de muerte en apartados rincones; y mientras el gobierno ataja escándalos, las campañas a presidencia y congreso van caminando en completa desconexión con lo más urgente que reclama el pueblo colombiano. De ahí que el ingeniero santandereano tranquilamente cupo ahí, sin desentonar en el abanico que va desde los circunspectos –sin más cualidades que esa- hasta los insubstanciales, pasando por los que posan de lo que obviamente no son; en tanto algunos, en serio, deberían preocuparse y cuanto antes redireccionar sus campañas.
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